La mujer adúltera y el escriba
Si alguno de vosotros está más o menos familiarizado con el Evangelio de Juan, esto es con su vocabulario, su estilo, y sus tópicos, no podrá haber dejado de preguntarse sobre una intrusa que irrumpe en la obra por la puerta de atrás: la mujer adúltera (8,1-11). La historia de la mujer adúltera es quizás una de las más entrañables de los evangelios. Es un relato muy conmovedor porque es capaz de reflejar magistralmente temas como el perdón, el pecado, y el juicio en las relaciones humanas. Sin embargo, aparece como un pegote en el cuarto evangelio. El vocabulario y el estilo de este relato es más cercano a los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) que a Juan. Aparece en el evangelio en medio del último día de las fiestas de los tabernáculos (7,37a) cuando el foco está puesto, por una parte, en la revelación de la identidad de Jesús como agua viva (7,37b-38) y luz del mundo (8,12); y por otra, en la división que produce su revelación entre quienes creen o no en Jesús. Así, como si no hubiese sido invitada, ha irrumpido uno de los personajes más queridos de los evangelios, la mujer adúltera. Pero, ¿cómo es que ha llegado a «colarse» en el evangelio?
A pesar que durante el Imperio Romano el mundo conoció una circulación y un mercado de libros como nunca antes, las cosas distaban mucho de ser como nuestra cultura literaria actual. Algunos ejemplos son suficientes para ilustrar el punto. Aunque se discute, la mayoría de los especialistas, creen que sólo el 20% de la población podía leer. Los pápiros y los códices eran relativamente caros (aunque se discute cuán caros) lo que hacía que fuese difícil comprar un «libro». Al no existir «casas editoriales», lo que sucedía en la práctica era que tal o cual tenía un papiro que me interesaba, y si yo tenía un esclavo escribano, podía pedir el texto para copiarlo. Y así iba pasando de mano en mano, de escriba en escriba….casi nunca para leerse en privado, sino para proclamarse o representarse a viva voz. Esto sucedía con toda obra literaría, también con los evangelios.
Lo que sucedió con nuestra «mujer adúltera» se inscribe en este movimiento de papiros y códices. La crítica textual (el estudio y análisis de las copias antiguas de las sagradas escrituras con la finalidad de consensuar el texto original) nos cuenta de la existencia de papiros muy antiguos del cuarto evangelio que no tienen el relato de la mujer adúltera. Esto indica que en algún momento posterior un escriba que sentía un profundo afecto por este relato lo copió en el cuarto evangelio para que no se perdiese. La verdad de las cosas, bendita idea.
Otro ejemplo clásico de la «iniciativa» de los escribas, pero esta vez con un programa teológico más delinieado, lo encontramos en el «final largo» del evangelio de Marcos. ¡En algunos papiros muy antiguos el Evangelio de Marcos termina en 16, 8! Esto significa que el final original del evangelio no consideraba relatos de la resurrección de Jesús. Simplemente terminaba con la aparición del joven vestido de blanco a las mujeres anunciando que Jesús iría delante de los discípulos a Galilea…y las mujeres asustadas huyen del sepulcro sin decirle a nadie lo sucedido! Más tarde, cuando ya se habían escritos los evangelios de Mateo y Lucas, un escriba añadió el final largo (16,9-20) incorporando conocidas apariciones del resucitado.
A pesar que durante el Imperio Romano el mundo conoció una circulación y un mercado de libros como nunca antes, las cosas distaban mucho de ser como nuestra cultura literaria actual. Algunos ejemplos son suficientes para ilustrar el punto. Aunque se discute, la mayoría de los especialistas, creen que sólo el 20% de la población podía leer. Los pápiros y los códices eran relativamente caros (aunque se discute cuán caros) lo que hacía que fuese difícil comprar un «libro». Al no existir «casas editoriales», lo que sucedía en la práctica era que tal o cual tenía un papiro que me interesaba, y si yo tenía un esclavo escribano, podía pedir el texto para copiarlo. Y así iba pasando de mano en mano, de escriba en escriba….casi nunca para leerse en privado, sino para proclamarse o representarse a viva voz. Esto sucedía con toda obra literaría, también con los evangelios.
Lo que sucedió con nuestra «mujer adúltera» se inscribe en este movimiento de papiros y códices. La crítica textual (el estudio y análisis de las copias antiguas de las sagradas escrituras con la finalidad de consensuar el texto original) nos cuenta de la existencia de papiros muy antiguos del cuarto evangelio que no tienen el relato de la mujer adúltera. Esto indica que en algún momento posterior un escriba que sentía un profundo afecto por este relato lo copió en el cuarto evangelio para que no se perdiese. La verdad de las cosas, bendita idea.
Otro ejemplo clásico de la «iniciativa» de los escribas, pero esta vez con un programa teológico más delinieado, lo encontramos en el «final largo» del evangelio de Marcos. ¡En algunos papiros muy antiguos el Evangelio de Marcos termina en 16, 8! Esto significa que el final original del evangelio no consideraba relatos de la resurrección de Jesús. Simplemente terminaba con la aparición del joven vestido de blanco a las mujeres anunciando que Jesús iría delante de los discípulos a Galilea…y las mujeres asustadas huyen del sepulcro sin decirle a nadie lo sucedido! Más tarde, cuando ya se habían escritos los evangelios de Mateo y Lucas, un escriba añadió el final largo (16,9-20) incorporando conocidas apariciones del resucitado.
A un nivel teológico, estas iniciativas de los escribas antiguos nos indica que la revelación de Dios en el Nuevo Testamento está lejos de ser un dictado desde el cielo. Definitivamente la revelación de Dios toma en considaración toda circunstancia humana. También la iniciativa espontanea de un escriba. ¿Cómo no llegar a creer hasta el final en la humanidad de Dios?