Simbolismo judeo-cristiano, buscando en los orígenes
En 1953 se encontrarón en el cementerio Dominus Flevit en el monte de los olivos en Jerusalén varias tumbas del siglo I que tenían nombres judíos familiares al Nuevo Testamento. Estas tumbas estaban marcadas por interesantes símbolos no reconocibles en la tradición judía o cristiana gentil. Podemos considerar estos símbolos como un muy temprano testimonio (o evangelio!) del judeo-cristianismo de la Iglesia de Jerusalén relacionada con los contemporáneos de Jesús y de su hermano Santiago.
Dos de los ejemplos de estos símbolos son el de la escalera de Jacob (Gn 28,12) y la serpiente de bronze (Nm 21,8). Es interesante que ambos casos están presentes en el Evangelio de Juan en un contexto de polémica contra la práctica esotérica de los viajes celestiales. En el caso de la escalera de Jacob (Jn 1,51) el evangelista está corrigiendo el midrás de TgNf Gen 28, 10-17 que decía que el rostro de Jacob estaba inscrito en el Trono de Dios (Ezekiel 1,10) y que los ángeles subían y bajaban de los cielos para contemplarlo en la tierra y en los cielos. El cuarto evangelio (1,51) no sólo va a reemplazar la imagen de Jacob por la del Hijo del Hombre, sino que va a señalar que los ángeles van a subir y descender sobre Jesús crucificado. Es sólo en la cruz donde los ángeles subiendo y descendiendo de los cielos reconocen la realeza de Jesús. Se cierra a cualquier tipo de experiencia mística de viaje celestial donde el vidente pueda contemplar al Jesús glorioso en los cielos, prácticas que como veremos, fueron fundamentales en el primer cristianismo. A Jesús glorificado se le contempló en la cruz.
El símbolo de la serpiente de bronze también nos remite a un contexto de polémica contra los viajes celestiales. En Jn 3,13 se nos dice que nadie ha subido a los cielos sino el que ha descendido de los cielos, el Hijo del Hombre. Este texto está diciendo que ningún héroe del Antiguo Testamento ha subido a los cielos, tampoco ningún vidente que quiera emularlos podrá hacerlo. Sólo el Hijo del Hombre, quien ha descendido de los cielos, podrá subir. Lo notable es que esto sucederá cuando sea levantado, tal y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, esto quiere decir cuando sea crucificado (Jn 3,14). Este ser levantado (en la cruz) implica irónicamente el ser glorificado o exaltado (Is 52,13; Hch 2,33; 3,13; 5,31). Inmediatamente después el evangelista agrega que todo aquel que crea en el Hijo del Hombre tendrá vida eterna, al modo en que todos los que veían a la serpiente de bronze levantada en el desierto vivían recuperando la salud (Nm 21,7-9). El punto en el cuarto evangelio no es el ver visiones, al modo de los místicos de la Mercabá, sino el creer en el Hijo del Hombre.
Ahora bien, ¿es la interpretación joánica de la escalera de Jacob y la serpiente de bronze levantada la más temprana para entender el símbolismo de los osarios del cementerio Dominus Flevit? La interpretación joánica no es sólo posterior, sino que está corrigiendo el significado más temprano de los símbolos en cuestión. Personalmente creo que las tempranas imagenes de la escalera de Jacob y la serpiente levantada se explican en el contexto de las visiones del resucitado en los primeros años del cristianismo. Una de las tradiciones más antiguas dice relación a la visión de Esteban justo antes de morir mártir donde se nos dice que Jesús aparece transformado y exaltado a la derecha de Dios en el Templo celestial (Hch 7,1-56). Por su parte en el contexto del discurso de Pedro a la multitud (Hch 2,33) se ocupa el mismo verbo que ocupa Juan para hablar de la serpiente levantada (uyow) para significar la exaltación y transformación de Jesús resucitado a la diestra del Padre. La resurrección de Jesús se entendió como una exaltación y transformación de este cuando asciende a los cielos. El cristiano, especialmente el mártir, no sólo contempla a Jesús exaltado sino que está llamado a compartir la misma suerte. La misma experiencia de Pablo en 2 Cor 12, en el contexto de las visiones y revelaciones, nos dice cómo éste fue levantado (arpagenta) al tercer cielo, es decir al Templo celestial o Paraíso, donde oyó palabras inefables. Aunque no sabemos en qué consistió su cristofanía (mal llamada conversión) es muy probable que fuese también una experiencia visionaria del resucitado (1Cor 1,17; 9,1; 15,8; 2Cor 3,8-9.18; 4,4. 6; Gal 1,8.12; Fil 3,8). Este es el contexto experiencial para entender adecuadamente los osarios del Dominus Flevit, más aún si consideramos que este tipo de experiencias en el mundo antiguo eran indicativas de lo que el hombre iba a contemplar una vez muerto. En otras palabras, el escenario más plausible para entender los símbolos de los osarios, son las visiones que los primeros cristianos tenían del Jesús resucitado. Este se había configurado en la escalera y la serpiente levantada para poder acceder a las realidades celestiales. No sabemos por qué pero ya en el tiempo y en el contexto del cuarto evangelio estas imágenes se traducirían de distinta manera para enfatizar la dimensión del creer por sobre las visiones extáticas.