Martirio (II): ¿Liturgia y experiencia mística?
Una de las características del martirio en la tradición judeo-cristiana es el presentarlo como una liturgia sacrificialmente eficiente en comparación con los cultos paganos u oficiales. El ejemplo más representativo es el de Jesús en el cuarto evangelio donde, además de ser presentado como el cordero de Dios, su muerte se ubica el mismo día en que se degollaban los corderos para la celebración de la Pascua. Para los primeros cristianos el martirio se presentó como un sacrificio que imitaba al de Cristo, superando así a la misma eucaristía que se entendía como un sacrificio sustitutivo. Como la eucaristía, el martirio se realiza en la mesa del sacrificio (Ignacio de Antioquia Trallians 5,2) y se presenta de manera pública en procesión delante del mundo (Origenes, Exhortación al martirio). Así, por ejemplo, la descripción del martirio de Policarpo es practicamente la de una liturgia al modo de la pasión de Cristo, desde su entrada en un polinillo en Esmirna; la procesión que lo conduce para ser juzgado por el pro-cónsul; su larga oración consagratoria donde menciona a los otros mártires y a la copa de la cual Jesús bebió; la voz desde el cielo cuando ya está en la arena del circo; y su propia muerte con la mención a la resurrección (Martirio de Policarpo). Clemente de Alejandría también relaciona el martirio con la imitación de Cristo en un contexto litúrgico. El autor señala que los mártires son verdaderos templos, lugares de sacrificio, y los aspectos rituales de sus muertes han de suavizar los duros corazones de los perseguidores y de los paganos. Todos estos ejemplos nos señalan el carácter marginal del martirio cristiano ya desde su fundador en el sentido que se presenta como una crítica a la liturgia sacrificial de los cultos oficiales ya sea romano o judío.
El hecho que el martirio se entienda como la verdadera liturgia implica la transformación del mártir que pasa a participar del culto celestial. En ese sentido, e irónicamente, el martirio es ya una reconpensa en medio del dolor al asimilarsele con una experiencia mística. Ya en 2 Mac 7, 36 el menor de los hermanos señala respecto a sus hermanos recien inmolados: «Mis hermanos, después de soportar ahora un dolor pasajero, participan ya de la promesa divina de la vida eterna». Lo que se quiere decir es que los mártires llegan a transformarse en representantes del culto y realidades celestiales. La misma experiencia de Jesús apunta en ese sentido ya que una vez martirizado es resucitado y ascendido a los cielos (generalmente aquí se produce un juego de palabras en griego) y transformado al sentarse a la derecha del Padre (Hch 2,22-36; 5,30-31). Esteban, el primer mártir cristiano, justo antes de sufrir el martirio tiene una visión de los cielos abiertos y del Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios. Cuando inmediatamente después es apedreado se transforma en otro Cristo exclamando: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» y «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hch 7,49-60). Ignacio de Antioquia ve su próximo martirio como la proximidad con Cristo y como la recepción de la gloria celestial: «Sufriendo recibo la luz pura. Una vez que llegue allí por fin seré un hombre» (Romanos 5,3-6). El Martirio de Pionius (22) nos relata el testimonio de un sacerdote en Esmirna hacia el año 250 el cual ha sido reconocido como lo suficientemente fuerte de sufrir su martirio hasta el fin y que después de su victoria en el gran combate, después de pasar por la puerta estrecha llega a la ancha luz. La transformación de Pionius se enfatiza señalando que cuando es crucificado y quemado reza con un rostro radiante y feliz para terminar con las mismas palabras de Jesús: Señor, recibe mi espíritu. Una vez muerto su rostro sigue brillando de felicidad dando a entender su transformado estado angélical. La transformación de los mártires también aparece en los Actos de los mártires de Lyon y Vienne, seguramente escrito hacia el 177, donde se nos habla del sorprendente caso de la mártir Blandina en quien, a pesar de ser mujer y esclava, el público pudo reconocer a Cristo. En el mismo libro se habla de la fragancia y la belleza de aquellos que resisten la prueba como la anticipación de su resurrección.
La tradición judeo cristiana ha valorado el martirio sublimándolo de manera excelsa, llegando a equipararlo con una experiencia mística y anticipando en éste la transformación angelical o glorioso final. De esta tradición también emana la idea musulmana del martirio. Esta sensibilidad respecto al martirio nos parece hoy muy lejana. Es muy probable que para cualquiera de nosotros sería espantoso ser testigo de semejante liturgia y transformación. Sin embargo, ¿era para todos los cristianos el martirio un ejemplo a imitar?