El siguiente es un extracto de las relaciones que hace M. Barker entre la creación y el templo de Jerusalén. El tema se encuentra desarrollado en su libro
(Londrés: T&T Clark, 2003), pero se halla sumarizado en el artículo «The Great High Priest» que la autora leyó en Brigham Young University el 9 de Mayo del 2003. Para el desarrollo de las fuentes y los detalles es necesario ir a sus libros.
El modelo del Tabérnaculo seguido por Moisés, y la consecuente construcción del Templo de Jerusalén, tienen como correspondencia con los seis días de la creación. El
primer día corresponde al
santo de los santos, y como tal se encuentra fuera del tiempo y la materia, y escondido a los ojos humanos. Sólo el sumo sacerdote tenía acceso puesto que sólo él tenía directo contacto con lo eterno y con los secretos correspondientes. El libro del Génesis comienza su relato de la creación no como
el primer día, sino como el
día uno (Yom ´echad), lo que posteriormente la tradición recordaría como el
tiempo de la unidad, cuando
Dios era uno con la creación. Este tiempo se caracterizaba por la indivisibilidad, esa unidad que está subyacente todavía en la creación temporal de acuerdo, por ejemplo, al
Evangelio de Tomás. También en textos neotestamentarios vemos las mismas ideas. En la oración de Jesús del Evangelio de Juan, también conocida como la gran oración sacerdotal, Jesús habla reiteradamente de la unidad que ha conservado con el Padre desde antes que el mundo fuera hecho (Jn 17,5). Jesus reza en los mismos términos respecto a la unidad de sus discípulos como condición para que el mundo pueda creer que ha
sido enviado (desde el santo de los santos) por el Padre (Jn 1 7,21). Es el sumo sacerdote, en este caso Jesús, que superando la
división propia de los elementos creados viene a reunificar todo en el Padre. Con otro lenguaje Col 1,15-17. 20 y Ef 1,10 nos hablan de lo mismo, la unidad de toda la creación en Cristo. El mismo Pablo describe el proceso redentor cósmico en términos de la unidad en Dios a través de Cristo (1 Cor 1 5,28). En este tiempo pristino se realiza la primera actividad creadora de Dios, los ángeles. Aunque nada de eso se menciona en el Génesis, ecos de esta tradición se encuentra en
Job cuando Dios le pregunta:
¿Dónde estabas tú cuando yo puse los fundamentos de la tierra, cuando las estrellas de la mañana cantaban juntas y los hijos de Dios exclamaban de felicidad? (Job 38:4–7). Y es que Job sabía que los ángeles estaban presentes antes que se manifestara la creación visible porque los ángeles eran los hijos de Dios, parte del santo de los santos. Lo mismo nos dice Isaías con su famosa visión del trono de Dios rodeado de ángeles (Is 6) en el santo de los santos. El
libro de los jubileos, una antigua versión alternativa del relato de la creación del Génesis, nos narra como fueron creados los ángeles en el día uno. Genesis 1 nada nos dice al respecto, mencionando sólo cómo esta unidad primordial resultó dividida.
En el principio representa al santo de los santos en el Templo desde donde la creación fue originada, y no tanto a una indicación temporal. Sólo al sumo sacerdote le es permitido de entre los hombres entrar en el santo de los santos, lo mismo que sólo al Señor de entre los ángeles le es permitido entrar en lo más sagrado del templo celestial. Algo similar atestigua el
1Enoc donde se nos dice que sólo este héroe, al modo de un sumo sacerdote, fue capaz de
estar delante del rostro del Santísimo. También en Ap. 22,3-4 vemos el Trono de Dios y al cordero, junto con
sus siervos que lo adoran, ellos verán su rostro y su nombre estará en su frente. Aquí no se distingue de quién es el rostro o el nombre, de Dios o del Cordero, lo que implicaría la unidad de ambos en el santo de los santos. Lo mismo en Ap. 11,15 donde se habla del
Reino de nuestro Señor y de su Cristo, y él va a reinar eternamente. El rey ha sido engendrado en la gloria de los santos, en medio de los ángeles en el santo de los santos. Su nacimiento como hijo divino ha sido en su resurrección, al modo de Melquizedek, cuando el cordero ha sido elevado al Trono y ha sido entronizado, uniéndose con
el que está sentado sobre el Trono (Ap. 5,6) mientras los ángeles cantan al modo de Is 9,6.
El segundo día de la creación corresponde al velo que separaba al santo de los santos y que dividía el tabernáculo. El velo como cortina que separa la Gloria de la realidad material creada era una tradición conocida, por ejemplo, en Job 26,9 Este inmenso velo estaba hecho de colores rojo, azul, púrpura, y blanco. De acuerdo a Filón de Alejandria y Josefo, cada uno de estos colores representaba un elemento básico de la creación: el rojo, el fuego; el azul, el aire; el púrpura, el mar, y el blanco la tierra. .(War 5:212-3; Ant. 3:138-4; Quaesliones in Exodum 2:85, cf. Mos. 2:88). Tanto Filón como Josefo consideraban a la lámpara de siete brazos como símbolos de los planetas (Mos. 2:103; B.J. 5:146, 217). Ambos consideraban los vestidos del sumo sacerdote como una metáfora del cosmos (Mos. 2:117-126, 133-135, 143; Ant. 3:180, 183-7).
Los restantes cuatro etapas en la creación del mundo visible corresponden desde el tercer al sexto día. En ese sentido, tanto el gran hall del templo, como el menorah y la mesa del pan consagrado, representaban la creación visible.