El Templo, el Sacerdocio, el Sábado y la Circuncisión en el libro de los Jubileos
El libro de los Jubileos en su forma
actual fue redactado hacia el 160 a.c. y
fue considerado como “canónico” para las comunidades del Qumrán. La estructura
del libro se construye en torno a la revelación dada por el ángel de la
Presencia a Moisés en el Sinaí (2,1) y tiene un claro sentido pedagógico o
instructivo (1,5-18; 6,38; 13,25-26). El templo y el calendario que lo rige (el
solar) tiene una importancia muy grande en este documento tal como lo hemos estudiado en otra entrada. En este mismo libro la linea sumo sacerdotal es comenzada por Adán y la continua Abraham quien también tiene varios de estos rasgos cuando
ofrece su ofrenda al Dios Altísimo: En el
jubileo cuadragésimo primero, en el tercer año del primer septenario, volvió
Abrán a este lugar y ofreció en él un holocausto, invocando el nombre del
Señor: «Tú, Señor, Dios Altísimo, eres mi Dios por los siglos de los siglos» Es
importante destacar que dentro de las promesas que Dios le hace a Abraham está
la de que Isaac sería la suerte del Altísimo, habiéndole correspondido estar entre los
poseídos por Dios, para que toda su descendencia sea del Señor, pueblo heredero
entre todos los pueblos, reino sacerdotal y pueblo santo (16,8). Mencionemos
también la oración de Rebeca sobre las bendiciones que recaen sobre Jacob y su
descendencia: Alcense por toda la
eternidad tu nombre y descendencia; que el Dios Altísimo sea tu Dios, more con
ellos el Dios justo, y con ellos sea construido su templo para toda la
eternidad (25,21). En la misma línea
el sueño de Leví destaca el carácter sumo sacerdotal del personaje: Leví soñó que lo habían instituido y hecho
sacerdote del Dios Altísimo, a él y a sus hijos perpetuamente. Se despertó de
su sueño y bendijo al Señor (32,1). Siguiendo a Ex 19,5-6, Jubileos señala
que toda la nación, como descendientes de Jacob-Israel, están destinados por
Dios a ser un reino de sacerdotes y una nación santa: “pueblo santo es Israel para el Señor, su Dios, pueblo de su heredad,
pueblo sacerdotal, real y de su posesión; no debe aparecer tal impureza entre
el pueblo santo” (33,20; ver también 16,18).
actual fue redactado hacia el 160 a.c. y
fue considerado como “canónico” para las comunidades del Qumrán. La estructura
del libro se construye en torno a la revelación dada por el ángel de la
Presencia a Moisés en el Sinaí (2,1) y tiene un claro sentido pedagógico o
instructivo (1,5-18; 6,38; 13,25-26). El templo y el calendario que lo rige (el
solar) tiene una importancia muy grande en este documento tal como lo hemos estudiado en otra entrada. En este mismo libro la linea sumo sacerdotal es comenzada por Adán y la continua Abraham quien también tiene varios de estos rasgos cuando
ofrece su ofrenda al Dios Altísimo: En el
jubileo cuadragésimo primero, en el tercer año del primer septenario, volvió
Abrán a este lugar y ofreció en él un holocausto, invocando el nombre del
Señor: «Tú, Señor, Dios Altísimo, eres mi Dios por los siglos de los siglos» Es
importante destacar que dentro de las promesas que Dios le hace a Abraham está
la de que Isaac sería la suerte del Altísimo, habiéndole correspondido estar entre los
poseídos por Dios, para que toda su descendencia sea del Señor, pueblo heredero
entre todos los pueblos, reino sacerdotal y pueblo santo (16,8). Mencionemos
también la oración de Rebeca sobre las bendiciones que recaen sobre Jacob y su
descendencia: Alcense por toda la
eternidad tu nombre y descendencia; que el Dios Altísimo sea tu Dios, more con
ellos el Dios justo, y con ellos sea construido su templo para toda la
eternidad (25,21). En la misma línea
el sueño de Leví destaca el carácter sumo sacerdotal del personaje: Leví soñó que lo habían instituido y hecho
sacerdote del Dios Altísimo, a él y a sus hijos perpetuamente. Se despertó de
su sueño y bendijo al Señor (32,1). Siguiendo a Ex 19,5-6, Jubileos señala
que toda la nación, como descendientes de Jacob-Israel, están destinados por
Dios a ser un reino de sacerdotes y una nación santa: “pueblo santo es Israel para el Señor, su Dios, pueblo de su heredad,
pueblo sacerdotal, real y de su posesión; no debe aparecer tal impureza entre
el pueblo santo” (33,20; ver también 16,18).
Además de ser constituidos pueblo sacerdotal y de llevar entre los suyos al sumo sacerdote, los israelitas se distinguen, de acuerdo a los jubileos, por guardar el sábado y ser circuncisos. En los cielos el pueblo sacerdotal lo
componen los ángeles quienes se dividen en dos órdenes de acuerdo a su cercanía
con Dios. Los más cercanos son los “ángeles de la presencia” y, luego, los
“ángeles de la santificación”. Ambos guardan el Sábado en los cielos con Dios,
lo mismo que sólo Israel en la tierra es elegido para esta tarea: Me escogeré un pueblo entre todos los
pueblos. También ellos observarán el sábado, los consagraré como mi pueblo y
los bendeciré. Como santifiqué el día del sábado, así me los santificaré y
bendeciré; serán mi pueblo, y yo seré su Dios (2, 19; ver también 2, 31). El
Sábado es fundamental para Israel por cuanto la liga con Dios desde el momento
que éste los separó de los demás pueblo: Gran
honor es el que dio el Señor a Israel: comer, beber y quedar saciados en este
día de fiesta y descanso de todo trabajo para el género humano, salvo exhalar
aroma y ofrecer hostia y sacrificio ante el Señor de los días y los sábados.
Sólo esto puede hacerse en sábado, en el templo del Señor, nuestro Dios, como
expiación por Israel en ofrenda sempiterna, día a día, como recordatorio grato
al Señor que les será aceptado eternamente, día tras día, según te fue ordenado
(50,10-11).
componen los ángeles quienes se dividen en dos órdenes de acuerdo a su cercanía
con Dios. Los más cercanos son los “ángeles de la presencia” y, luego, los
“ángeles de la santificación”. Ambos guardan el Sábado en los cielos con Dios,
lo mismo que sólo Israel en la tierra es elegido para esta tarea: Me escogeré un pueblo entre todos los
pueblos. También ellos observarán el sábado, los consagraré como mi pueblo y
los bendeciré. Como santifiqué el día del sábado, así me los santificaré y
bendeciré; serán mi pueblo, y yo seré su Dios (2, 19; ver también 2, 31). El
Sábado es fundamental para Israel por cuanto la liga con Dios desde el momento
que éste los separó de los demás pueblo: Gran
honor es el que dio el Señor a Israel: comer, beber y quedar saciados en este
día de fiesta y descanso de todo trabajo para el género humano, salvo exhalar
aroma y ofrecer hostia y sacrificio ante el Señor de los días y los sábados.
Sólo esto puede hacerse en sábado, en el templo del Señor, nuestro Dios, como
expiación por Israel en ofrenda sempiterna, día a día, como recordatorio grato
al Señor que les será aceptado eternamente, día tras día, según te fue ordenado
(50,10-11).
Además del Sábado, los Israelitas son circuncidados al igual que
los ángeles que fueron creados
circuncisos: Todos los ángeles de la faz
y todos los ángeles santos tienen esta naturaleza desde el día de su creación’
a la vista de los ángeles de la faz y de los ángeles santos santificó a Israel
para que estuviera con él y con sus santos ángeles. Ordena tú a los hijos de Israel que guarden
la señal de esta alianza para siempre como norma perpetua, para que no sean
desarraigados de la tierra (15,27-28). Por lo tanto hay una correspondencia
entre la santidad del sacerdocio de Israel y el de los ángeles en los cielos.
Esto se atestigua, entre otras partes, en la bendición de Jacob a los
descendientes de Leví: El Señor te dé, a
ti y tu descendencia, gran inteligencia de su gloria y te acerque, a ti y a tu
posteridad entre todos los mortales, para servir en su templo. Como los ángeles
de la faz y como los santos, tal será la descendencia de tus hijos, para
gloria, grandeza y santidad; engrandézcalos por toda la eternidad (31,14).
los ángeles que fueron creados
circuncisos: Todos los ángeles de la faz
y todos los ángeles santos tienen esta naturaleza desde el día de su creación’
a la vista de los ángeles de la faz y de los ángeles santos santificó a Israel
para que estuviera con él y con sus santos ángeles. Ordena tú a los hijos de Israel que guarden
la señal de esta alianza para siempre como norma perpetua, para que no sean
desarraigados de la tierra (15,27-28). Por lo tanto hay una correspondencia
entre la santidad del sacerdocio de Israel y el de los ángeles en los cielos.
Esto se atestigua, entre otras partes, en la bendición de Jacob a los
descendientes de Leví: El Señor te dé, a
ti y tu descendencia, gran inteligencia de su gloria y te acerque, a ti y a tu
posteridad entre todos los mortales, para servir en su templo. Como los ángeles
de la faz y como los santos, tal será la descendencia de tus hijos, para
gloria, grandeza y santidad; engrandézcalos por toda la eternidad (31,14).
Respecto al templo, el texto nos dice
que los descendientes de Jacob serán quienes lo construirán. En este santuario
habitará el Nombre del Altísimo: “mi
tabernáculo y mi templo, el que me santifique en la tierra para poner mi nombre
sobre él permanentemente” (1,10). Ver también: 32,10; 49, 19-21. Este
Nombre es el autor de toda la creación: “Yo
ahora os conjuro con juramento tan grande que no lo hay mayor, en nombre del
Glorioso, Honrado, Grande, Magnífico, Maravilloso y Fuerte, que hizo los
cielos, la tierra y todo junto, a que os contéis entre los que lo temen y
adoran”. Otros textos explícitamente señalan que el Altísimo es el creador:
12,19; 22,6; 25,11. Para más detalles: C.T.R. Hayward, The
Jewish Temple, Routledge, p. 85-92.
que los descendientes de Jacob serán quienes lo construirán. En este santuario
habitará el Nombre del Altísimo: “mi
tabernáculo y mi templo, el que me santifique en la tierra para poner mi nombre
sobre él permanentemente” (1,10). Ver también: 32,10; 49, 19-21. Este
Nombre es el autor de toda la creación: “Yo
ahora os conjuro con juramento tan grande que no lo hay mayor, en nombre del
Glorioso, Honrado, Grande, Magnífico, Maravilloso y Fuerte, que hizo los
cielos, la tierra y todo junto, a que os contéis entre los que lo temen y
adoran”. Otros textos explícitamente señalan que el Altísimo es el creador:
12,19; 22,6; 25,11. Para más detalles: C.T.R. Hayward, The
Jewish Temple, Routledge, p. 85-92.