Alianza: elección en la literatura rabínica
Después de la destrucción del segundo templo, la estrategia teológica rabínica fue dar por evidente la santidad de Israel. Este era un hecho consumado, obvio, que no convenía cuestionar. Esta santidad de Israel ya no expresa más a través del templo y los sacrificios, sino en la vida cotidiana del pueblo judío. Una comunidad sacra en el vida diaria. La pregunta ya no es, ¿por qué Dios eligió a Israel?, sino el afirmar como hecho que Israel ha sido elegido por Dios. La situación cambia, sin embargo, cuando el cristianismo comienza a emerger como un sistema competitivo ya cuando se compone el Talmud palestiniense (400-450) , el Midrás Rabbah (400-600) y otros escritos exegéticos como el Sifré Dt, y finalmente con el Talmud Babilónico. Y es que desde la perspectiva cristiana lo que aparecía era la victoria del nuevo Israel, representado por la Iglesia sobre el pueblo judío. Los rabinos se apuran, entonces, en presentar a Israel como una entidad eterna y sobrenatural. El propósito de la elección de Israel no sería otro que santificar el nombre Dios y en constituirse en un pueblo santo dedicado al servicio de Dios. Tal como se expresa en un comentario midrásico a Lv 19,2: «Seréis santos porque yo, el SEÑOR vuestro Dios, soy santo», Dios dice, «Yo soy Santo, ¿a caso necesito de santificación? Como sea, permito a Israel para que ellos me puedan santificar (Ex.R 15,24; LvR.2,5). A pesar de esta gratuidad fundamental, en otros textos se justifica la elección de Israel en el hecho que éste ha aceptado la Torá. Estas historias, sin duda, son respuestas a los cristianos que pretenden no sólo erigirse en el nuevo Israel, sino que también reemplazar la ley por la fe. La elección de Israel en este período se fundamentaría en tres pilares. El primero en el amor de Dios por Israel. De todas las naciones que he creado Yo amo sólo a Israel (Dt.R. 5,7; NmR1,9ss; Cant.R. 18,1; SifreDt 344). Otro ejemplo: R. Simeón b. Yohai enseñó: Yo soy Dios para todos los habitantes del mundo, pero he asociado mi nombre solo con mi pueblo Israel. Yo no soy llamado el Dios de las naciones, sino sólo el Dios de Israel (RutR 1,1; SifreDt 31; CantR 33,1; ExR 32,2; NmR 20,21). Otro ejemplo: Israel fue creado por el propósito de alabar al Santo; como lees: «El pueblo que yo he formado para mí proclamará mi alabanza. (Isa 43,21). Por esta razón, entonces, para que Su nombre pueda ser glorificado a través de ellos Él hizo a Israel su sello de bondad: » Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo (Cant 8,6). «Por amor a mi nombre contengo mi ira, y para mi alabanza la reprimo contigo a fin de no destruirte (Is 48,9)» (NmR 4,1). La elección implica responsabilidades sobre Israel (ExR 30,5-6), sufrimientos y castigos (ExR 1,1; Ber 5a), pero les garantiza la recompensa en el mundo venidero, especialmente la vida eterna (KohR 1,7.8; Men. 53b). Yo no voy a eliminar a Israel, incluso si tuviese que destruir mi mundo (ExR 31,10). Este amor de Dios por Israel se expresa también a través de la idea de que el cielo y la tierra fueron creados por Israel (Ber.32b). Israel fue creado antes de la creación del mundo de ahí que la palabra reshith (en el comienzo) que aparece en el relato de la creación del Gn coincide con Jr 2,3: Santo era Israel para el SEÑOR, primicias (rashit) de su cosecha (LvR 36,4). Ese amor de Dios por Israel también se manifiesta en relación a la Torá. Mirad cuán amado eres para mí, puesto que no hay ser en mi Palacio que sea familiar con la Tora, pero Yo te la he confiado a ti (DtR 8,7). En otras palabras, Dios le ha dado su tesoro más precioso, la Torá, a los que ama más, Israel (ExR 1,1; 30,9; SifreDt 311, Ab14). Dios ha expresado su amor por Israel al darle la Torá, esto a pesar de su debilidad en porte y poder físico (NmR 11,1; ExR 31,13). Pero consideremos también que no sólo se trata del amor de Dios, sino que también de los méritos de Israel, mal que mal, éste fue la única nación que aceptó la Torá. Cuando Dios iba a dar la Torá, ninguna nación excepto Israel la aceptó. De igual modo, cuando Dios se reveló en el Sinaí no había ninguna nación a la cual no había golpeado a su puerta, pero ellos no se comprometieron a nada; sin embargo, tan pronto como llegó a Israel, ellos exclamaron: «Todo lo que el Señor ha dicho, eso haremos y obedeceremos» (Ex 24,7) (ExR 27,9; SifréDt 343; A.Z. 2b). En ese sentido, según otras fuentes, a pesar que Dios conocía a Israel hacía tiempo, fue sólo cuando el pueblo se plantó delante del monte Sinaí y recibió la Torá que ellos llegaron a convertirse completamente en el pueblo de Dios (CantR 42,1; Pesik 12,23). Estas especulaciones llegaban a afirmar que el mundo fue creado por la Torá y salvado por Israel cuando éste la aceptó (LvR 33,3; CantR 19,1). Cuando Israel se plantó en el Sinaí y recibió la Torá, el Santo, bendito sea, le dijo al ángel de la muerte: «Tú tiene poder sobre todo ser viviente pero no sobre mi pueblo, porque ellos son mi porción, y tal como Yo vivo para siempre, así mis hijos serán eternos…» (ExR 32,7). Por último mencionemos también que para los rábinos los méritos de los patriarcas eran muy importantes cuando se hablaba de la elección de Israel. Esto era especialmente cierto en relación a Jacob. Se enfatiza, por ejemplo, que en contraste con Abraham e Isaac, quienes engendraron a Esau y a Ismael, dos generaciones malvadas, Jacob no generó ningún descendiente no apto (LvR 36,5; SifreDt 312). De este modo, los rabinos también contestan a los cristianos que se llaman descendientes de Abraham (Rom 9,6-8). Para más detalles: The Jews as Chosen People, Tradition and Transformation, p.33-44