Experiencias religiosas y conflictos en el cuarto evangelio (V)
Ambas experiencias religiosas también suponen distintas cosmologías. La cosmología era un elemento primordial en los viajes celestiales. La descripción de la realidad superior se hace con un vocabulario rico, variado e imaginativo. Frente a ella la figura del ser humano aparece como disminuida ante tanta grandeza. No sucede lo mismo con la experiencia religiosa que deriva de la representación o proclamación del cuarto evangelio. Casi ni se habla del ordenamiento y composición del universo y, cuando se menciona o alude a este aspecto, es para instar a las decisiones que debe tomar la audiencia aquí y ahora en las circunstancias presentes. En ese sentido, hay otros elementos que sí se valoran en detrimento de la cosmología: el valor de la historia y el recuerdo del grupo. Esto es lo verdaderamente importante en las comunidades joánicas y una de sus principales contribuciones al cristianismo primitivo. La sobria cosmología de los relatos joánicos nos habla de unas comunidades cristianas que se distancian de las prácticas de los viajes celestiales –tan comunes en ese tiempo– para hacer hincapié en el recuerdo histórico de Jesús y de su presencia en las circunstancias prácticas del presente. En otras palabras, la realidad existente se valora hasta tal punto que llega a entenderse cómo el lugar y el tiempo en los que la vida eterna y el juicio comienzan a acontecer. Esta valoración de las circunstancias del momento y de la historia desplaza el foco de atención de la angustia humana ante el cosmos inmenso e impredecible y lo pone en la importancia de las decisiones y relaciones humanas aquí y ahora.
Hablando de las preguntas existenciales fundamentales que se abordan desde la experiencia de los viajes celestiales se percibe una especie de tensión entre el mundo/cuerpo y Dios. En otras palabras, muchas de las cuestiones humanas fundamentales que inquietaban a estos grupos, y que se traducen en una serie de valores propuestos y refrendados en los viajes celestiales, tienen que ver con una incomodidad fundamental con lo que es este mundo y una aspiración a una pureza proyectada en una idea extrema de trascendencia. Tras este malestar y disgusto se pueden adivinar comunidades que se percibían desde la marginalidad en relación al conjunto de la sociedad con todos sus mitos, creencias y valores oficiales. De nuevo, las diferencias con las comunidades joánicas son muchas, importantes y nos permiten conocer su tipología y antropología. Tiene dos inquietudes principales. La primera sobre la identidad de Jesús (¿Quién es Jesús?), cuestión de vital importancia a inicios del siglo II cuando la Cristología va adquiriendo nuevas facetas y comienzan a multiplicarse las respuestas en los evangelios y las cartas. De esta primera pregunta se sigue una segunda que tiene que ver con la identidad de quienes creen en Jesús (¿Quiénes somos nosotros?) y las consecuencias que esto tiene, en especial respecto a los grupos circundantes (sinagoga, judíos, gentiles, galileos, samaritanos, seguidores del Bautista) y a la historia de salvación (Abraham, Moisés, Isaías, Juan Bautista).
Respecto a la antropología, en los viajes celestiales la idea del ascenso hacia lo más sublime de la divinidad que se corresponde con el descenso a lo más íntimo del ser humano significa que en ambos puntos encontramos el núcleo más significativo de la realidad, aquello que es más verdadero, más permanente, más absoluto. No es casualidad, por tanto, que sea en este lugar donde el vidente se transforma en aquello que constituye su verdadera y trascendente identidad. La metamorfosis se corresponde, por lo tanto, con la verdadera identidad o vocación del ser humano que se descubre en lo “más alto de los cielos”, o si se prefiere, en lo “más intimo del hombre”. Otro aspecto importante desde el punto de visto antropológico es que los videntes suelen atribuir estas experiencias a sólo una de las partes de las que se compone el ser humano, según la antropología de la época. Esta jerarquización es importante porque implica que a algunas dimensiones del hombre se les da más valor que a las otras. En general, se tiende a despreciar las dimensiones corporales y sensibles porque se suelen relacionar con el mundo material. Estas dimensiones más “defectuosas” se relacionan de una u otra manera con una visión del mundo, que si bien no es malo en sí mismo, sí está sujeto a las fuerzas del mal. Los aspectos humanos que se relacionan más directamente con este mundo, como es el cuerpo y las facultades sensibles, pasan a ser muchas veces dimensiones que el hombre debe trascender e incluso vencer para acceder a la contemplación de Dios. Por el contrario, en la proclamación litúrgica del evangelio, la cosmología se caracteriza por apuntar a la historia de Jesús y a cómo ésta cuestiona a la comunidad en su realidad cotidiana, su antropología es eminentemente relacional y ética en el sentido de que la identidad del sujeto se constituye en relación con los demás y con una determinada conducta. En Juan la cosmología y la antropología no dividen al ser humano en componentes terrestres y celestes, aunque sí distingan dos ámbitos a los cuales se puede o no pertenecer: ser de “arriba” o de “abajo”, de “la luz” o de “las tinieblas”, del “espíritu” o de “la carne”, de “la vida” o de “la muerte”, de “la verdad” o de “la mentira”. El creer o no en Jesús es determinante pero también la práctica de una determinada conducta (el mandamiento del amor) define el tipo de persona que uno es (antropología) y en qué lugar está situada (cosmología). En otras palabras, la antropología que deriva de la escenificación litúrgica del cuarto evangelio responde a la pregunta de a qué grupo pertenezco, y por lo tanto, con qué valores me identifico.