El Templo de Jerusalén y el Vaticano
Hay ciertos estereotipos bíblicos que hacen del judaísmo del tiempo de Jesús una caricatura. El judaísmo se convierte en un sistema agobiante, centrado en el «cumplimiento de la Ley». Jesús, en contraposición, vendría a ser el paladín de la libertad y el espíritu, que viene a fundar una nueva religión basada en el amor. Estos estereotipos son injustos tanto con el judaísmo como con Jesús.
Uno de las ideas erradas que tenemos en relación al judaísmo del tiempo de Jesús dice relación al Templo de Jerusalén. Este suele verse como una institución opresora del pueblo, que marginaba a la gente de acuerdo a estrictas reglas de pureza, y que era manejado por una elite sacerdotal y aristocrática con un fuerte poder económico. En verdad hay algunos testimonios que apuntan a la visión crítica del Templo en esa época. Entre ellos tenemos el retrato que hacen los evangelios de Juan Bautista proponiendo un rito alternativo a los que se celebraban en el Templo para la reconciliación con Dios; el testimonio claro del primer mártir cristiano Esteban en relación a que Dios no necesita una construcción humana (Hch 7,48-50); la crítica que hace Josefo respecto a la corrupción del Sumo Sacerdote Ananías en el tiempo del gobernador Albinus (Antiquities 20.9.2-4); los escritos del Qumran que configuran una comunidad cultual alternativa a la del Templo; y varios otros escritos como el Libro de Enoc y el Testamento de Leví. Más aún, y de acuerdo a los sinópticos, Jesús habría muerto como consecuencia de su acto profético cuando limpia (o destruye) el Templo. Si bien todo esto es verdad, hay que matizar mucho estas ideas. Antes que nada habría que distinguir entre las críticas que van en contra de la institución del Templo per se, y las que van dirigidas a la corrupción de sus dirigentes. Las primeras son considerablemente menos que las segundas. En otras palabras, el Templo era una institución criticada pero muy querida por el pueblo judío, y no precisamente porque fuese opresora. Es fácil ejemplificar este punto.
Primero, en Hch se nos recuerda cómo los seguidores de Jesús siguen reuniéndose y realizando milagros en el Templo (Hch 3,1-10; 5,42). Segundo, el carácter opresor se pone en cuestión cuando reconocemos la existencia de la cámara secreta mencionada en la Misná : «existían dos cuartos en el santuario, uno era el llamado cuarto del silencio…donde los hombre devotos dejaban en secreto valiosos regalos, y los pobres de buenas familias los recibían también en secreto» (Shekalim 5,6). Tercero, de acuerdo con Josefo, cuando el emperador Calígula quiso levantar una estatua en su honor en el Templo, «los judíos se reunieron en gran número con sus esposas e hijos…y rogaban a Petronius (el oficial romano) en primer lugar por sus Leyes, y en seguida por ellos mismos. Y cuando insistían sobre sus Leyes y sobre las costumbres de su país, y en cómo no les era permitido hacer ninguna imagen de Dios ni del hombre en ninguna parte del país, mucho menos en el Templo». La verdad de las cosas es que si el Templo hubiese sido el prototipo de un sistema opresor no se podría entender por qué el pueblo ruega tan fehacientemente para que no se mancille. Más aún, y de acuero al mismo testimonio, los judíos insistirán señalando: «Nosotros ofrecemos dos veces al día sacrificios por el Cesar y por el pueblo romano, pero si él va a poner imágenes en el Templo, entonces antes él debe sacrificar a todo el pueblo judío». ¿Dejarse morir por un sistema injusto? No parece ser el caso.
El Templo era una institución muy querida por el pueblo, lo que no le restaba de críticas y de elementos que eran necesarios reformar. Para entender el punto deberíamos buscar un paralelo en el mundo de hoy. Tal vez el más ilustrativo sería lo que es hoy el Vaticano para el mundo católico. Todos los católicos saben que son necesarias reformas importantes en la curia vaticana. Muchos escritos críticos se suceden sin cesar al respecto. La mayoría de estos denuncian la ineficacia y el afán de poder de las oficinas vaticanas. Más de algún católico se escandaliza por las riquezas que hostenta el Vaticano, y desearía de todo corazón que fuese más testimonial de la sencillez del evangelio. Pero así y todo, los católicos reconocen en el Vaticano un lugar sagrado, donde la humanidad del hombre se encuentra con la divinidad misericordiosa del Padre. Quizás algo análogo sucedía con el Templo en el tiempo de Jesús.