Dos poderes en el cielo: sobre la existencia de Satanás
El problema del origen del mal no se cuestiona de manera metafísica en la Biblia. El mal es el resultado de la elección del hombre, siempre deformada a partir del pecado de Adán como dice Gn 6,5: «Jehová vio que la maldad del hombre era mucha en la tierra, y que toda tendencia de los pensamientos de su corazón era de continuo solo al mal». El mal está constantemente acechando al hombre: «el pecado está a la puerta y te seducirá» (Gn 4,7). O como bien dice el Sal 36, 3-5 aludiendo a toda la persona humana (ojos, boca, y corazón): «Por eso se lisonjea en sus propios ojos, hasta que su iniquidad sea aborrecimiento. Las palabras de su boca son maldad y engaño; ha dejado de ser sensato y de hacer el bien. Sobre su cama piensa iniquidad; está en un camino que no es bueno y no desprecia el mal».
Si bien el tema del mal es muy presente, la existencia de Satanás no está muy desarrollada en la Biblia. Por lo menos no de una manera explícita. Is 45, 5-7 es un texto interesante al respecto. Define la soberanía de Dios negando cualquier tipo de dualismo absoluto, pero deja abierta la pregunta de por qué la necesidad de tal afirmación tan enfática. ¿No será que existía la creencia en un ser como Satanás al que se trataba de eliminar? Es muy probable que sea así si consideramos que en la cultura babilónica el mal se atribuía a la existencia de demonios que obedecían a un ser superior. Leemos: «Yo soy Jehová, y no hay otro. Aparte de mí no hay Dios. Yo te ciño, aunque tú no me conoces, para que desde el nacimiento del sol y hasta el occidente se sepa que no hay nadie más que yo. Yo soy Jehová, y no hay otro. Yo soy quien forma la luz y crea las tinieblas, quien hace la paz y crea la adversidad. Yo, Jehová, soy quien hace todas estas cosas». A pesar de la ausencia de este tema, hay textos significativos que hablan de un ser en la corte celestial que puede tentar a los hombres. En 1Re 22, 21-22 se habla de un espíritu al servicio de Dios que puede adoptar el rol del «espíritu de la mentira»: «Entonces salió un espíritu, se puso delante de Jehová y dijo: «Yo le induciré.» Jehová le preguntó: «¿De qué manera?» Y él le respondió: «Saldré y seré espíritu de mentira (rq,v,ê x:Wrå ‘) en la boca de todos sus profetas.» Y Jehová dijo: «Tú lo inducirás, y también prevalecerás. Sal y hazlo así»». Lo interesante es que el espíritu que adopta la función del «espíritu de la mentira» sigue las ordenes de Dios: «Entonces Jehová preguntó: «¿Quién inducirá a Acab, para que suba y caiga en Ramot de Galaad?» Y uno respondía de una manera, y otro respondía de otra manera» (1Re 21,20). Algo parecido leemos en 1Sam 16,14-16: «El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y un espíritu malo de parte de Jehová le atormentaba. Entonces los servidores de Saúl le dijeron: –He aquí, un espíritu malo de parte de Dios te atormenta. Diga nuestro señor a tus servidores que están delante de ti, que te busquen a alguien que sepa tocar el arpa; para que cuando el espíritu malo de parte de Dios venga sobre ti, el toque con su mano, y tú te sientas bien». Otros ejemplos lo encontramos en: 1Sam 16,23; 18,10; 19,9; Jue 9,23. En todos estos casos, el espíritu del mal viene de Dios. Es lo que podemos decir también de la terrible derrota sufrida por el rey de Israel en Samaria por las tropas arameas de Damasco en 2Re 6, 24-7,20 que se explica por la acción de Dios: «»¡Ciertamente este mal proviene de Jehová! ¿Qué puedo aún esperar de Jehová?»». Lo mismo podemos decir del «destructor» en Ex 12,23 y aquel «mensajero» que trae la plaga de 2Sam 24,17. Para más detalles: W. Thiel « “Evil” in the Books of Kings» en: H. G. Reventlow, Y. Hoffman (Eds) The Problem of Evil and its Symbols in Jewish and Christian Tradition (T&T Clark: Londres, 2004) 6-8.
La identidad del antagonista del hombre va adquiriendo mayor independencia a partir de la apócrifa. En los Jub el espíritu de la maldad y la impureza está encabezado por Satán. Noé le implora a Dios que no le deje, ni a él ni a sus ángeles malos, gobernar sobre los hijos de la justicia (Jub 10,1-12). Satanás, no Dios, sería el responsable de hechos moralmente cuestionables como la orden de sacrificar a Isaac (Jub 17,16) y de la dureza del corazón del Faraón (Jub 48, 12-19). Algo parecido encontramos en el libro de Job 1-2 donde el Satán es un ángel sádico, cruel, sospecho, quien, con permiso de Dios, posee mucho poder. Por supuesto no es una contraparte de Dios al modo de un dualismo extremo, sino un siervo de Dios al modo de Zac 3, 1-3: «Después me mostró a Josué, el sumo sacerdote, el cual estaba delante del ángel de Jehová; y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Jehová dijo a Satanás: –Jehová te reprenda, oh Satanás. Jehová, quien ha escogido a Jerusalén, te reprenda. ¿No es este un tizón arrebatado del fuego? Josué estaba delante del ángel, vestido con vestiduras sucias». Para más detalles: Y. Hoffman «Jeremiah 50-51 and the Concept of Evil in the Hebrew Bilble en: H. G. Reventlow, Y. Hoffman (Eds) The Problem of Evil and its Symbols in Jewish and Christian Tradition (T&T Clark: Londres, 2004) 26-27