La difícil relación entre Jesús y los fariseos en los evangelios parece más bien la disputa entre primos hermanos que entre dos grupos desconocidos y distantes. Junto a los fariseos aparecen los
saduceos en el contexto de la predicación del Bautista (Mt 3,7); pidiéndole un signo a Jesús (Mt 16,1.); y en la advertencia que le hace Jesús a la gente respecto a éstos dos grupos (Mt 16, 6.11). ¿Quiere decir esto que los saduceos era un grupo cercano a los fariseos y aliado en la lucha contra Jesús? Esta mención de los
fariseos junto a los saduceos parece ser más una estrategia teológica que una realidad histórica. Lo que se quiere decir es que
todas las autoridades estaban contra de Jesús. Desde el punto de vista histórico es poco probable que los
saduceos actuasen en armonía con los fariseos. Y es que habían muchas diferencias entre ellos. Algo de esto se trasluce en las discusiones respecto a la resurrección, creencia compartida entre Jesús y los fariseos en contraposición con los
saduceos (Mc 12,18; Mt 22,23; Lc 20,27; Hch 4,1; 23,6-8). Además de
no creer en la resurrección los evangelios relacionan a los
saduceos con las
autoridades religiosas y políticas en Jerusalén, los que los coloca en linea antagónica directa con Jesús. ¿Es esto, sin embargo, lo único que podemos saber de los
saduceos? ¿No estamos, de nuevo, ante una carícatura de los evangelios respecto a los antagónistas de Jesús? ¿Podemos acercarnos con más empatía a este grupo religioso? Tal vez, si contrastamos lo que nos dice Josefo de los saduceos con parte de la literatura sapiencial, especialmente
Eclesiástico,
podamos tener una idea más realista de este grupo
. Esto no quiere decir que el
Eclesiástico sea un libro saduceo, pero sin duda se acerca a mucho de lo que Josefo nos dice de ellos.
Partamos señalando lo más conocido respecto a los saduceos: no creían en la inmortalidad del alma o en la resurrección (Ant. 18.16; cf. Eclo. 14:12-19, 38:16-23) y en algún castigo post mortem para los malvados y una recompensa para los justos (Guerra 2.165). De la misma manera en el libro del Eclesiástico nos dice que la muerte nos espera a todos (14:17; 17:30; 38:22; 41:1-4) porque es la última palabra (10:10- 11; 38:21; 41:4) después de la cual no hay ni castigo ni recompensa (7:17,10:11; 14:11-19). El castigo de los malvados se paga, como todo en la vida, en esta tierra ya sea a través de una muerte temprana (21,9) o a través de algún sufrimiento (11,25-28). Pero la muerte nos iguala a todos, buenos o malos, (Job 17,13-16; Eccl 9,10-11) porque todos terminamos en el Sheol donde no hay placer (Eclo. 14,16), donde no se alaba a Dios (17,27-28), donde no hay argumentos (41,4). Lo único que nos puede perpetuar no es la ilusión de la inmortalidad o la resurrección sino nuestros hijos (30:4–5; 40:19, 44:12–13) y nuestra buena fama (41:11-13; 44:14-15). Desde el punto de vista antropológico esto se traduce en que no existe separación entre el alma y el cuerpo (Josefo, Ant. 18,16), la muerte es una experiencia unitaria, todo el hombre es el que muere y desciende al Sheol.
Según Josefo (Ant. 13,173) los saduceos no creen en ningún tipo de justicia celestial. La literatura sapiencial es coincidente con esta idea (Prov 14,17 en los LXX, Bar 3,28), enfatizando que el hombre es plenamente responsable por lo bueno o malo que le sucede (Prov 10:27-31; Eclo 16:1-23, 39:28-31, 40:12-17). El mal no se paga más allá, sino que aquí en esta tierra, a través de las muchas vueltas que da la vida (Prov 13:11; Eccl 4:14; 5:12-13; 9:12; Eclo 11:4-6, 27-38, 18:25-28, 22:23-26), como las enfermedades (Eclo, 38,9-15; 30,14-17), desastres naturales (39,28-31), angustías (40,1-10), o muertes prematuras (21,10) o dolorosas (11,27-19).
Por otra parte, los
saduceos creían que nada puede reemplazar la libertad y responsabilidad humana. En ese sentido, Josefo nos dice que éstos no creían en ningún tipo de
destino que pueda determinar la voluntad humana(
Ant. 13.173;
Guerra 2.164; Prov. 1,1-8,29). Algo similiar sucede en el
Eclesiástico donde se recalca la libertad de elegir del hombre (15,11-20), enfatizando que ninguno de nosotros está condicionado a hacer el mal (15,11-12.20). Dios no es responsable del mal o de la injusticia (Prov 6:16-19; 11:1, 20; 12:22; 15:9, 26; 16:5; 17:15)porque Él es completamente bueno. El único responsable del mal en este mundo es el manejo de su libertad que hace el hombre.
Cabe destacar que el Eclesiástico como los saduceos, a diferencia de Jesús y los fariseos, no reconoce autoridad alguna a la Ley oral que se trasmitía de generación a generación (Ant. 13.297–98; cf. Sir 24:23-33, 38:34–39:11). Por último, el Eclesiástico se entiende como un trabajo de elite, despresiando al tonto y al rudo, lo que coincide con la actitud que Josefo y los evangelios atribuyen a este elitista grupo (Guerra, 2,166; Eclo 21,12-22,10; 22,13-15).
La distancia entre Jesús y su grupo con los saduceos son importantes. Pero esto no hace de estos últimos unas «malas personas». Los testimonios de Josefo y de la literatura sapiencial nos permiten aventurar un grupo religioso que hunde sus raíces en las tradiciones sapienciales con toda la profundidad de éstas.