A pesar de que las experiencias religiosas son manifestaciones vitales por medio de las cuales se conforman o expresan las creencias y los valores de los grupos, en el estudio exegético raramente se las menciona. Varias razones confluyen para que esto suceda. En primer lugar porque la experiencia religiosa es un concepto difícil de definir sin caer en reduccionismos. En segundo lugar, porque se suele identificar la naturaleza de la experiencia religiosa con la “verdad” del sistema religioso donde se interpreta, dando por supuesto que cuanto más “excelsa” sea la experiencia más fidedigna será la persona o grupo que la sustenta. En tercer lugar, se dice con razón que ningún estudio sobre experiencias religiosas puede hacer justicia a la dimensión propiamente experiencial y emotiva a la que la persona afectada accede.
Hoy en día, sin embargo, nos encontramos en un pie favorable para poder aplicar algún modelo que incluya el estudio de las experiencias religiosas en los evangelios. Esto se debe a varias razones. Primero, el entendimiento sobre la dimensión subjetiva de la experiencia religiosa se ha enriquecido mucho con el aporte de disciplinas como la psiquiatría y neurobiología. Esto ha permitido objetivar el elemento personal de la experiencia religiosa. Segundo, hoy se ha superado una concepción especialmente subjetivista de entender la experiencia religiosa y que había predominado desde el siglo XVIII. La experiencia religiosa no es sólo una realidad espiritual o psicológica personal, sino que también ha de abordarse desde una perspectiva estructuralista que mire las condiciones sociales que expliquen el contenido, los valores, y el hecho mismo de las experiencias. Esto hace que cuando hoy hablamos de experiencias religiosas abordemos dimensiones personales y sociales, contribuyendo, así, a una conceptualización más equilibrada. Por último, la arqueología y el estudio de textos antiguos ha permitido incrementar mucho el conocimiento sobre las religiones en el mundo greco-romano, lo que ha servido para hacerse una idea más acabada sobre las experiencias religiosas que lo animaban y para trabajar más desde la intertextualidad.
Todo esto se ha traducido en una proliferación de libros que abordan el Nuevo Testamento desde la perspectiva de las experiencias religiosas. Entre los autores que más me han influído destacan Alan Segal, April DeConick, John Pilch, David Aune, Christopher Rowland, Christopher Morray-Jones, Pieter Craffert, Stevan Davies, James Davila, Daniel Deutsch, Rachel Ellior, Timo Eskola, Robin Griffith-Jones, John Hanson, Eleine Pagels, Karen King, Rebecca Macy Lesses, Birger Pearson, Guillel Quispel, Michael Stone, Risto Uro, Adela Yarbro Collins, Collen Shantz.Este interés sobre las experiencias religiosas como medio para interpretar los textos neotestamentarios se ha visto reflejado en el trabajo reciente de grupos como Early Jewish and Christian Mysticism (K. Sullivan y S. Bunta) y New Testament Mysticism (DeConick y A. Orlov) en la SBL, y con proyectos tan importantes como el próximo comentario en tres volúmenes sobre Nuevo Testamento y Misticismo (Orlov, DeConick y Sullivan).
En este contexto se ubica mi estudio sobre el conflicto que suponen los viajes celestiales en el cuarto evangelio. El primer paso, entonces es definir qué entendemos por viajes celestiales. ¿Qué tipo de experiencia religiosa es? ¿Cómo la podemos definir?