La condición prístina de Adán: El acceso a la inmortalidad
1. LA DOLOROSA EXPERIENCIA DE LA MUERTE
El apócrifo cristiano de origen egipcio Historia de José el Carpinterno (HistJosCarp)1 tiene el mérito de presentar el tema de la muerte con un notable realismo y simplicidad. En este texto es Jesús quien relata diferentes acontecimientos en primera persona. Así, cuando murió José, su padre adoptivo, Jesús se acercó al cadáver, le entornó sus ojos y le encajó su boca, para, después, quedarse contemplándolo por largo rato. Jesús lloró por José recordando el día en que éste marchó con él a la tierra de Egipto y las enormes fatigas que soportó por su causa (27,4). Y es que José había sido un padre bueno, un hombre fiel. Este es un momento de intensa emoción para Jesús quien le pregunta a su madre: ¿A dónde está ahora el trabajo de toda una vida? He aquí que ahora todo se ha ido en una sola hora y parece que no hubiese venido al mundo (24,2). Esta es la realidad de la muerte: un sinsentido, un quiebre definitivo que deja al hombre en un estado de precariedad radical. De allí que más adelante el mismo Jesús exclamase: ¡Muerte que acarreas llanto y abundantes gemidos! ¡Muerte que traes lamentos y pesar del corazón! (28,1). La muerte, continuará Jesús, no se avergüenza de tomar para sí al rey con la corona en la cabeza; al combatiente, a pesar de su fuerza y poderío; al rico que se preocupa de cuestiones fútiles y pasajeras (28,1). La muerte no tiene contemplaciones, a cada uno le llega su hora, y entonces el hombre deja este penoso cuerpo y abandona este mundo lleno de fatigas y efímeras tribulaciones (24, 4).
Este apócrifo reconoce que la muerte es consecuencia de la trasgresión de Adán y de su esposa Eva (28,2). De ahí que surja para nosotros la primera de una serie de preguntas: ¿Es que acaso Adán era inmortal antes de la primera desobediencia? A pesar de la amargura de la muerte, ¿no sería el vivir eternamente aún más cruel? En definitiva, ¿en qué consistió el castigo divino que advertía a Adán que de desobedecer el mandamiento ciertamente moriría? ¿Se ha interpretado de la misma manera este aspecto del Génesis a través de los siglos?
De entre estas preguntas, la fundamental para nosotros tiene que ver con una supuesta inmortalidad inicial de la primera pareja. ¿Perdió Adán una cualidad inmortal después de su desobediencia? La importancia de esta pregunta radica en las consecuencias que tiene para entender el tema de la salvación. Si desde la perspectiva subyacente en distintos textos judíos y cristianos, la salvación es el regreso al Jardín del Edén, entonces es fundamental clarificar si Adán era o no inmortal antes del pecado. Para responder esta pregunta comenzaremos estudiando la identidad de los árboles más representativos del jardín del Edén: el del conocimiento del bien y el mal, y el de la vida. Una vez vistos el contenido simbólico de estos, analizaremos cada una de las tres tentaciones que la serpiente presentó a Eva. Luego contrastaremos la advertencia divina (ciertamente moriréis) (Gn 2, 17) y la propuesta de la serpiente (ciertamente no moriréis) (Gn 3,4) para señalar, primero, el significado metafórico de la muerte en el relato del Gn; y segundo, el asunto de la supuesta inmortalidad humana en el Jardín del Edén y las consecuencias de la desobediencia humana.
2. EL ÁRBOL DEL CONOCIMIENTO DEL BIEN Y EL MAL, Y EL ÁRBOL DE LA VIDA
De acuerdo al relato del Génesis, Dios hizo brotar en el jardín del Edén todo tipo de árboles agradables a la vista y buenos para comer (2,9). De entre estos árboles dos son mencionados de manera especial: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y el mal. Ambos árboles se encontraban en el medio del Jardín (בְּת֣וֹךְ ) (Gn 2,9 y 3,3). Nada parece indicar en el relato del Gn que ambos árboles, el del conocimiento y el de la vida, se distinguiesen de algún modo de los demás árboles del paraíso. Efectivamente, al igual que todos los demás, el árbol de la vida y el del conocimiento del bien y el mal eran agradables a la vista y buenos para comer.
El que el árbol de la vida se encuentre en el medio del Jardín será una característica que se relacionará con la ubicación del santo de los santos en el templo de Jerusalén. Así, en el Tg. de Gn (2,9) se intensifica el hebreo “en el medio” por “en el medio del medio” dando a entender el lugar sacro por antonomasia, el santo de los santos. Lo mismo explicita la Pesh a Gn (2,9) que ubica el árbol de la vida en la parte más íntima del paraíso. En 1En 26,1 cuando Enoc viaja al centro de la tierra contempla un lugar bendito, sombreado con ramas vivas y en flor de un árbol que era bello. Aunque no se menciona explícitamente que este árbol sea el de la vida, sí comparte muchas de sus propiedades: el lugar donde crece es bendito, es el origen de ríos subterráneos, se encuentra en una montaña santa, y es fuente de vida. Que este árbol se encuentre en el centro del cosmos no sólo sugiere una referencia al santo de los santos en el templo, sino que además implica que es el lugar epifánico de Dios por antonomasia. Filón de Alejandría da varias explicaciones sobre el árbol de la vida, entre estas, compara a éste con el sol porque esta estrella está verdaderamente en el medio de los planetas y es la causa de las estaciones y la razón de que todas las cosas lleguen a ser (QG 1,10).
Otra característica del árbol de la vida es que, de acuerdo a algunas tradiciones, cubre toda la tierra. Tomemos por ejemplo de la literatura de Qumrán 1QH XIV, 14-19 donde entre, otras características, su copa se extiende hasta los cielo, y sus raíces hasta el abismo. En el GnRab 2,9 se le describe como un árbol que se extendía sobre todos los seres vivos. Más adelante, en el mismo texto, encontramos a R. Yehudah b. R. Ilay señalando que el árbol de la vida tenía [una anchura de] quinientos años de distancia y todas las aguas primitivas bajo él se dividían…incluso su tronco abarcaba una distancia de quinientos años.
Tanto el árbol de la vida como el árbol del conocimiento del bien y el mal se encontraban en el medio del Jardín. No han sido pocos los comentaristas que han dicho que en verdad ambos árboles no son sino dos aspectos de uno sólo. Esto aparece apoyado por un análisis cuidadoso de Gn 3, 22 donde וְעַתָּ֣ה sería un vaw explicativo, esto es, una conjunción que uniría lo que se predica en la primera parte de la sentencia con respecto al conocimiento del bien y el mal, con lo que se nos dice respecto al árbol de la vida en la segunda. A esto se suma el hecho de que la sanción vinculada al comer el fruto del árbol del conocimiento sea precisamente la muerte (Gn 3,3), y de que en general en Gn 2, 16-17 y 3,1-16, el texto pareciera entender la existencia de un solo árbol en el medio del Jardín.
Esta opinión la encontramos en las más tempranas interpretaciones de este texto. Por ejemplo, en la versión de los primeros capítulos del Gn en el libro de los Jubileos. Según esta temprana interpretación (Jub 3,17-19) es sólo un árbol el que se encuentra en el medio del Jardín (algo así como Gn 3,3) suponiendo la identidad entre el de la vida y el del conocimiento del bien y el mal. El apócrifo eslavo Palabras sobre Adán y Eva y sus hijos (PalAdEvHij) parece compartir la misma idea porque cuando la primera mujer conversa con la serpiente le dice que Dios le prohibió comer del árbol que se encuentra en el medio del Jardín sin especificar su identidad ( ) (pg. 10).
A pesar de estas fuentes que parecen identificar ambos árboles, y debido principalmente al contexto narrativo más amplio de Gn 2, 4b- 3,21, es más prudente creer que la interpretación original del texto distinguía dos árboles diferentes. Que los dos árboles que se encontraban en el centro fuesen distintos parece desprenderse, además, de Gn 3, 22-24 donde Dios los distingue claramente. Por lo tanto parece más apegado al texto distinguir entre el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y el mal.
Antes del pecado, por lo tanto, el hombre vivía en un Jardín que evocaba todo tipo de sensaciones y estímulos sensoriales a través de una multitud de árboles agradables a la vista y buenos para comer. En una especie de infancia consentida, la primera pareja podía degustar de todo árbol a excepción de uno sólo: el árbol del conocimiento. Hay que hacer notar que de acuerdo a Eva, la prohibición divina también se extendía al hecho de tocar los frutos de este árbol (Gn 3,3). La advertencia implicaba el hecho cierto de la muerte (Gn 2,17; 3,3). La muerte instantánea sería el resultado de la desobediencia al requerimiento divino. Ahora bien, en el texto bíblico no se dice nada de una prohibición a comer del fruto del árbol de la vida (Gn 2,17). Este hecho se confirma en fuentes más tardías como el Sha´arei Orah 5 donde explícitamente se menciona que Dios no previno a Adán de comer del árbol de la vida. Sin embargo, una vez que comió del árbol del conocimiento, se le prohibió acercarse al árbol de la vida por cuanto el primero es la puerta de entrada para el segundo.
Habiendo visto las principales cualidades de los árboles del Jardín continuemos estudiando el contenido y las consecuencias de las tentaciones de la serpiente. Comenzaremos con la seducción que implica el abrirse los ojos y la igualdad con Dios (Gn 3, 4-5). Sólo después de estudiar estos elementos avanzaremos sobre el significado simbólico de la muerte y sobre el aspecto más relevante del presente capítulo, la supuesta inmortalidad de Adán previo al pecado.
3. SOBRE LA SERPIENTE Y LA TENTACIÓN DE SER COMO DIOS
Queremos saber si Adán, de acuerdo al texto bíblico, era o no inmortal antes de la desobediencia que provocó su expulsión del Jardín del Edén. Para ello hemos analizado las características de los árboles de la vida y del conocimiento del bien y el mal en el medio del paraíso. Hemos descrito un jardín lleno de estímulos sensibles que hacían de la vida algo parecido a una infancia consentida. Todos los árboles eran agradables a la vista y sus frutos al paladar. En medio de este estado paradisiaco aparece la serpiente, la más astuta de todos los animales del campo, para tentar a la mujer (Gn 3,1). Fijémonos que el argumento de la serpiente cuando cuestiona a Eva es precisamente desfigurar el contenido de la advertencia de Dios. Éste había instruido al hombre (Gn 2, 17) que de comer del fruto del árbol del conocimiento ciertamente moriría (תָּמֽוּת מ֥וֹת). La serpiente, en cambio, exclama: ciertamente no moriréis. Y agrega dos tentaciones más: vuestros ojos serán abiertos y seréis como Dios (Gn 3,4-5).
Lo que es particularmente interesante es que la serpiente parecía decir la verdad en cada uno de los tres aspectos que mencionó. Consideremos que los ojos de la primera pareja fueron efectivamente abiertos (¡para conocer que estaban desnudos!) (Gn 3,7); que Dios reconoció que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal (Gn 3,22); y que Adán llegaría a vivir 930 años (Gn 5, 5). ¿Le da estos hechos la razón a la serpiente? ¿Podemos decir, entonces, que Dios no decía la verdad? ¿O es que se arrepintió de su indicación previa? O como suele ocurrir en estos textos tan antiguos, ¿estamos frente a un significado simbólico, no textual, del abrir los ojos, ser como Dios y padecer la muerte? Esta última es la explicación más razonable para darle sentido a nuestro texto.
Antes de estudiar la primera tentación, que dice relación al hecho de no morir como lo habría advertido Dios, analicemos brevemente los otros dos embaucamientos de la serpiente. La segunda (vuestros ojos serán abiertos) y la tercera (y seréis como Dios) de las tentaciones están estrechamente relacionadas. El abrir los ojos implica la adquisición del conocimiento, entendimiento y comprensión (Is 42,7; Jr 32,19). Así, el primer significado de este abrir los ojos es el llegar a ser como Dios porque Éste tiene un conocimiento total de la realidad. Este conocimiento divino implica la capacidad de discernir el bien y el mal. Es una sabiduría que no está restringida a una mera distinción ética o moral. Como decíamos en el primer capítulo, se trata de un conocimiento sapiencial, uno que hace al hombre capaz de experimentar y discernir el éxito y el fracaso, la alegría y el dolor, la justicia y la iniquidad (Pr 8-9). Este conocimiento lo vamos adquiriendo a lo largo de nuestra vida porque es parte de nuestro desarrollo humano. La distorsión no está en la sabiduría en sí misma, sino en adquirirla prescindiendo de Dios. Y es que ésta, lo mismo que la inmortalidad, son un don divino. El hombre, al apropiarse por sí mismo de la sabiduría, rompió el orden y equilibrio de la creación porque se puso en el centro. Y al ponerse en el centro provoca que muchas veces confunda el mal por el bien. Su inteligencia ha quedado obstruida. Ahora bien, a pesar de esta distorsión, el ser humano accedió a un mundo mucho más rico y sutil de experiencias y responsabilidades. Ya no es un niño, ahora es un adulto apto para un mundo que, más allá del Jardín del Edén, se le presentará hostil y difícil. Un mundo donde tendrá que trabajar duro para alcanzar el alimento, donde el parir será un proceso doloroso, donde las relaciones humanas con el mundo animal serán complejas2.
La trasgresión, sin embargo, también significó el acceder a un rostro de Dios hasta entonces desconocido, uno que es capaz de sufrir, de comprometerse, de compadecerse. Repitamos lo que ya enunciamos en el primer capítulo, cuando los ojos de la primera pareja fueron abiertos lo primero que descubrieron fue su desnudez. Ésta nos lleva a la precariedad de la vida humana, carente de toda posesión al nacer y al morir (Job 1,21; Ec 5,14; Os 2,5). La desnudez es el verse desprovisto violentamente de ropas, cuidados mínimos, poder y auxilio (Is 58,7; Ez 18, 7.16; Am 2,16). Esta es la razón de por qué cuando Adán escuchó a Dios en el huerto tuvo miedo y se escondió (Gn 3,10). Era la primera vez que experimentaba la inseguridad, la pobreza y la precariedad delante de Dios. Y al mismo tiempo, solo desde esta experiencia la primera pareja pudo acceder al rostro de un Dios compasivo que hace para ellos unos vestidos (Gn 3,21). El querer ser como Dios abre al hombre un mundo mucho más complejo que las sensaciones y estímulos sensoriales que recibían en el Jardín a través de una multitud de árboles agradables a la vista y buenos para comer. Es un mundo de conocimiento ético y experiencial marcado por matices que van desde la alegría al dolor, desde el éxito al fracaso, desde la justicia a la iniquidad. El hombre se abre a una experiencia de Dios distinta, mucho más adulta, realista, y comprometida.
Una vez analizado el significado de los dos árboles en el medio del Jardín, y de las consecuencias de las dos últimas tentaciones de la serpiente, es el momento para que analicemos la primera de éstas, respecto a la inmortalidad. Este análisis nos llevará a responder varias preguntas, ¿en qué consiste la muerte que advirtió Dios a la primera pareja en caso de desobedecer su mandamiento? ¿En qué sentido esta muerte se perpetua en la historia del pueblo elegido? Y finalmente, ¿es qué acaso Adán era inmortal en el Jardín del Edén?
4. SOBRE LA SERPIENTE Y LA TENTACIÓN DE NO MORIR
Vamos a la primera tentación de la serpiente, la que contraviniendo la advertencia divina, decía que la primera pareja ciertamente no moriría si comiese del árbol del conocimiento del bien y el mal. Y en este punto, de nuevo, el reptil pareciera tener la razón. De hecho Adán y Eva no sólo no murieron, sino que tuvieron una vida extremadamente longeva. Aquí la cuestión es que o Dios mintió o la muerte ha de entenderse en clave simbólica.La pregunta es evidente, ¿cuál es el significado simbólico de la muerte de acuerdo al texto del Génesis? ¿De qué muerte estamos hablando?
La respuesta a esta pregunta viene dada por la adopción de un contexto más amplio, el de la Teología de la Alianza, que interpreta la desobediencia de la primera pareja en paralelo con la rebeldía del pueblo de Israel en relación a la Torá. Teniendo a la vista este principio tenemos que acercarnos a las semejanzas que existen entre la historia de la creación de Adán y Eva, y el relato que marca el climax de la historia de la salvación de Israel: la experiencia del Sinaí.
Los paralelos entre la historia de Adán y Eva, y la experiencia del pueblo de Israel en el Sinaí son importantes. En el primer caso Dios crea al hombre; en el segundo Dios elige a Israel. En el primero, se le da un mandamiento al hombre; en el segundo, la Torá es revelada. En el primero, el mandamiento es violado; en el segundo, la Torá es trasgredida (Ex 32-34). En el primero, el hombre es expulsado del Edén; en el segundo, el pueblo sufre el exilio de la tierra prometida. En este esquema el árbol del conocimiento prefigura la Torá (algo que muy bien comprendía San Pablo). La desobediencia de la primera pareja, al igual que la del pueblo de Israel en el Sinaí, y más tarde en la monarquía previa al exilio, tiene que ver con la desobediencia a la Alianza que Dios ha establecido con su pueblo. Esta idea se expresa claramente en el GnR 19,9 donde leemos la siguiente declaración de Dios:
Igual que al primer hombre lo introduje en el jardín del Edén, le di instrucciones, transgredió mi mandato, le castigué con destierro y expulsión…Del mismo modo, a sus hijos los introduje en la tierra de Israel, les di instrucciones, trasgredieron mi mandato, los castigué con destierro y expulsión, y entoné por ellos una lamentación.
Lo que está detrás de este texto es la advertencia fundamental de la Alianza (Dt 30, 15-16. 19-20) donde Dios pone delante del pueblo dos opciones: la vida y el bien, o la muerte y el mal. Si el hombre guarda los mandamientos (y en el caso de la primera pareja se abstiene del fruto del árbol del conocimiento) serán bendecidos en la tierra prometida (prefiguración del paraíso), serán fecundos, y vivirán amando al Señor, escuchando su voz y estando cerca de Él. En esto consiste la vida para el pueblo de Israel. Por el contrario, la muerte, que se extiende desde la desobediencia de la primera pareja, pasando por la rebeldía del pueblo de Israel en el Sinaí, hasta la infidelidad de los reyes de Judea, consiste en perder la comunión entre el hombre y el creador. La muerte no es sino la lejanía de la creatura en relación a su creador. La muerte es el exilio definitivo del hombre de la presencia divina, de su familiaridad, de su cercanía, de su sostén.
La muerte, que no es sino expresión del exilio humano en relación con Dios, se expresa de una manera teológicamente sublime a través de la imagen de la expulsión del templo. Partamos recordando lo que ya mencionamos en el primer capítulo, la estrecha relación entre el paraíso y el templo está atestiguada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Así, por ejemplo, existen una serie de coincidencias entre las características del paraíso en el relato del Gn 2-3 y las del tabernáculo de acuerdo a otros libros del Pentateuco. Entre los profetas, Ezequiel describe las murallas del gran atrio del templo al modo del Jardín del Edén, llamando la atención sobre los querubines y las palmas representados en ellas (Ez 41,20). En el Apocalipsis de Juan, la Jerusalén celestial es un gran santo de los santos (Ap 21, 3), donde se encuentran elementos presentes en el paraíso: el árbol de la vida, el trono de Dios y el río con aguas vivas (Ap 22, 1-2).
La relación entre el templo de Jerusalén y el paraíso también está atestiguada en la literatura apócrifa. Ya hicimos mención al libro de los Jub donde se habla del Jardín del Edén como el santo de los santos y morada del Señor (8,19). En el Libro de los Vigilantes (en el 1En) se habla del paraíso representado por los aromáticos, fértiles y frondosos árboles, entre los que destaca el árbol de la vida, todos relacionados con un séptimo monte, más alto que todos los demás (referencia al monte Sion), y cuya cima parecía el asiento de un trono (obviamente el de Dios) (1En 24,3-5; 25, 5-6).
Por lo tanto la muerte implica también la expulsión del Jardín del Edén como prefiguración del exilio del Templo de Jerusalén. En las PalAdEvHij cuando los ángeles expulsan a Adán del Jardín, éste llora y ruega a Dios diciéndole: Señor ten piedad de mí y dejadme entrar de nuevo en el templo para poder vivir (pag.11) ( ). Y es que lo que sucede a Adán y Eva es un reflejo de la historia del pueblo de Israel, a su vez, microcosmos de la suerte de la humanidad en general.
Recapitulemos lo que hasta ahora hemos estudiado en este capítulo para poder seguir el hilo de nuestra argumentación. Hasta ahora hemos visto el significado simbólico de los árboles que se encontraban en el medio del Jardín del Edén, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y el mal. Aunque en algunas tradiciones estos árboles se identifican, es apropiado pensar que la intención original del texto es distinguirlos. Así, la primera pareja convivió en un inicio en un ambiente lleno de estímulos sensoriales, árboles agradables a la vista y al gusto. Esta existencia, un tanto infantil y confiada, cambia cuando la serpiente tienta a la mujer distorsionando las instrucciones divinas. Los hechos le dieron la razón a la serpiente, pero sólo en parte. Es verdad, de alguna manera la primera pareja se hace semejante a Dios a través del conocimiento, pero éste es muchas veces duro, complejo, y confuso. Es la evidencia de nuestra desnudez, esto es, nuestra precariedad humana. Y respecto a la muerte, sobre la que había advertido Dios, si bien no fue física ni inmediata, sí significó la perdida de la familiaridad y comunión con la divinidad. Una muerte mucho más profunda y radical. De esta manera la primera pareja se apresta a abandonar el Jardín del Edén divorciada de Dios. Sin embargo, queda plantearnos una última pregunta. La más importante para el pensamiento judío y cristiano posterior. La muerte física, o nuestra condición mortal si se prefiere, ¿es también consecuencia de la desobediencia de la primera pareja? ¿Era el hombre inmortal antes de la desobediencia? Como veremos a continuación no existe una respuesta uniforme a estas preguntas. Lo que abundan son los matices y las perspectivas. Esto tanto desde el punto de vista judío como cristiano.
5. LA MUERTE COMO CONSECUENCIA DE LA DESOBEDIENCIA EN EL PENSAMIENTO JUDÍO
Al final de la sección anterior nos hemos planteado la cuestión de si la naturaleza humana mortal se entendió o no como consecuencia directa de la desobediencia de Adán en el relato del Gn. Y es que Dios había advertido que de comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal el hombre ciertamente moriría (תָּמֽוּת מ֥וֹת) (Gn 2,17). El problema está precisamente en que Adán murió, ¡pero cientos de años más tarde! Por otra parte, y estrictamente hablando, la instrucción divina no implica que hasta ese momento el hombre hubiese sido inmortal. De hecho, Dios se muestra consternado precisamente de que el ser humano, distinguiendo el bien y el mal, pueda extender su mano y comer del árbol de la vida llegando así a ser inmortal (Gn 3,22). Y es que si el hombre ya lo era por naturaleza, ¿por qué Dios se preocuparía de que esto sucediese? Y desde la perspectiva del hombre, ¿por qué este se vería tentado a coger del fruto del árbol de la vida si ya era inmortal? La misma constatación de Gn 3, 19 en relación que el hombre es del polvo y al polvo va a volver (ver también: Salm 90,3; Jb 34,15; Eclo 12,1-7) subraya su condición mortal que no es sino el marco donde se desarrollará el castigo divino, esto es, el trabajar con el sudor de su frente para poder ganar el pan. La crudeza de esta afirmación se explícita en otro mito de medio oriente, la epopeya Babilónica de Gilgames, donde el héroe, angustiado por la mortalidad de su existencia, busca la anhelada vida eterna. En un momento, ya en el confín entre este mundo y el otro, la tabernera le dice: Gilgames, ¿a dónde vas correteando? ¡La vida que buscas no la encontrarás! Cuando los dioses crearon la humanidad, le asignaron la muerte a la humanidad y se reservaron la vida en sus manos (Tablilla IX, Col 3, 1)3.
Esta idea sobre la mortalidad de la naturaleza humana se subraya en distintos textos bíblicos. En el Sal 103,14 se le recuerda al hombre que fue formado del polvo. En Ez cuando el autor profetiza contra el rey de Tiro, de quien ha hecho un paralelo con Adán, le advierte que nada ha ganado con hacerse como dios, que morirá, y que nada le servirá su arrogancia delante del verdugo o de quien le hiere (Ez 28,7-9). Asimismo, el autor de la Sab se reconoce, al igual que todos, un hombre mortal, modelado de la arcilla (7,1). Para el Eclo la mortalidad es parte del orden natural. Así, en Eclo 33,10 se nos dice que todos los hombres son piezas de barro, pues de arcilla fue creado el hombre. Más adelante se nos interpela diciéndonos no temas la muerte, que es tu destino, recuerda que lo compartes con antepasados y sucesores (41,3). Y es que la muerte es el destino que Dios asigna a todo viviente (41,4). Además de textos bíblicos recordemos a Josefo. Para éste la mortalidad no es fruto del pecado puesto que el hombre tiene que morir de todas maneras. Lo que sí es consecuencia del pecado es una vida más corta. En Ant 1.46 leemos como Dios recrimina a la primera pareja después que estos pecaron diciéndoles que su plan original era que vivieran felices, sin preocupaciones o aflicciones, sin trabajos ni esfuerzos, porque estas penas sólo traen aparejadas una vida que no dura mucho. El sueño de Dios para el hombre no era la inmortalidad, sino una vida larga y descansada. Y es que la inmortalidad nunca fue parte de la naturaleza humana. El hombre es mortal. Tarde o temprano a cada uno le llega la hora de su muerte.
Si bien el hombre por naturaleza es mortal, otra cosa es afirmar que, a partir de la desobediencia de Adán, al ser humano le fue prohibido acceder por sí mismo a la inmortalidad. Al parecer el hombre, para el autor del relato del Gn, si bien mortal por naturaleza, podía extender su mano para comer del fruto del árbol de la vida sobre el cual no recaía ninguna prohibición (Gn 3,22). La imagen de los querubines y la espada encendida que gira en todas direcciones para guardar el camino al árbol de la vida (3, 24) después del pecado de la primera pareja tiene como finalidad que precisamente esto no vuelva a ocurrir. El texto, deja las puertas abiertas para suponer que la primera pareja pudo haber comido frecuentemente de los frutos del árbol de la vida para mantener la inmortalidad. La consecuencia de la trasgresión de Adán es hacer realidad la mortalidad del hombre y recordarle que la inmortalidad siempre es un don de Dios.
La idea del hombre como una creatura naturalmente mortal pero potencialmente inmortal a través de la gracia de Dios sería la predominante en el cristianismo y el judaísmo de los primeros siglos. En algunas versiones de la VidAd se da a entender que Adán era inmortal en el Jardín del Edén, pero no por naturaleza, sino porque habría comido del árbol de la vida. En este sentido el castigo divino consistiría precisamente en no dejarle al hombre comer de sus frutos, lo que lo convertiría en un ser vulnerable a la muerte. Efectivamente en la versión griega de esta obra Dios sentencia a Adán diciéndole: Tú no podrás tomar [de este árbol] ahora (28,3). Esta frase supone que previo al castigo le era permitido comer. La versión armenia lee: no sea que comas de éste [árbol] más y llegues a ser inmortal (44). Y no olvidemos la versión georgiana, la que es aún más explícita al respecto: Tú no tomarás de éste [árbol] nunca más en tu vida (44). Mencionemos también las PalAdEvHij (obra predominantemente cristiana pero que bebería de fuentes judías antiguas) donde Dios le recuerda a Adán su condición mortal ( ), pero le promete al final de los tiempos la resurrección (pag. 15). En esta misma obra cuando Adán se enferma se asusta, no sabe explicar que le sucede, y es que cuando vivió en el Jardín del Edén nunca supo del menoscabo físico ( ) (pag.7). En definitiva, a pesar de su mortalidad connatural al hombre se le había dado, antes del pecado, la gracia de la vida en plenitud en el Jardín del Edén.
Existen, sin embargo, otras obras que son mucho más difíciles de interpretar cuando hablamos de las causas de la mortalidad humana. En todas estas se afirma que la muerte es consecuencia del pecado, pero dejando a obscuras la cuestión de si el hombre era inmortal antes de la desobediencia. En la Sab 2,23-24 se afirma que Dios hizo al hombre para la inmortalidad pero que la muerte entró por medio de la envidia del Diablo. ¿El haber creado al hombre para la inmortalidad significa que efectivamente era por naturaleza inmortal o que perdió la posibilidad de adquirir tal condición? Estas preguntas se repiten en otros apócrifos y escritos rabínicos. En el ApBar (sir), compuesto después de la destrucción del templo de Jerusalén en el 70, el autor se pregunta: ¿De qué le sirvió a Adán, que vivió novecientos treinta años, si trasgredió lo que se le había mandado? ¡De nada le sirvió el largo tiempo que vivió, sino que trajo la muerte y acortó los años de los que él habrían de nacer (17, 2-3). Para el mismo autor, no sólo la muerte no existía antes del pecado de Adán, tampoco el luto, la tristeza, el dolor, la fatiga en el trabajo, el orgullo y el Seol (56,6). Adán es el responsable de que la multitud se encamine a la muerte, y eventualmente, a la condenación (48, 42-43) o a la gloria futura (54, 15). ¿Significa estas afirmaciones que antes de la desobediencia el hombre podía gozar de la inmortalidad? El GnR, no deja lugar a dudas que la muerte física es consecuencia de la desobediencia de la primera pareja. De hecho interpretan תָּמֽוּת מ֥וֹת del Gn 2,17 como muerte para Adán, muerte para Eva, muerte para sus descendientes. La misma idea sobre las consecuencias fatales de la desobediencia en relación a cuantas generaciones se habían destruido se explícita a través de una parábola de R. Aquiba en GnR 19.6. En ella se pone en evidencia la inconsciencia de la primera pareja que actuó como un aldeano que destruye un cesto lleno de copas y figuras talladas en cristal de tal valor que no tenía como indemnizarlas. Al dueño de tal tesoro no le queda otra sino que enrostrarle las tremendas consecuencias de su actuar irresponsable sobre tantas generaciones futuras. En estos ejemplos es claro que la muerte es consecuencia de la irresponsabilidad de Adán, lo que no queda del todo diáfano es el estado inmortal mientras vivía en el Jardín del Edén. Este es igualmente el caso de 4Esd donde se presenta a Adán como un trasgresor que dio inicio al ciclo del pecado y la muerte (3,7). Ahora bien, parece que la condición natural de Adán para este autor no era la inmortalidad, de allí que se pregunte: ¿De qué nos sirve la promesa del tiempo inmortal, si nosotros hemos hecho obras merecedoras de muerte? (7,119). Más que una condición primigenia inmortal, se trataría de una promesa de inmortalidad.
Más claro es el argumento de GnR (14,3) en relación a que el hombre fue creado para la inmortalidad o la mortalidad dependiendo de sus elecciones. En esta premisa se reconoce que Dios ha creado al ser humano con elementos celestiales (la inmortalidad) y terrenos (vida corta), pero dejándole la opción definitiva al mismo hombre. Si peca, ha elegido la muerte; si no lo hace, entonces será inmortal. En el mismo sentido BR 7.11, 12.8, 14.3 distingue entre los seres celestiales que son inmortales pero que no se reproducen; y los terrenos, que si bien son mortales sí se reproducen. El hombre estaría entre los dos, de tal modo de que si peca será como una bestia y la muerte se apoderará de él; en cambio si se abstiene de pecar podrá vivir para siempre. Este es el mismo argumento que utiliza el Eclo (aunque se contradiga con 33,10; 41, 3-4) que señala que la muerte es fruto de la libertad del hombre que pudo elegir entre guardar los mandatos de Dios o violarlos, en otras palabras, pudo optar entre la vida o la muerte (15,14-17).
También para Filón de Alejandría la causa de la muerte se encuentra en la libertad del hombre quien eligió el placer y la sensualidad antes que la inmortalidad y la dicha. Para este autor el primer hombre estaba destinado a la inmortalidad hasta que apareció la muerte como consecuencia de la vida sexual de Adán y Eva. En De Opif. 151-152 leemos que la mujer se convirtió para Adán en el principio de la vida reprochable. En efecto, mientras estaba solo, el primer hombre vivía en armonía con Dios y el mundo, sin embargo, una vez que hubo sido modelada la mujer, se alegró ante la visión, y aproximándose a ella la saludó con afecto. Entonces, sobreviene el amor, y reuniéndolos como si se tratara de dos partes separadas de una sola creatura viviente, los une en un mismo todo, tras haber afincado en cada uno de ellos el deseo de unirse con el otro a fin de producir un ser como ellos. Mas este deseo engendró también el placer corporal, origen de iniquidades y actos ilegales, y la causa por la que los hombres truecan una vida inmortal y dichosa por la mortal y desdichada. Filón de Alejandría, sin embargo, no es sistemático en sus comentarios. En otro texto habla de que la pena de muerte fue de carácter espiritual. El alma de la primera pareja murió, a pesar que sus cuerpos continuaron con vida (De Leg. 1, 105).
Concluyamos, entonces, que en torno al cambio de era existía una unanimidad al afirmar que la muerte era consecuencia de la desobediencia del primer hombre. Donde se anidan las dudas y las diferencias es al momento de definir la inmortalidad del ser humano previo al primer pecado. ¿Es el hombre por naturaleza un ser inmortal que a consecuencia del castigo de Dios devino en mortal? ¿O por el contrario, siendo mortal por naturaleza, perdió el acceso a la inmortalidad a causa de su trasgresión? ¿Qué papel jugo la libertad humana? ¿Hasta qué punto hoy somos corresponsables del pecado de Adán? Si bien las opiniones son diversas, para la mayoría en el cristianismo primitivo, el hombre había sido creado mortal con la posibilidad de gozar de la inmortalidad como don divino. La muerte no es sino la consecuencia de la desobediencia de Adán que se actualiza a través de nuestros propios pecados. El pensamiento cristiano, vale la pena apuntar, tampoco es consistente y sistemático en esta época. En ese sentido va configurándose, al mismo modo que lo va haciendo el judaísmo rabínico. En el siguiente apartado estudiaremos la condición mortal e inmortal del hombre en algunos escritos cristianos. Lo amplio del tema nos obligará a remitirnos a algunos ejemplos más significativos.
6. LA MUERTE COMO CONSECUENCIA DE LA DESOBEDIENCIA EN EL PENSAMIENTO CRISTIANO
Para el pensamiento cristiano tradicional, y ya desde los primeros escritos de San Pablo, la muerte se entiende como consecuencia del pecado. Esto no quiere decir que previo al pecado el hombre haya sido inmortal. Lo que Dios insufló en el primer hombre no fue inmortalidad, sino vida. Pablo reconoce que el ser humano ha sido creado mortal, esto es del polvo de la tierra (1Cor 15, 47). Esta condición mortal, sin embargo, se actualiza a través del pecado de Adán y de cada individuo. Si el hombre fue inmortal en el Jardín del Edén fue por el don de Dios que perdió a consecuencia del pecado. Cada uno es corresponsable del pecado de Adán al actualizarlo en nuestras vidas. Ya en 1Cor 15, 21-22, cuando se constata que la muerte entró por un hombre (Adán) (en un tono muy parecido al rabínico de GnR 19.6) se enfatiza la universalidad de esta experiencia. En Rm 5,12 también se enfatiza que tal como el pecado entró en el mundo por un hombre, y la muerte por el pecado, así también la muerte se extendió a todos los hombres porque todos pecaron. Por lo tanto, la muerte no es un hecho natural para San Pablo, sino consecuencia del pecado, tanto del adámico como de cada persona (Rm 5,12). Es interesante constatar que en este versículo se predican del pecado características personales: entró al mundo, se extendió a todos los hombres, reina a través de la muerte (Rm 5,21). Esto hace del pecado una fuerza o poder cósmico con personalidad propia de cuya fuerza emana la muerte.
La realidad del pecado y la muerte se extiende sobre judíos y gentiles. En este sentido todos compartimos la naturaleza adámica. Esta se manifiesta en el hecho de que el hombre se ha negado a reconocer a Dios a pesar de que Éste se presenta a través de la creación (Rm 1,19). En este sentido, al igual que el primer Adán (Gn 3,6), la humanidad se ha negado a aceptar y alabar a Dios adecuadamente (Rm 1,21). Esta es una crítica aplicable no sólo a los gentiles, que adoran a numerosos ídolos, sino también a los judíos por cuanto estos adoraron al becerro de oro (Jr 2, 5-6 y Salm 106,20) en vez del verdadero Dios en las faldas del Sinaí. Más aún, además de no reconocer a Dios (idolatría), Pablo crítica que el hombre pretenda ser un sabio (Rm 1,22), lo que lo convierte en un necio. Las reminiscencias en este versículo al árbol del conocimiento del bien y el mal son claras. El que el hombre haya pretendido convertirse en sabio (Gn 3, 5-6), independientemente de Dios, es lo que generó la pérdida de la vida (Ez 28). Cualquier conocimiento que prescinda de Dios y que hace del hombre un dios conduce sólo a la necedad y a la muerte. Esta necedad se traduce, de nuevo, en que cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles (Rm 1, 18-32 y Sab 13, 1-9). De esta arrogancia e ignorancia se siguen una serie de actitudes éticamente reprochables (Rm 1:23-25). En general, cuando el hombre prescinde del conocimiento y obediencia del verdadero Dios queda a merced de las creaturas (a las que endiosa) y de los deseos. En términos generales, para Sn. Pablo tanto los gentiles como los judíos comparten la condición adámica con todas sus consecuencias, siendo las más importantes, el pecado y la muerte4.
En el pensamiento de los padres de la Iglesia hay variadas aproximaciones, pero todas confluyen en que la muerte entró como consecuencia del pecado de Adán y que la inmortalidad es siempre un don divino. Por ejemplo Justino afirma que el hombre fue creado a semejanza de Dios, libre de dolor y muerte, siempre que obedeciera los preceptos divinos, lo que al no hacer trajo aparejado la muerte (Dial 124). Para Melito de Sardes Adán fue disuelto y se hundió en la tierra a consecuencia de haber comido del árbol. Fue el paso de la vida a la muerte, de la salvación a la destrucción (PP 59). Para Irineo de Lyon el pecado de Adán llevo a los hombres a la muerte (AH 3, 23.6). Ahora esta caída es parte del plan salvífico de Dios, y es que para realmente ser divinizados debemos experimentar nuestra debilidad, nuestra corruptibilidad y conocer el bien y el mal. Sólo entonces podemos ser redimidos por Cristo (AH 4,38.1). La muerte es consecuencia de la caída del hombre, dirá a su vez Tertuliano, pero ésta nunca fue querida por Dios quien hasta hoy desea la restauración del hombre a la vida (Adv. Marc. 2,8). Algo parecido reconoce Basilio de Cesarea cuando dice que cuando Dios creo al hombre le prometió la vida eterna y el gozo de bendiciones sin fin siempre que observara sus mandamientos (Codex Barberini g 336 f. 15). Esta mayoritaria visión terminó de plasmarse en el Concilio de Orange (529) donde se explícita que la muerte física es el resultado del pecado de Adán (Denz. 175[145]).
Tanto para el pensamiento judío como cristiano, el hombre ha sido creado para la inmortalidad, para la vida verdadera y eterna. La muerte es el fruto de la desobediencia de la primera pareja. La muerte es la expresión más dramática de la comunión rota con Dios. De esta experiencia dolorosa y radical, desgraciadamente tan cotidiana, surge la necesidad de la salvación. La redención tiene que ver necesariamente con la vida y la plenitud tal como fue concebida en el Jardín del Edén. En el final de los tiempos la promesa de la resurrección o la vida eterna se erige como un faro de esperanza. En ese sentido el final coincide con el regreso al lugar donde el hombre pertenece, al Jardín del Edén, donde pudo experimentar la inmortalidad como lo que verdaderamente es, un don de Dios.
7. CONCLUSIONES
Comenzamos este capítulo haciendo referencia al apócrifo árabe HistJosCarp donde Jesús reconoce la muerte como consecuencia de la trasgresión de Adán y su esposa Eva. Si bien algunos hombres han vivido novecientos años en este mundo, y otros han vivido más todavía, todos ellos han muerto (28, 2-4). La muerte como consecuencia de la desobediencia de Adán es dolorosa, y es que, ¿qué ser humano que está revestido de carne no prueba la muerte? (19-4-8). El dolor que produce esta realidad se manifiesta de manera cruda en las palabras de Jesús: ¡Muerte que arrancas a los hijos de sus padres! ¡Muerte que separas a los amados antes de que se satisfagan entre ellos! ¡Muerte que separas a los hijos de sus padres y a las madres de sus hijos! (28,1).
La muerte es un drama. El ser humano se rebela intuitivamente contra ella. El hombre quiere vivir, esa es la verdad. Y sin embargo, allí está la muerte, acechando a través de la partida de tantos seres queridos, recordándole a la persona que más temprano que tarde será su turno. La salvación, como expresión de la verdadera vocación humana, pasa necesariamente por la vida eterna. La imagen del regreso al Jardín del Edén es muy representativa de este anhelo de vida que cada hombre tiene. En el siguiente capítulo estudiaremos las diferentes expresiones de esta aspiración en las tradiciones judías y cristianas.
LA SALVACIÓN COMO EL REGRESO AL JARDÍN DEL EDÉN: LA INMORTALIDAD HUMANA
1. UNA VIDA LONGEVA Y VIGOROSA COMO RASGO ADÁMICO EN LOS MONJES DEL DESIERTO
En el capítulo anterior mencionamos el apócrifo cristiano Historia de José el Carpintero para introducir el tema de la muerte en ciertas tradiciones judías y cristianas. El apócrifo en cuestión tiene otros aspectos que conviene sacar a colación en el presente capítulo. Es interesante que cuando Jesús va describiendo cómo su padre adoptivo va envejeciendo, menciona que su cuerpo no se debilitó, ni su vista menguo, ni se le cayó un solo diente de la boca (10,1). Tampoco sus facultades mentales se perdieron. Por el contrario, todos sus miembros eran fuertes como los de un joven que no conoce el dolor. Más aún, José no sólo permaneció fuerte hasta el final, sino que llegó a vivir hasta los ciento once años (10,1). ¿Cómo explicar estas cualidades juveniles de José? Esta es una pregunta que está lejos de ser trivial porque encontramos otros ejemplos muy similares a los de José.
En la Vida de Antonio (VidAnt)5 de San Atanasio el autor nos cuenta como el famoso anacoreta egipcio vivió en solitario unos veinte años entregándose a rigurosos ejercicios ascéticos, sin salir y sin hacerse ver. La gente, conocedora de la santidad del monje, hacía grandes esfuerzos para contemplarlo. Al final lo importunaron tanto que salió de su celda, como de un santuario, y su apariencia no hizo sino sorprender a los concurrentes. Y es que no podía ser para menos puesto que el aspecto físico de San Antonio después de tantos años de reclusión era el mismo que tenía antes. No había ni engordado por la falta de ejercicio físico ni había adelgazado por los ayunos y los combates con los demonios (14,3). ¿Cómo es que después de veinte años de encierro su apariencia no hubiera cambiado? Esta pregunta no es trivial en el caso de nuestro héroe si consideramos que, en la misma obra, y ya hablando del momento cercano a su muerte, se nos dice que a pesar de todas las privaciones siempre se mantuvo sano hasta su último respiro (93,1). Siguió viendo bien; no perdió un solo diente; sus pies y manos no sólo se mantenían vitales, sino que estaban más brillantes y vigorosas que las de personas que suelen cuidarse (93,2). ¿Cuál es el secreto de la eterna juventud de San Antonio y San José? ¿Cómo es posible que el paso de los años y una vida marcada por el rigor no hicieran hecho merma en ellos?
Pueden existir varias aproximaciones para intentar responder a estas preguntas. Una de ellas es el texto del Dt 34,7 donde se nos dice que cuando Moisés murió a los 120 años no se habían apagado sus ojos ni había perdido su vigor. El anacoreta se representaría como un segundo Moisés. Otra figura más apropiada para explicar las cualidades físicas de San Antonio, sin embargo, es la de Adán. En efecto, el santo guarda varias características adámicas previas a la desobediencia. Por una parte el monje se mantenía en perfecto equilibrio (14,4) porque el estado de su alma era puro (14, 3). Por otro lado, se menciona una especial amistad de su alma con Dios (93,3). ¿Tienen, estas características adámicas, algo que ver con el hecho que el paso de los años no se sintiese en el asceta? El alma pura del anacoreta y la amistad de ésta con Dios nos recuerdan al estado del hombre previo al pecado, cuando podía disfrutar de la familiaridad divina y cuando la muerte como sentencia por la desobediencia no había caído sobre él (Gn 2, 17). Esta condición adámica de San Antonio se confirma en otro texto conocido como Vida y conducta del bienaventurado Simeón Estilita6 que narra precisamente la vida del renombrado asceta sirio que vivió durante años, en turnos de a pie o sentado, sobre una estalastita. En un momento el narrador cuenta una visión que tuvo once días antes de la muerte de Simeón. En ésta contempló a un hombre con una vestimenta aterradora que simplemente no se podía describir, y cuya altura equivalía a la de dos personas (30). El hombre en cuestión no era sino San Antonio en el que confluían dos cualidades que hemos estudiados respecto a Adán: sus vestidos y su tamaño, ambos reflejos de la gloria divina. San Antonio reproduce, por lo tanto, algunas de las cualidades adámicas previas a la desobediencia, sus vestidos, sus dimensiones, y una vida larga.
Respecto a la capacidad de resistir al paso de los años, consideremos, además de San José y San Antonio, el ejemplo del mismo Simeón Estilita. El narrador de su biografía nos cuenta el modo cómo descubrió el cadáver del santo. Sucedió que tras un viernes, un sábado y un domingo, en los que se percató que el monje no había dispensado sus bendiciones sobre las personas que se congregaban en torno a su columna, sospechó que algo había sucedido y subió a ver personalmente el estado del anacoreta. Cuando le dirigió la palabra y no recibió respuesta pensó que había muerto. Sin embargo, no estaba seguro, y es que su rostro estaba radiante como el sol, y sobre toda su ropa había un perfume tan placentero que lo inundó de gozo. Solo la blandura del cuerpo le convenció que Simeón había muerto, lo que no impidió, sin embargo, que lo embriagara la consolación (28). De nuevo, las características adámicas se concentran en un santo ortodoxo: la luminosidad y esa naturaleza humana que roza la inmortalidad.
En todos los casos los santos parecen diluir el tránsito entre la vida y la muerte como si viviesen en un estado de cuasi inmortalidad. Cada uno de estos ejemplos representa la condición adámica previa al pecado, y un adelanto de lo que será la condición inmortal del hombre. La salvación para algunas tradiciones judías y cristianas implica el volver al Jardín del Edén para redescubrir la verdadera identidad dada por la intimidad con Dios. Es volver a vivir desde la imagen y semejanza y así reflejar la gloria divina. Ese volver al Jardín del Edén, implica el acceder a la vida plena y eterna. La muerte no puede tener lugar en ella. De allí arranca ese deseo de vida eterna que ciertas corrientes desarrollaron como aspiración y vocación humana fundamental.
En el presente capítulo comenzaremos recordando que para algunos textos al final de los tiempos el justo volverá a reflejar la gloria divina al modo adámico. Además de la luminosidad y los vestidos, el creyente será inmortal al modo de los ángeles. Esta cualidad se manifiesta, entre otras representaciones, a través de la del árbol. Como veremos, esta es una imagen judía muy rica que se relaciona con el árbol de la vida, el templo, el trono de Dios, la Tora y las relaciones sexuales. Estos y otros símbolos, como la Jerusalén celestial y Sión, dotan de gran riqueza a la idea de la vida eterna en el pensamiento judío. En este, como en el cristianismo, la figura del mesías (o de un intermediario angelical) juega un papel importante en los acontecimientos finales que conducirán a la adquisición de la inmortalidad. En el caso del cristianismo la figura de Jesús es fundamental al hablar de la vida eterna. Iniciemos, entonces, este recorrido lleno de símbolos sugerentes.
2. EL REGRESO AL JARDIN DEL EDÉN: LA CONDICIÓN ANGELICAL COMO SIGNO DE INMORTALIDAD EN EL PENSAMIENTO JUDÍO
Como vimos en el capítulo anterior, para parte importante de la tradición judía en el cambio de era, así como para el temprano cristianismo, el hombre fue creado para la inmortalidad. La muerte no es sino la consecuencia más trágica y dolorosa de la desobediencia de Adán en relación al mandamiento divino. Ese miedo e impotencia frente a la muerte, es una cadena perpetua que marca la existencia de cada sujeto desde sus inicios hasta el final. El hombre ya no tiene acceso al fruto del árbol de la vida. En este sentido, la imagen del hombre regresando al Jardín del Edén es una hermosa forma de hablar de la salvación como realización de la vida eterna. El hombre recupera así la vida que no tiene fin ni fronteras y que se extiende más allá de todo lo que puede imaginar. Se ha recuperado, como consecuencia de la intimidad con Dios, la alegría, la paz y la plenitud.
Como hemos visto en capítulos anteriores, este regreso al Jardín del Edén como símbolo de salvación e inmortalidad se expresa de distintas maneras en las tradiciones judía y cristiana. En la literatura intertestamentaria abundan los ejemplos descriptivos de la vida eterna del justo. Todas estas imágenes tienen en común recalcar las cualidades angelicales que adoptará al final de los tiempos. La inmortalidad es una característica de los justos que se suma a la capacidad de brillar y a la de los vestidos celestiales. Sólo por recordar algunos ejemplos, en el Apocalipsis animal se dice que los buenos serán rescatados para una vida terrena transformada, así, a través de un lenguaje simbólico, las ovejas (creyentes) se transforman en toros blancos (ángeles) (1En 90,38). En Dn también se afirma, aunque de manera ambigua, una vida eterna para los justos que duermen en el polvo (12, 2). En esta los sabios brillaran como el resplandor del firmamento y los justos como las estrellas (12,3). En la Carta de Enoc se nos dice algo similar: los justos brillarán como las luces del cielo (1En 91,105) y cuando las puertas del cielo se abran tendrán un gozo grande como el de los ángeles del cielo (104, 1-6). En la comunidad del Qumrán se habla de la esperanza de las bendiciones eternas y de la alegría por siempre, una vida sin fin acompañada de una corona de gloria y de un vestido de majestad en una luz permanente (1QS 4,7-8). En 4Esd se describe a los que han confesado el Nombre de Dios como aquellos que se han desvestido de los vestidos mortales y se han vestido de lo inmortal (2,45). 2 Baruc señala que los justos son transformados en seres como estrellas o ángeles (51,10). Basilio de Cesarea dice que los creyentes volverán asumir su condición original, regresando a la vida paradisiaca, libres de toda pasión de la carne, en una diáfana intimidad con Dios, como si fuésemos ángeles (De Creat. 2.7). Por último recordemos que en el Seder Gan´Eden (SedEd) se menciona que los justos son vestidos en ocho ropas hechas de las nubes de gloria (1En 62,15-16; 2En 22,8-9; 2Cor 5,1-5; 3En 12, 1-2; 18,22) además de ser coronados con dos coronas sobre sus cabezas, una de piedras preciosas y joyas, la otra de oro (Yom 45ª; NumRab 11,3) (1,5).
En todos estos ejemplos la vida eterna se relaciona con la transformación angelical del creyente. Ya sabemos que, al modo de Adán, los vestidos y el resplandor brillante que emana del justo representan la capacidad de reflejar la gloria divina. Pero lo que nos interesa constatar aquí es que, al modo de los ángeles, estos se convierten en inmortales. La muerte ya no tiene poder sobre ellos. Los fieles están destinados a adorar a Dios eternamente. Ahora bien, dentro del judaísmo existen muchas imágenes para hablar sobre la inmortalidad del creyente. Vale la pena detenernos en una que le describe siguiendo el modelo del árbol de la vida. De acuerdo a esta representación, el justo es como un árbol que configura, junto a los demás, un jardín. Esta metáfora es muy rica, porque, además, se relaciona con el templo de Jerusalén. Para entender esta imagen tenemos que ir paso a paso, primero recordando cómo luce el árbol de la vida, y de qué manera es fuente de vida eterna. Después que hayamos analizado estos elementos daremos otro paso más y hablaremos de distintas imágenes relacionadas con el árbol de la vida como fuente de la inmortalidad: el trono de Dios, la Torá y Dios mismo. Entonces tendremos una visión como de un cuadro rico en perspectivas y matices que se pueden combinar unos a otros. Algo así como un mosaico que puede combinar de manera original y sin fin sus piezas. Y así, al final, podremos acercarnos y entender el significado de la imagen del justo como plantación en el Jardín.
3. EL REGRESO AL JARDÍN DEL EDÉN: LA IMAGEN DEL ÁRBOL COMO SIGNO DE INMORTALIDAD EN EL PENSAMIENTO JUDÍO
3.1) EL ÁRBOL DE LA VIDA, SU FRAGANCIA Y SU ACEITE COMO FUENTES DE INMORTALIDAD
Hasta ahora hemos estudiado que la vida eterna se suele representar en el judaísmo a través de la transformación del justo en un ser celestial que refleja la gloria divina a través de sus vestidos y luminosidad. Existe otra imagen, sin embargo, que tiene reminiscencias adámicas y que destaca por su originalidad y profundidad. Se trata de la imagen del justo como un árbol, todos juntos conformando un jardín que es expresión del templo. Para entender esta idea tenemos que dar un rodeo, más o menos largo, volver más arriba y recordar que, de acuerdo a algunas interpretaciones, el árbol de la vida se encontraba en el centro del Jardín y cubría toda la tierra. En el GnR 2,9 se le describe como un árbol que se extendía sobre todos los seres vivos. Más adelante, en el mismo texto, R. Yehudah b. R. Ilay dice que la anchura del mismo, y de su tronco, era de quinientos años de distancia. Para otras fuentes, el árbol de la vida era tan grande que una persona tardaría 500 años en recorrer la distancia del diámetro de su tronco. Esto sin considerar que desde su base emergen las aguas que irrigan a toda la tierra7. En el Seder Gan´Eden se nos dice que el árbol se encontraba en el medio y que su tronco cubría todo el Jardín. En la misma obra se nos dice que hay 500.000 sabores en él y ninguno es como el otro8. Siete nubes de gloria están sobre el árbol y los vientos soplan desde los cuatro costados y su esencia se esparce desde un rincón del mundo al otro9. A los pies del árbol, comenta este texto, los maestros se encuentran explicando la Torá (SedGa´Ed 4, 4-8).
La belleza y profundidad de esta idea se enriquece con el hecho de que este árbol es fuente de la vida eterna. Esto se desprende no sólo del libro del Gn. También recordemos otros textos como el de Is 65, 22 (LXX) cuando Dios habla de las esperanzas del pueblo luego del exilio: porque como los días del árbol de la vida (ἡμέρας τοῦ ξύλου τῆς ζωῆς), así serán los días de mi pueblo. En este texto no se habla de la inmortalidad de la vida humana, sino de la prosperidad y longevidad del pueblo de Israel. No sucede lo mismo en el apócrifo VidAd donde sí se entiende el árbol de la vida en clave de salvación e inmortalidad. Una vez expulsados del Jardín, Dios le dice a la primera pareja que cuando resuciten se les dará del árbol de la vida y serán inmortales para siempre (28,4). Una recompensa similar se promete para los justos en Testamento de Levi (TestLev)10 18, 9-11, donde será el mesías sacerdote quien va a abrir las puertas del paraíso; él va a sosegar la espada que amenaza a Adán y va a dar a los santos de comer del árbol de la vida (18,9-11). El hombre justo ha trascendido su mortalidad accediendo a la vida eterna a través del fruto del árbol de la vida.
Ahora bien, en otros textos no es el fruto del árbol de la vida lo que proporciona la vida eterna, sino su fragancia o su aceite. En el 4Esd Dios le promete a su pueblo el reino de Jerusalén (el paraíso) y el perfume fragante del árbol de la vida que hará que el hombre no se esfuerce más ni que se canse (2, 10-14). En las Odas de Salomon (OdSl)11 11,12-15 el justo se encuentra en el paraíso donde el Señor ha renovado su vestidura, ha tomado posesión de él a través de su luz y le ha regocijado a través de su suave aroma. En el más tardío Seder Gan´Eden (SedEd) (versión B) (Beit ha –Midrash 3, 131-140) se dice que la fragancia del árbol de la vida se expande sobre todo el jardín y sostiene a los justos que lo visitan. En una clara referencia a la Torá, y basándose en Prov 3,18, se dice que para los justos los frutos de este árbol son vida y descanso12. Por último, además del fruto o de la fragancia del árbol, su aceite es también fuente de vida eterna. Si bien este óleo no está en el relato del Gn, aparece en textos apócrifos como en la VidAd (versión latina). Aquí se trata de un aceite que emana de un tercer árbol, el de la misericordia, que alivia el dolor y que sustenta la vida (36,2). En Palabras sobre Adán y Eva y sus hijos (PalAdEvHij) cuando Adán enferma envía a Eva al paraíso a buscar el aceite del árbol para que pueda vivir ( ) (pag..8). Clemente de Alejandría, por su parte, creía que el Hijo de Dios antes de su encarnación había sido ungido con el óleo de la madera del árbol de la vida, y que esta era la razón del por qué era conocido como el mesías o el ungido (Reconocimientos 1.45). En este sentido es apropiado recordar la unción de Enoc cuando en el séptimo cielo Miguel lo desviste de sus vestidos terrenos y le unge con un óleo delicioso, más luminoso que la luz y cuya fragancia era como la mirra (2En 22,9). Este oleo parece provenir del árbol de la vida que es descrito por lo indescriptible de su afabilidad y fina fragancia (2En 5,3-4) ( ).
Por lo tanto estamos frente a un conjunto de imágenes plurivalentes, que juegan unas con otras, y que inspiran más que definen. Si pudiésemos combinar estas ideas describiríamos un árbol inmenso en el medio del Jardín. Un árbol tan grande que puede cubrir a todos los hombres. Un árbol agradable a la vista y cuya fragancia envuelve a todos los seres humanos. De su tronco emana un aceite brillante, luminoso y aromático. Por supuesto, las fuentes difieren unas de otras, y los matices nos hablan más bien de distintas escuelas de pensamiento judío que influían en la temprana literatura cristiana. Pero lo importante es captar la intuición y la belleza de este maravilloso árbol que es fuente de vida inmortal. La salvación se puede definir como el volver al Jardín del Edén. Es el regreso al estado original, y allí, en el medio del Jardín vislumbrar la magnificencia y belleza de un árbol único. Todos los sentidos se comprometen en esta experiencia. El ser humano no temería acercarse para recibir como un don la vida eterna. Esta experiencia tan poética se enriquece aún más en el judaísmo cuando otras imágenes llegan a asemejarse con el árbol de la vida. Se trata del trono de Dios y de la Torá. El segundo es especialmente importante porque es un componente cotidiano de la vida de un judío. Es necesario que estudiemos brevemente estos elementos, sólo entonces, con un marco de referencia realmente evocador, nos aproximaremos al fiel como un árbol plantado en el Jardín.
3.2) EL ÁRBOL DE LA VIDA, EL TRONO DE DIOS, LA TORÁ y LA DIVINIDAD COMO FUENTES DE VIDA ETERNA
El árbol de la vida, su fragancia, o su óleo son fuentes de vida eterna. No es una mera definición filosófica. Es poesía e inspiración que apela a los sentidos de los lectores o de la audiencia del texto. Esta experiencia se enriquece aún más cuando, a partir de ciertas tradiciones, se relaciona al árbol de la vida con el Trono de Dios, la Torá o directamente con la divinidad. Es el caso de 1En donde se vincula el árbol de la vida con el Trono de Dios. A pesar que en este texto no se habla explícitamente del árbol de la vida, se menciona a un árbol, ubicado en la montaña del Trono de Dios, que nunca se marchitará y que es distinto a todos los demás. Un árbol cuya belleza, fragancia, altura y madera es superior (1En 24,4). Este vínculo se hace más explícito en 2En 5,3 donde se nos dice que en medio de los árboles del Jardín se encuentra el de la vida, en el lugar sobre el que el Señor descansa (al modo de un trono), cuando sube al paraíso ( ). Algo parecido leemos en la VidAd cuando señala que el Trono de Dios estuvo preparado donde estaba el Árbol de la vida (22,4). En el Apocalipsis de Moisés (ApMo) 22,4 se nos cuenta que cuando Dios regresó y entró en el paraíso, el trono de Dios fue hecho justo donde estaba el árbol de la vida. Además del Trono divino, en 4Mac 18,16 se identifica a Dios mismo con el árbol de la vida. Efectivamente, en este texto el árbol de la vida es Él (Dios) para quien actúa de acuerdo a su voluntad13. Por último, y dándosele otro significado al árbol de la vida, se le relaciona con la Ley. Consideremos el TgN a Gn (3,22) donde se advierte que si Adán hubiese observado los preceptos de la Tora, hubiese vivido para siempre como el árbol de la vida. Más adelante (3, 24) específica que la Torá es el árbol de la vida, todo aquel que la estudia y guarda sus decretos va a vivir. Ella se erige como el árbol de la vida para el mundo venidero. Es bueno estudiar la Torá en este mundo como el fruto del árbol de la vida. La Torá es tan importante, que para algunas fuentes (Shabbat 88ª; DR 8,5; Ruth R. [comienzo]) si Israel no la hubiese aceptado, la creación entera hubiese vuelto al caos que la caracterizaba antes de que Dios la ordenase14.
El árbol de la vida, entonces, se relaciona con el trono de Dios, con la divinidad misma y con la Torá. Este último aspecto es importante porque en la medida que el judío se dedica a la Torá está experimentando algo de la vida eterna o del Jardín del Edén, del mismo modo que cuando celebra las shavuot o las Sukkot; o cuando tiene alguna experiencia visionaria (literatura de las Hejalot, por ejemplo). Mencionemos brevemente que, además de la celebración de las shavuot o las sukkot, del estudio de la Torá, o de una experiencia visionaria, para el pensamiento judío las relaciones sexuales también son una aproximación a la vida eterna. La base está en el hecho de que Eva fue tomada (לָקַח) de una costilla (צֵלָע) del hombre. Tal como indica J.H. Walton15, צֵלָע aparece aproximadamente 40 veces en la Biblia, la gran mayoría de las veces para indicar una cara de dos en la estructura del templo/tabernáculo (Ex 25-38; 1Re 6-7; Ez 41). Esto quiere decir que la mujer no es sino una cara de las dos que definían al primer hombre. El hombre se completa con la mujer. El hombre sin la mujer implica un desorden o despropósito, de allí que Dios diga que no es bueno que el hombre esté sólo (Gn 2,18). El hombre o la mujer soltera es menos persona porque está incompleto, no tiene su otra mitad. Por el contrario, cuando el hombre se une con la mujer vuelve a experimentar el estado primigenio. Es como volver al Jardín del Edén. Esto es especialmente cierto cuando hablamos de las relaciones sexuales donde se expresa de manera más fuerte la unión de la pareja. Esto ya se vislumbra en el Cant donde el novio describe a la mujer como un huerto cerrado (נָע֖וּל גַּ֥ן׀) (4,12) haciendo alusión al Jardín del Edén. El encuentro entre el hombre y la mujer reproduce la condición prístina en el Jardín. De hecho, y de acuerdo a GnR 22, 1 lo único que alivia la consecuencia mortal del primer pecado es la misericordia de Dios que dio a la primera pareja el tiempo suficiente para poder procrear.
Como sea, la relación entre el árbol de la vida, el trono divino, la Torá, las relaciones sexuales o Dios mismo, es particularmente interesante porque enriquece la aproximación del judío a la vida eterna. Desde el momento en que éste alaba a Dios (en el templo o en la sinagoga), estudia la Torá, y mantiene relaciones sexuales, está no sólo entrando al Jardín del Edén, sino que está participando de la vida eterna. La experiencia de la inmortalidad se hace, así, más cotidiana y cercana. Se intuye en la medida que el judío regresa, aunque sea momentáneamente, al Jardín del Edén. Desde aquí podemos ya intuir la belleza y profundidad de la siguiente imagen que estudiaremos, aquella que describe al fiel como la plantación eterna.
3.3) LOS JUSTOS COMO ÁRBOLES DEL JARDÍN, EL TEMPLO Y LA JERUSALÉN CELESTIAL
El árbol de vida, su fragancia, y su aceite, son imágenes plurivalentes que, en cualquier caso, significan la inmortalidad que el justo adquiere al final de los tiempos. Y de esta representación, finalmente, deriva el símbolo para describir al creyente como un árbol, y a todos los creyentes juntos, como el Jardín del Edén. En la base está el Salmo 1 donde los justos que guardan la ley son plantados como árboles (de la vida en los LXX). Esta imagen tiene reminiscencias tanto individuales como colectivas. Por ejemplo, la literatura del Qumrán se refiere a los miembros fieles de la comunidad como la plantación eterna, o como una casa de santidad para Israel (1QS 8,4-7). En 1QH 16,1-21 el fiel agradece a Dios haberlo puesto en los canales que riegan un jardín lleno de cipreses, olmos y cedros para la gloria divina. Los cielos se abrirán y desbordaran torrentes para bien de la plantación del fruto […] eternos para el jardín glorioso y fruc[tificará siempre] (otros ejemplo en 1QS11, 7-9; 1QH 14 (6), 15M 16 (8) 6; CD 1,7-8).
Lo que está detrás de esta afirmación es una determinada interpretación de 2Sam 7,10 y de Ex 15,17-10 (y 4Q174) que apunta a que en los últimos días el justo va a ser plantado como el árbol de la vida constituyendo un templo o Jardín del Edén (santuario de los hombres) y que nunca será destruido. Pero más aún, todas estas imágenes se entrecruzan: el templo como Jardín del Edén; los justos como árboles que conforman el Jardín; los fieles constituyendo el nuevo templo. Estamos frente a un juego poético inspirado por una gran libertad en el uso de las alegorías. En el 1En 10,16 se habla del justo como la planta de justicia que será una bendición y que serán plantados en alegría para siempre. Que el justo sea descrito como árbol de la vida o árboles en el paraíso tiene un fuerte asidero en las literaturas apócrifa y rabínica. En los Salmos de Salomón 14,3-5 se nos dice que los santos del Señor van a vivir por siempre, además que en el paraíso del Señor, los árboles de la vida son sus santos. En las Odas de Salomon (OdSl) se habla de los bienaventurados que son plantados en tu tierra y tienen un lugar en el paraíso (11, 18). En el TgN al Gn (3,22), vemos cómo Dios advierte a Adán (Israel) que si guarda los mandamientos de la Torá y mantiene sus decretos va a vivir y será como un árbol de vida para siempre. Otros ejemplos los encontramos en el TgOnq al Salmo 1,3 y en Evangelio de la Verdad (EvV)16 36 y en todos estos casos existe una comunión entre el templo y el Jardín del Edén. Este elemento, presente desde el Gn, es subrayado por autores bíblicos como Ezequiel para quien el templo futuro se edificará tomando la imagen del Edén como modelo del original (Ez 28). El templo escatológico también se relacionará con el Edén puesto que desde su interior emergerán aguas subterráneas (47, 1.9) y brotarán árboles sagrados (47,12). Una tendencia similar encontramos en Zac 13,1; 14,8; Jl 2, 3. 21-24.
La relación entre el justo como árbol, configurando con todos los demás justos un Jardín, y el templo, nos lleva a otros símbolos importantes en varias tradiciones. Se trata, por ejemplo, de Sion y la nueva Jerusalén. Ya en Ez la relación entre el Jardín del Edén y la tierra de Israel se hace explicita cuando menciona la promesa de que ésta última se convertirá en el primero (36,35). En el caso del Segundo Isaías Sion llega a ser el nuevo Edén (51,3) luego de librarse la batalla definitiva que tiene a Yavé como protagonista (51, 4-5). En Jub el Edén está asociado con Jerusalén, el monte Sinaí y el Sion (4,26). En el Testamento de Dan (TestDan)17 la conexión entre el Edén y Jerusalén es aún más explícita a través de la construcción de un paralelo que nos dice que los santos van a descansar en el Edén, y en la Nueva Jerusalén los justos se regocijarán (5,12). A su vez en 4Esd la promesa escatológica de Dios se traduce en que Éste le dará a su pueblo el reino de Jerusalén (2,10-14)18. En otras palabras, las expectativas de vida eterna se expresan en el pensamiento judío combinando libremente una serie de imágenes sugerentes: el árbol de la vida, el Jardín, Sion, la Jerusalén celestial, el templo, la Torá, la plantación eterna. Todos ellos se conjugan configurando un todo poético sugerente y estimulante.
En todos los casos que hemos estudiado se entiende que la inmortalidad se alcanzará al final de los tiempos. Entonces la apocalíptica y el Génesis se abrazan. Para la historia que subyace en estos textos, la creación se volverá a manifestar prístina como en el inicio. Como la soñó Dios. Los acontecimientos definitivos acontecerán a través de la acción final de Dios o a través de algún personaje mediador, sea un ángel o un mesías19. El justo ha regresado al Jardín del Edén.
Estos ejemplos no hacen sino señalar hasta qué punto el cristianismo y el judaísmo nacen de tradiciones comunes. Otros textos cristianos que apuntan a la misma dirección son Ap y Jn donde todas estas imágenes que hemos estudiado se hacen presentes para recalcar la figura intermediaria del mesías. En otras palabras, el cristianismo comparte la misma visión judía con respecto a la vida eterna, con la radical diferencia de que, de alguna manera, todos los acontecimientos escatológicos ya echaron a andar a partir de la resurrección del mesías Jesús. A continuación estudiaremos este regreso al Jardín del Edén, como imagen de salvación, en la tradición cristiana comenzando con una breve mención al Ap y a Jn, para luego detenernos en la idea de la recapitulación de la historia tal y como la plantea San Pablo y algunos escritos apócrifos posteriores.
4. EL REGRESO AL JARDÍN DEL EDÉN: INMORTALIDAD EN EL PENSAMIENTO CRISTIANO
En la matriz cristiana, la vida eterna esta mediada por la figura de Jesucristo. Desde un punto de vista el creyente ya ha accedido a la vida bienaventurada a través de la fe en el mesías; desde otro, todavía está esperando su segunda venida para que definitivamente pueda experimentar la ansiada resurrección. De cualquier forma, el cristianismo sostiene que Jesús ya venció a la muerte. El regreso al Jardín del Edén ya está en marcha. En este sentido Jesús, como el segundo Adán, ya ha recapitulado la historia. Si a través de Adán el hombre ha heredado la muerte, a través de Cristo, ha sido rescatado para la vida eterna. Algunos textos cristianos antiguos expresaron estas ideas tomando directamente las imágenes que encontraban en su propio contexto judeo-cristiano. Es el caso del Ap y de Jn con quienes comenzaremos nuestro análisis.
4.1) IMÁGENES JUDÍAS EN CONTEXTO CRISTIANO: EL APOCALIPSIS Y EL EVANGELIO DE JUAN
En términos generales la nueva creación en el Apocalipsis implica la restauración del orden original previo al pecado y, por lo tanto, la ausencia de cualquier caos (21,1), dolor, muerte (21,4), o tinieblas (21,23-25). En este texto se describe al Paraíso como el lugar donde los justos van a gozar de la vida eterna a partir del juicio final. Es la nueva Jerusalén que descenderá de los cielos (21-22). En un lenguaje ecléctico se menciona al árbol de la vida que se situaría en medio (ἐν μέσῳ) de la plaza (22,2), lo mismo que en los textos judíos se ubica en medio del Jardín del Edén. Allí se dirigen los que han lavado sus vestiduras (los mártires), para así poder entrar a la ciudad (paraíso) por sus puertas (22,14). Al igual que en 2En 5,3, la ViAd 22,4, y ApMo 22,4, el árbol de la vida se identifica con el trono de Dios, agregando el motivo cristiano del Cordero (22,1-2). Al igual que el Jardín del Edén, desde este árbol o trono emana un rio de agua de vida (ποταμὸν ὕδατος ζωῆς). El paraíso se describe, entonces, como la Jerusalén celestial que ha descendido desde lo alto, inundada de la luz primordial (22,5), donde los creyentes reinarán por siempre (22,5).
En Jn, aunque no directamente, también encontramos muchos de estos motivos. A través de una suprema ironía, el relato de la pasión muestra a Jesús como verdadero Rey y Juez. Desde el inicio de la pasión Jesús actúa dominando la situación. Nada le coge por sorpresa. Cuando le arrestan en el huerto de Getsemaní, él no sólo parece llevar el control de la situación, sino que se manifiesta como una epifanía frente a la cohorte romana y alguaciles judíos quienes caen en tierra ante su presencia (18,3). En el interrogatorio con Caifás y Pilato, Jesús no guarda silencio como en los sinópticos (salvo una vez en 19,9) porque es fiel a su misión de dar testimonio sobre la verdad (Jn 18,37). Una vez vestido y coronado como rey (19,2-3), Jesús no se despoja de sus atuendos hasta la muerte en cruz. Como rey, y siguiendo la ironía joánica, es aclamado por el pueblo en diversas ocasiones (19,6. 15) y es reconocido en todos los idiomas universales (latín, griego, y hebreo) (19,20). Su realeza implica, además, su potestad de juzgar, cosa que realiza sentándose sobe el tribunal (ἐπὶ βήματος) (19,13). Desde la cruz, como trono y árbol de la vida, Jesús derrama agua y sangre (19,34). Consideremos que la sangre es signo de vida (Lv 17,11) lo mismo que el agua lo es de la fertilidad. Ambos símbolos tienen que ver con el árbol de la vida y el trono de Dios porque desde ellos emanan ríos de agua viva. Finalmente, la reiteración de la palabra Jardín: κῆπος (18,1.26; 19,41) también tiene implicancias reales. El jardín, al otro lado del Cedrón (18,1) a donde Jesús se dirige con sus discípulos, donde será enterrado y desde donde resucitará es el lugar donde se enterró al rey David y otros reyes de su linaje. (Neh 3,16)20.
Este paralelo entre la cruz y el árbol de la vida también se encuentra en Justino para quien el árbol de la vida en el Jardín del Edén no es sino un símbolo de la cruz (Dial. 86). En Bern (8,5) el autor afirma que el reino de Jesús esta sobre el madero, y los que esperan en Él vivirán para siempre. Melito de Sardes contrapone el árbol a través del cual el pecado y la muerte se identificaron con la cruz con el árbol a través del cual se realizó la salvación (Sobre la Pascua y fragmentos [Hall, xxxix]). No olvidemos a Cirilo de Jerusalén quien hace un paralelo entre la madera que hizo a Adán caer, y la que nos lleva al paraíso (Cat. 13,31). En la Cueva de los Tesoros (Sir) (XLVIII, 17) se describe a la cruz como candelabro desde donde Jesús iluminó a todo el mundo llegando a obscurecer al mismo sol (L, 24). Estas ideas del Ap, de Jn y de algunos padres tendrán un fuerte asidero en el arte cristiano antiguo y medieval. J. O´Reilly21 en un magnífico estudio nos da varios ejemplos al respecto. Así, en la basílica de Sn Clemente en Roma, la cruz aparece como el árbol de la vida que une el cielo y la tierra, y a cuyos frutos y sombra se acercan los seres vivos. También, en la misma representación, encontramos las aguas bautismales de vida eterna que emanan como los cuatro ríos descritos en el paraíso del Génesis. Otro ejemplo puesto por la autora, esta vez del siglo VI, es un trono tallado que se encuentra en la Basílica de San Marcos en Venecia. Es interesante constatar en el respaldo de dicho trono una representación donde aparece el árbol de la vida y las hayyot que están delante del trono alabando al cordero (Ap 4, 6-8; 5,6-9). Todo el conjunto establece una unidad entre el trono, el cordero, el árbol de la vida y el río de aguas vivas emanando del trono. Un último ejemplo, entre los varios que presenta esta autora, es la portada del Evangelio de Reichenau (siglo XI) donde Cristo aparece en el trono que no es otro sino el árbol de la vida sobre las aguas de la vida.
Ahora bien, otra reflexión importante en relación a Jesús como el mediador que nos conduce de regreso al Jardín del Edén, y así a la vida eterna, tiene relación con la idea de la recapitulación. Como hemos visto ya en capítulos anteriores Jesús viene a rectificar la historia. Lo que el primer Adán no pudo realizar debido a su desobediencia, Jesús viene a realizarlo y sobreabundarlo. Como ya sabemos la primera reflexión cristiana al respecto proviene de San Pablo. En el siguiente apartado nos detendremos en estas ideas, para luego terminar, en el subsiguiente, con algunos ejemplos de cómo esta concepción paulina se desarrolló en la narrativa apócrifa.
4.2) LA IDEA DE LA RECAPITULACIÓN EN SAN PABLO: JESÚS NOS TRAE LA VIDA ETERNA
La idea de Jesús recapitulando la historia de salvación tiene sus orígenes en San Pablo quien lo define como el segundo Adán, aquel que realiza lo que el primero no pudo, inaugurando así una nueva creación. Si el primer hombre es de la tierra, (ἐκ γῆς); el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo (ἐξ οὐρανου) (1Cor 15,47). Cada persona lleva la imagen del primer Adán (1Cor 15, 48) lo que los hace mortales. El hombre no puede acceder por si mismo a la inmortalidad. Y es que comparte las consecuencias de la trasgresión de Adán y de la propia (Rm 5, 12). Sin embargo, el segundo Adán, al ser obediente hasta la cruz, trae consigo la vida inmortal para los que creen en él. Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados (1Cor 15,22). Y Pablo no se contenta sólo con una idea de salvación que implique la mera restitución a la condición primigenia. La salvación en Cristo implica un cuanto más (πολλῷ μᾶλλον) (Rm 5,15) que es esencial en la experiencia cristiana. La respuesta generosa de Dios no es proporcional al pecado del primer hombre. Porque si por el delito de uno murieron todos, mucho más abundantes se ofrecerán a todos el favor y el don de Dios, por el favor de un solo hombre, Jesucristo (Rm 5,15).
Como hemos visto anteriormente, para San Pablo la vida eterna tiene un amplio espectro de significados, que sin embargo, se puede concentrar en la aspiración del creyente de llevar la imagen del segundo Adán (1Cor 15, 44-49). En Rm 8,29 el apóstol es explícito al señalar que Dios hace al creyente a la imagen de su Hijo de modo que Éste fuese el primogénito de muchos hermanos. Eso implica que el hombre revelará todos los elementos que hemos analizado en los capítulos precedentes. La luz que había cubierto al primer hombre en el momento en que fue creado (GnR. 20,12), esa luz de gloria que había oscurecido al sol (LvR. 20,2; GnR. 11,2) se hará presentes en el fiel. Por ello, con alusiones al Génesis, los cristianos pueden decir con Pablo que reflejan, como en un espejo, la gloria del Señor, transformándose en su imagen (εἰκόνα) con esplendor creciente (2Cor 3,18). En la misma carta, y aludiendo de nuevo al Génesis (1,3), Pablo dice que así como Dios mandó a la luz brillar en las tinieblas, es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones para que en nosotros se irradie la gloria de Dios, como brilla en el rostro de Cristo (4,6). En Flp, a su vez, se describe a los fieles como ciudadanos del cielo, lugar donde se realizará la transformación definitiva de sus cuerpos mortales a semejanza del cuerpo glorioso de Cristo (3,20-21). Pablo entendió su ministerio como la iluminación de los otros (como sucedió con su propia conversión) a través la claridad de la gloriosa Buena Noticia de Cristo, que es imagen de Dios (2Cor 4,4). Este Cristo como imagen de Dios tiene como trasfondo la idea de Adán (Gn 1,26-27) o algunas teofanías como Ez 1,26-28 cuando el profeta ve la gloria de Dios semejante a una figura humana.
Esta paulatina transformación del creyente no sólo es corporal, el paso de un cuerpo mortal a uno glorioso (de gloria en gloria), sino que también es intelectual. Para reflejar la imagen gloriosa del rostro de Cristo resucitado el creyente ha de transformar su mente (νουζ), esto es, no conformase ya a la mente del primer y corruptible Adán sino que a la del segundo, el glorioso y justo Jesús. Y es que la mente del hombre (νουζ) se ha visto afectada por las consecuencias del pecado de Adán (Rm 1,28; Ef 4,17; Col 2, 18), por eso, como veíamos más arriba, alardea de ser sabio, siendo ignorante; cambia la gloria del Dios incorruptible por imágenes de hombres corruptibles, de aves, cuadrúpedos y reptiles; las mujeres sustituyeron las relaciones naturales con otras antinaturales; los hombres se encendieron en deseo mutuo, cometiendo infamias entre ellos (Rm 1,23-27). Lo que nos libera de la ceguera idólatra de nuestro intelecto, según Pablo, es un genuino conocimiento de Dios que se define por el valor soteriológico de la muerte de Jesús como revelación del amor y la fidelidad de la divinidad (2Cor 5,14-15,21; Rm 8,37-39). La respuesta del cristiano a este nuevo conocimiento se refleja en la fe, cuyo prototipo es Abraham, quien a pesar del cuerpo “muerto” de Sará y de su avanzada edad, creyó (Rm 4:19).
Esta transformación corporal e intelectual supone la muerte del creyente. No nos estamos refiriendo exclusivamente a la muerte física, sino a ese compartir el sufrimiento del propio Mesías. Esta idea se expresa, por ejemplo, en 2Cor 4,10 donde Pablo se refiere a sí mismo como llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo; o pensemos también en Flp 3,10 donde se habla de la participación de sus padecimientos, en conformidad a su muerte. Pero, ¿qué significa todo esto? Lo más probable es que Pablo se refiera a que está dejando gradualmente atrás un cuerpo de carne y sangre que está físicamente atrofiado y muerto, por uno nuevo, alimentado por el Espíritu, que se manifiesta en el cuerpo glorioso de Cristo. De allí que escriba en 2Cor 4,16- 17 que aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior empero se renueva de día en día. Estos versículos nos dan una clave interpretativa para los mismos testimonios de Pablo respecto a sus sufrimientos (2Cor 4,7-15; Flp 3,8-12) en la esperanza de resucitar y participar del cuerpo glorioso (2Cor 4,17-5,10; Rm 8,9-13). De hecho el Bautismo en Rm 6,7 se explica a través de una sentencia llena de significado: Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él22.
La transformación del creyente es un proceso continuo que solo terminará al final de los tiempos. Está sucediendo cuando, por ejemplo, Pablo describe que lo que para mí era ganancia lo consideré, por Cristo, pérdida. Más aún, todo lo considero pérdida comparado con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús mi Señor; por él doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo (Flp 3,7-8). Esta realidad que ya comenzó a andar, y cuya plenitud está a las puertas, hace que todo lo que emprendamos en la tierra lo relativicemos. En ese sentido es mejor dejar las cosas como están, no hacer grandes cambios en nuestra vida, porque la transformación final es realmente inminente. No te cases, no hagas grandes negocios, minimiza el contacto con la sociedad: los que tienen mujer sean como si no la tuvieran (1Cor 7,29); los que lloran, como si no lloraran; los que se regocijan, como si no se regocijaran; los que compran, como si no tuvieran nada (1Cor 7,30); y los que aprovechan el mundo, como si no lo aprovecharan plenamente (1Cor 7,31). Los acontecimientos escatológicos ya están aconteciendo, pronto los hombres comparecerán delante de Dios y entonces se revelará la identidad de los creyentes como hijos de Dios (Rm 8,19; 2Cor 5,10). Entonces todo el poder y la gloria le serán dados a Cristo hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. En este período Jesús será asistido por la nueva familia de Dios (sus hijos, esto es, los creyentes) y por los ángeles. Es por esto que Pablo pregunta a los cristianos de Corintios: ¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? …¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? (1Cor 6, 2-3). Finalmente, el culmen de este proceso sucederá cuando el último enemigo de Cristo caiga, esto es, la muerte. Entonces acontecerá la resurrección universal, también de aquellos que ya habían muerto antes de la parusía, y la vida será realmente eterna. Todo estará sometido a Cristo, y también él se sujetará a Dios, para que Éste sea todo en todos (1Cor 15, 28). La plenitud de la vida eterna consiste en la plenitud de los tiempos cuando todas las cosas se reúnan en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra (Ef 1, 8-10).
Esta idea de la recapitulación de la historia en Cristo tuvo una amplia repercusión en el arte y la literatura posterior. La iconografía ortodoxa sobre la resurrección recoge precisamente el episodio de Jesús rescatando de los infiernos a Adán y Eva. En la literatura apócrifa también encontramos varios ejemplos donde Jesús, después de su muerte, desciende al Seol para rescatar a la primera pareja. Estos relatos, de alguna manera, están convirtiendo en narraciones las ideas teológicas de Sn. Pablo. Con algunos de estos ejemplos, terminaremos el presente capítulo.
4.3) JESÚS RECAPITULANDO LA HISTORIA: LA SALVACIÓN DE ADÁN DESDE LOS INFIERNOS Y LA VIDA ETERNA
En una interpolación cristiana al apócrifo de la VidAd (versión latina), cuando le es negado a Eva y a su hijo Set el óleo del árbol de la misericordia, necesario para sanar a Adán de su enfermedad, el arcángel Miguel les consuela diciéndoles que cuando se cumplan cinco mil doscientos veintiocho años vendrá a la tierra el Cristo, el Hijo muy amado de Dios. Una vez cumplida su misión, que se describe a través de la unción de los creyentes con el aceite de la misericordia, descenderá, animará y resucitará el cuerpo de Adán, y le introducirá en el paraíso junto al árbol de su misericordia (42, 13). En la CueTesSir, la misma idea se expresa aunque en otros términos. Cuando Dios expulsa a Adán del paraíso, le consuela, pidiéndole que no se apene porque al final de los tiempos enviará a su Hijo que realizará su (de Adán) redención (V, 3-10).
Esta idea de la recapitulación de la historia se expresa bellamente en algunos apócrifos cristianos del siglo II donde Jesús desciende desde la cruz a los infiernos para vencer a la muerte y liberar a la primera pareja. En el Evangelio de Bartolome la misión del Mesías se entiende como la liberación y exaltación de Adán desde los infiernos. A través de esta acción redentora el primer hombre recobra la imagen divina que perdió tras su desobediencia. La escena es descrita con realismo dramático. Mientras Jesús va descendiendo los ángeles y potestades van clamando delante de Él: levantad las puertas de vuestro Rey, alzad las puertas eternas, pues ved aquí que entra el rey de la gloria. Ante el peligro que significa la presencia de Jesús el Abismo se queja: ¡Ay de mí! Que oigo el aliento de Dios (1,15). Una vez que Jesús ha vencido, flagelado, y atado al Abismo, redime a los que estaban en el Seol. Entonces Adán, de una estatura gigantesca (al modo como fue creado), es subido a los cielos en mano de los ángeles. Entonces Jesús dice que fue por Adán que Él bajo de los cielos a la tierra, por ti y por tus hijos fui yo colgado en la cruz. Y Adán, al oírlo, exhaló un suspiro y dijo: «Así te agradó, Señor» (1, 22).
La misma escena la encontramos en otro apócrifo cristiano, el Descenso de Cristo a los infiernos (DesCrInf)23, donde somos testigos del intenso dialogo entre Satanás y el Abismo mientras Jesús va acercándose para liberar a Adán de las redes de la muerte. En un principio Satanás se siente seguro, pensando que ahora que Jesús ha muerto, le pertenecerá y podrá encerrarlo con seguridad (4,2). El Abismo se muestra mucho más prudente, y es que teme a la fuerza de Jesús, mal que mal, este le arrebató a Lázaro, quien voló como un águila desde las entrañas de la tierra apenas escuchó la voz de Cristo (4,3). Mientras Jesús se aproxima, el dramatismo de la escena aumenta en intensidad: el miedo cunde en Satanás y el Abismo, se organizan las defensas de los demonios, se refuerzan las puertas de los infiernos, los ángeles exigen que se abran porque está llegando el rey de la gloria, los profetas y los patriarcas que esperaban este momento por tantos siglos se alegran y se mofan de Satanás y del Abismo (5, 1). Todo termina cuando las puertas de bronce que resguardan los infiernos se quebraron y los cerrojos se rompieron. Los muertos quedaron libres de sus ataduras. Todos los rincones del abismo fueron iluminados (5,3). Entonces, Jesús, el rey de la gloria, extendió su mano derecha, tomó y levantó a Adán. El primer padre, lleno de gozo, exclamó: Doy gracias a tu magnanimidad, Señor, porque me has sacado del abismo más profundo (8,1). Por último, mencionemos, aunque de manera breve, al Evangelio del Salvador donde Jesús dice que si se ocupó de lo que pertenece al mundo, también es oportuno que baje al Hades a causa de las almas que están atadas en ese lugar (P97).
La salvación, como el regreso al Jardín del Edén, es un don. En el cristianismo, Jesús es el que redime y levanta (resucita) a los hombres. Lo que en el Jardín era una realidad que el hombre no pudo asimilar, ahora, al final de los tiempos se hace evidente: el ser humano no puede acceder por sí mismo a la vida eterna, esta es un don de Dios.
5. CONCLUSIONES
La imagen del regreso al Jardín del Edén que subyace en tantos textos judíos y cristianos es una alegoría sugerente sobre la salvación. Implica que el hombre reconoce y recobra su imagen original. Ese haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por una parte es el reflejar la gloria divina, a través de la luminosidad, los vestidos y el tamaño. Por otra, es el recibir, como un don, la vida eterna que se expresa a través de una rica y variada serie de símbolos presentes en el cristianismo a través de su herencia judía. Se trata del árbol de la vida, el óleo sagrado, las fuentes de agua viva, el trono de Dios, la plantación eterna, la Jerusalén celestial, etc. Todas estas imágenes se combinan unas con otras configurando cuadros sugerentes e inspiradores. En todo esto hay mucho más de lo que se sugiere que de lo que se define. Son descripciones poéticas más que filosóficas. Lo mismo que todas estas expresiones físicas que describen a tantos santos ortodoxos que, de alguna manera, llevan al presente el don de la inmortalidad.
Hasta ahora hemos estudiado las dos principales consecuencias de la desobediencia adámica: la pérdida de la capacidad de reflejar la gloria divina (vestidos, luminosidad y tamaño) y la muerte. A partir de estos elementos nos acercamos al significado de la salvación como el volver al Jardín del Edén. El recuperar la vocación primera, que no deja de llamar al hombre desde el centro más auténtico de su ser. Nos queda, finalmente, estudiar un último elemento en este camino del regreso al Jardín del Edén. Se trata de la relación del hombre con la naturaleza y el mundo animal. Este elemento es sorprendentemente actual por cuanto hoy el ser humano sufre una crisis seria con el medio ambiente. Avancemos entonces hacia los dos últimos capítulos de esta obra.
1 Apócrifo conocido en versiones coptas (bohaírico y sahídico), árabe y latina, procedentes de un original probablemente egipcio. Versa sobre la vida de José el Carpintero desde que se casa con la Virgen María hasta su muerte donde Jesús juega un papel importante. Para más detalles: J. P. MONFERRER SALA, Apócrifos, 48.
2 Es interesante constatar que esta misma interpretación la encontramos en algunos padres de la Iglesia. Es el caso de Teofilo de Antioquia quien comenta que el fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal por sí mismo no es malo. Y es que la sabiduría, con todos sus matices es buena y deseable. El problema estuvo en que la primera pareja era demasiado joven para acceder a tal conocimiento. La trasgresión, el desobedecer el mandamiento de Dios, se asemeja a la irresponsabilidad de algunos niños frente a sus padres. La consecuencia de tal desobediencia fue la experiencia del dolor, la pena, y finalmente la muerte (Autol. 2,25). Gregorio Nicianceno es de la misma idea, el árbol del conocimiento era una realidad buena, siempre y cuando se tomasen de sus frutos en el tiempo adecuado. En el caso de la primera pareja estos frutos fueron perjudiciales porque estos eran todavía inmaduros y glotones (Oration 38,12). Según esta interpretación, entonces, la sabiduría es un don divino muy conveniente, pero que la primera pareja, por inmadurez, arrebataron de manera prematura.
3 Epopeya de Gilgames, rey de Uruk (trad. J. SAN MARTÍN), Trotta, Barcelona, 2005.
4 En la literatura joanica, si bien no hay una referencia directa a la muerte como consecuencia del pecado de Adán, sí existe una directa relación entre esta y otros conceptos como el mundo, las tinieblas, la mentira etc. En un trasfondo claramente dualístico el creer en Cristo, con el consecuente cumplimiento de sus mandamientos (Jn 3,14), hace la diferencia entre la muerte y la vida eterna (Jn 5,24). Y es que no puede ser de otra manera por cuanto Jesús mismo se define como la resurrección y la vida (ἡ ἀνάστασις καὶ ἡ ζωή), y todo el que cree en él, aunque muera, vivirá (Jn 11,25).
5 Biografía del famoso anacoreta egipcio, cuya autoría discutida se adjudicaría a Atanasio de Alejandria (IV), y cuyos destinatarios serían ascetas y comunidades monásticas en Egipto a los que se quiere presentar un modelo ideal de seguimiento de Crisot. Atanasio de alejandría, Vida de Antonio, (Ciudad Nueva, Madrid, 2013).
6 Conocida en tres versiones, la versión griega escrita por un discípulo llamado Antonio, el capítulo 26 de Historias de los monjes de Siria, y la llamada Vida siriiaca. La obra fue muy popular tanto en el oriente como en el occidente cristiano. Antonio, “Vida y conducta del bienaventurado Simeón Estilita” en: La vida sobre una Columna (Trad. José Simón Palmer), (Trotta, Madrid, 2014) 47-66.La Vida
7 Imre No´am y Hodar sobre Gn 3,22. Otras fuentes al respecto: BR 15.6; Yerushalmi Berakot 1.2c; Shir 6.9; Aggadat Shir 1,13 y 55; Tehellim 1, 18; ER 2,10; 2ARN 43, 119. Más detalles en: L. GINZBERG, The Legends, Vol I, 70; Vol V, 91.
8 Ver también: ApPe 16,2-3; 1En 29,2; 32,3; 2En 5,3.
9 Ver también: 1En 24,4-25,7; 2En 5,3.
10 Este Testamento es parte del Testamento de los doce Patriarcas, escrito de origen judío pero con claras interpolaciones cristianas, que maneja una cantidad de fuentes de distintas procedencias. El Testamento de Leví bien pudo haber tenido un origen hacia el II a.c. por cuanto hace referencias al sacerdocio de la época asmonea y a las persecuciones que sufrieron los “buenos” sacerdotes. Para más detalles: «Testamento de los doce patriarcas» (trad. A. PIÑERO), Apócrifos del Antiguo Testamento vol. V (ed. A. DÍEZ MACHO), Cristiandad, Madrid, 1987.
11 Un conjunto de 42 odas cristianas de influencia judía y gnóstica escritas en griego o siriaco hacia el siglo I-III presumiblemente para uso litúrgico.
12 H. Schwartz, Tree of Souls, 400.
13 P. Thacher Lanfer, Remembering Eden, 34-58.
14 L. Ginzberg, The Legends, Vol I, 52; Vol V, 69.
15 J.H. Walton, The lost world, 77.
16 El Evangelio de la Verdad es un documento gnóstico del siglo II escrito por Valentín o un discípuo suyo que combina la doctrina de la comunidad con la parénesis, todo en un estilo retórico bien logrado. Para más detalles: A.PIÑERO, J.MONTSERRAT y F. GARCÍA BAZAN, (Trad), Textos Gnósticos, Vol. II, 141-145.
17 El Testamento de Dan es parte del Testamento de los doce patriarcas.
18 P. Thacher Lanfer, Remembering Eden, 97-105.
19 En el caso del mesías hay mitos judíos que se tocan claramente con los cristianos. Un caso interesante lo encontramos en el Pirkei Mashiah (en Beit ha-Midrash 3, 73-74) o en el Sefer Eliyahu (en Beit ha-Midrash 3, 68-78) donde se dice que cuando Dios corone al mesías, este ira a la cueva de Machpelah, en la tierra de Israel, donde están enterrados los patriarcas para resucitarlos. El primero en ser resucitado será Adán, a quien el mesías le dirá: ¡Levantate tú que has dormido suficiente! En ese instante el primer hombre junto con los patriarcas y todas las generaciones de los justos se levantarán y cantarán salmos y canciones de júbilo.
20 J. SCHAPER, The messiah in the garden: John 19,38-41, (royal) gardens, and messianic concepts, en: M. BOCKMUEHL y G. G. STROUMSA (Ed.), (Cambridge University Press, Cambridge 2010) 25.
21 J.O´REILLY, “The Tree of Eden in Medieval Iconography”, en: P. MORRIS Y D.SAWYER (Eds.) A Walk in the Garden, Biblical, Iconographical and Literary Images of Eden , (JSOT Press, Sheffield, 1992), 170-180.
22 T. Karlsen Seim y J. Okland , (eds.), Metamorphoses, Resurrection, Body and Transformative Practices in Early Christianity (Walter de Gruyter, Berlin, 2009) 136-146.
23 Apócrifo del siglo II que es parte del Evangelio de Nicodemo. Se conocen dos versiones, una latina y otra griega. Existen claras influencias del A.T. y N.T. Para más detalles: A.PIÑERO (trad.), Todos los Evangelios, 326.