¿Cómo Jesús, un profeta de galilea, llegó a ser considerado Dios? (III)
En la rápida y multifacética evolución del cristianismo primitivo en relación a la definición de la identidad de Jesús, Pablo agrega otro elemento a considerar: Cristo es el último, definitivo, y espiritual Adán (1Cor 15,21-22; 45-49). Para entender qué significa este importante aporte cristológico tenemos que recordar que en el tiempo de Jesús existía una importante especulación en relación a los primeros capítulos del Génesis. Particularmente interesante resultaba explicar el por qué este primer libro del Pentateuco nos presenta dos relatos distintos de la creación del hombre y la mujer (Gn 1, 26-30 y Gn 2, 7.21-23).
Uno de los filósofos, teólogos y místicos que abordó este problema en el siglo I fue el judío Filón de Alejandría. A través de una exégesis alegórica del libro del Génesis, planteó la prioridad del primer Adán (Gn 1, 26) como imagen espiritual del hombre perteneciente al inmutable y eterno mundo de las ideas. Este Adán espiritual serviría como modelo en la mente de Dios para la creación del Adán mortal y humano (Gen 2,7). A nivel soteriológico, el ideal del sabio, de acuerdo a este autor, es la asimilación a la imagen espiritual del hombre expresada en el primer Adán (Gn 1,27) y la consecuente distancia de la imagen material, corruptible y volatil del segundo Adán (Gn 2, 7). Estas ideas estarán a la base del Evangelio de Tomás. Este documento plantea que cada uno de nosotros participa de la imagen del primer Adán, todos somos inmortales. Sin embargo actualizar o no esa cualidad depende de si somos capaces de descubrirla y de renunciar al mundo material , cambiante y perecedero que nos rodea. Jesús es quien nos señalaría el camino que hemos de recorrer hacia la inmortalidad.
Otros exégetas del libro del Génesis, aunque un poco más tardíos que Pablo y Filón, fueron aún más lejos. Estos autores tenían a la base una distinción entre nuestro mundo material, mutable, y perecedero, creado por un Demiurgo; y un mundo espiritual, inmutable y eterno, que es el de Dios. Ellos creían en un redentor celestial que identificaban con el Hijo, que habitaba junto con el Dios verdadero, y que era el arquétipo del Adán espiritual de Gn 1,27. Este redentor celestial comienza salvando cuando se aparece al creador del mundo material y sus demonios como una imagen luminosa ya sea en los cielos o bien como un reflejo sobre las aguas (Gn 1,2). El creador del mundo material, maravillado de esta imagen y queriendo poseerla, creó una copia de esta. Como este Demiurgo esta sujeto a la materia y a las pasiones, la copia que creo fue defectuosa, sujeta a las emociones y a la percepción. Así nace Adán como idea defectuosa. Entonces más tarde, y en secreto, Dios movido de compasión, le donaría a Adán parte del Espíritu del mundo inmutable, incorpóreo y luminoso. Esto es lo que realmente le da la vida, le pone de pie, y así Adán queda constituído con una chispa de ese mundo espiritual e inmutable, al modo de Gn 1,27. El Adán espiritual ha sido creado. Esta chispa es lo que lo hace superior a los dioses del mundo material. Entonces estos dioses, poderes y el Demiurgo se dan cuenta de lo sucedido y se llenan de sentimientos relacionados con lo corporal o femenino: rabía, enojo, envidia. Y así deciden encerrar a Adán en un cuerpo material y deviden la naturaleza andrógena adámica en un hombre y una mujer, dotándolos de deseo sexual (Gn 2, 7). La humanidad queda, así, relegada a un estado de esclavitud en relación al demiurgo: queda encarcelada en cuerpos humanos; queda en estado de ignorancia respecto a su verdadero origen divino; queda en la oscuridad. Todo esto hasta que el Salvador o redentor celestial desciende para despertar la dimensión espiritual del hombre. En muchos de estos relatos el redentor celestial se identifica con Jesús quien salva recordándole al ser humano quiénes son verdaderamente. La muerte vicaria de éste en la cruz queda totalmente excluida como posibilidad de salvación (aunque esto habría que matisarlo de acuerdo al mito del que hablemos).
Karen King define bien el trasfondo de estos mitos: «El verdadero yo es representado como un extranjero cuyo origen, esencia e identidad pertenecen a otro lugar. El hombre construye una identidad religiosa ajena a los poderes mundanos y preocupaciones políticas del momento, orientándose hacia una realidad divina trascendente. El mundo y todo lo que le pertenece llega no sólo a ser marginal a la auténtica realidad, sino una copia defectuosa de ésta» (King, Secret Revelation, 172).
Pablo no está ajeno a las especulaciones relacionadas con Adán. El apóstol también distingue dos adanes (Rom 5,12-21) pero, y esta es su peculiaridad, lo hace desde la perspectiva de la historia de salvación. Esto quiere decir, en primer lugar, que Pablo también reconoce una suerte de deficiencia en la creación, especialmente la muerte y el pecado, pero como consecuencia de la trasgreción del primer Adán. Segundo, Pablo cree que Dios responde a esa deficiencia a través de la muerte y resurrección de Jesús, que precisamente inaugura un nuevo tiempo, una nueva creación, mediante su exaltación y transformación en el segundo Adán. A nivel soteriológico, todos los cristianos estamos llamados a hacernos a la imagen de este segundo Adan para reflejarla al mundo. Esto lo logramos compartiendo su muerte y su gloria. La resurrección de Jesús, que lo confirma como segundo Adán, se inscribe en la esperanza apocalíptica de una nueva creación, y no en algún otro tipo de mitos que lo lleven al origen de la creación o a una especulación acerca del hombre arquetípico.
El reconocimiento de Jesús como el segundo Adán lo ubica en un escenario de carácter cósmico y pre-existente. En 2 Cor 4, por ejemplo, encontramos fuertes ecos de Gen 1. En ambos textos encontramos la distinción entre la luz que brilla y las tinieblas (Gen 1,3/2Cor 4,4.6; Gen1,1; 4,5/2Cor 4,6); en ambos textos Dios habla de su actividad creativa (Gen 1,3/2Cor 4,6); en ambos textos la imagen de Dios se refleja en el hombre ya sea Adán o Jesús (Gen 1,26-27/2Cor 2Cor 4,4). Esto no significa que Jesús sea Dios, pero sin duda va en camino de ese reconocimiento. En ese sentido la perspectiva paulina se relaciona con otros textos de la época que reconocían una condición tan elevada a Adán que casí tocaban en lo que posteriormente el judaísmo rabínico del siglo II llamará la herejía de los dos poderes en el cielo. En 2Enoc 30,11-12 se identifica a Adán como el principal ángel de Dios que tiene poder sobre la creación; en la Vida de Adán y Eva 14,2 el arcángel Miguel le ordena a Satán adorar a Adán quien es la imagen de Dios; en el Testamento de Abraham 11,4 el arcángel Miguel le presenta al patriarca en el cielo a un hombre de extraordinaria presencia, como la del más exelso rey celestial, sentado en un trono de oro, y que porsupuesto resulta ser Adán, la imagén del primer hombre. Que Jesús sea reconocido como el segundo Adán tiene enormes implicancias en el reconocimiento de su divinidad.