¿Cómo Jesús, un profeta de galilea, llegó a ser considerado Dios? (II)

Desde muy temprano las primeras comunidades cristianas proclamaron que Jesús era el Mesías y el Hijo de Dios. ¿Implicaba esta confesión el reconocimiento de su divinidad? Para responder esta pregunta tenemos que aclarar dos aspectos previos. Lo primero que tenemos que señalar es que cuando se afirma que Jesús es el Mesías o el Hijo de Dios no se está diciendo que es la «segunda persona de la Trinidad». Mesías significa ungido por Dios, no más ni menos. Esto adquería muchos significados para las judíos en el tiempo de Jesús. Algunos esperaban un mesías sacerdotal; otros un mesías real (al estilo del rey David); otros un mesías escondido que ya estaba en medio de ellos esperando las condiciones adecuadas para manifestarse; otros a varios mesías a la vez, y otros simplemente la intervención directa de Dios sin la mediación de mesías alguno. Lo segundo que tenemos que señalar es que los títulos Mesías (entendido al modo real, como un segundo David) e Hijo de Dios están estrechamente relacionados en la tradición judía. En el Salmo 2,7 Yavé le dice al Mesías: Tu eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. También los rollos del mar muerto identifican ambos títulos en 4QApocalipsisArameo y en las Reglas de la Congregación o las Reglas mesiánicas. En esta última hay una descripción de cómo se ha de reunir la comunidad en los últimos tiempos para cenar cuando Dios engendre al mesías aludiendo también al Salmo 2,7. En el 4Ezra 3-14 también Dios se refiere al mesías como mi hijo (7,28-29; 13,32.37.52; 14,19)(aunque en algunas versiones, presumiblemente más tardías, se habla de mi siervo en vez de mi hijo).

Además de las connotaciones reales de los títulos Mesías e Hijo de Dios, también denotan, de una u otra manera, la divinidad del portador. En el contexto greco-romano, el título Hijo de Dios tiene clara connotaciones divinas. Celsus, de acuerdo a Orígenes, critica el uso de este título a Jesús porque precisamente significa reconocer su divinidad: «Si tu les dices (a los cristianos) que Jesús no es el Hijo de Dios, que sólo Dios es el Padre de todo y que sólo Él debe ser verdaderamente adorado, ellos no dejarán de reverenciar a Jesús como su lider en todos sus actos sedisiosos. Ellos lo llaman Hijo de Dios, como en una extrema reverencia divina» (Origen, Celsus 8.14). Pablo señala también el carácter divino de Jesús como Hijo de Dios a partir de su resurrección o transformación: «fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de los muertos» (Rom 1,4). Esta misma idea se expresa en Hch 13,32-33 donde se interpreta el Salmo 2,7 en clave de resurrección para referirse a la promesa que Dios cumplió «resucitando a Jesús, como está escrito también en el salmo segundo: ´Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy´». La divinidad del Mesías e Hijo de Dios se inaugura, entonces, a partir de su transformación en la resurrección cuando Jesús, el justo, es resucitado.

Ahora bien, la suerte del cristiano es reproducir la misma suerte del mesías llegando a convertirse en hijos de Dios, si es que comparte también sus sufrimientos: «Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos permite llamar a Dios Abba, Padre. El Espíritu atestigua a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios, coherederos con Cristo; si compartimos su pasión, compartiremos su gloria» (Rom 8,15-17; Rom 8,29). Por lo tanto la transformación del cristiano en hijo de Dios comienza ahora, como don del Espíritu de Jesús, en la medida que comparta sus sufrimientos. En otras palabras, ser glorificados en Cristo significa ser hijos de Dios, la redención de nuestros cuerpos (Rom 8,23) lo que finalmente significa resurrección o transformación en un cuerpo celestial y en la vida eterna (1Tes 4,15-17; 1Cor 15,20-23.50-57).

Por lo tanto, la idea de Mesías e Hijo de Dios, tiene una connotación divina (al menos para Pablo) desde el momento de la resurrección o exaltación de Jesús. Ahora bien, ¿puede existir algún tipo de pre-existencia en ambos conceptos? La respuesta es nuevamente afirmativa. El mesías se entendía en algunos círculos del judaísmo del tiempo de Jesús, como un ser pre-existente. La versión de los LXX del Salmo 109, 3 (Salmo 110) lee respecto al mesías: «antes de la estrella de la mañana, te engendré». En las Similitudes de Enoc se reconoce la pre-existencia del Hijo del Hombre, llamado también Mesías: «Desde el inicio el Hijo del Hombre fue ocultado, y el Altísimo lo ha preservado en la presencia de los altos, para revelarlo a los escogidos» (1Enoc 62,7; 48,2-3). Lo mismo hace el 4Ezra cuando dice que en los últimos días el Mesías será revelado (7,28) y que el Altísimo lo ha mantenido por muchas edades (13,26).

Por lo tanto, en el contexto de las primeras comunidades, que se proclamase que Jesús era el Mesías y el Hijo de Dios significaba, por una parte, que Dios lo había exaltado y reconocido como tal a partir de su resurrección; por otra, y al mismo tiempo, que este carácter mesiánico divino ya pre-existía al Jesús histórico. Esto no es lo mismo que reconocer que era Dios, pero sin duda el camino está muy avanzado ya desde los testimonios más tempranos. Al mismo tiempo el cristiano también estaba llamado a transformarse en Hijo de Dios al modo de Jesús.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.