Notas sobre el Nombre de Dios
En algunos textos veterotestamentarios el Nombre de Dios aparece como sinónimo de la presencia y poder de Yavé. Por ejemplo en Is 30,27 leemos: “¡Miren cómo viene de lejos el Nombre de Yavé! Su ira es una llama, su presencia es aplastante. En sus labios se nota su furor y su lengua es como un fuego que devora”. Otros textos que van en ese sentido son: Sal 20,1-2: “Que el Señor te responda en el día del aprieto, que te proteja el Nombre del Dios de Jacob. Que te auxilie desde el santuario, que te apoye desde Sión”; Sal 8,1: “Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo”; Sal 44,5: “¡Tu eres mi Rey, oh Dios, mi soberano, el salvador de Jacob! Con tu auxilio embestimos al enemigo, en tu Nombre aplastamos al agresor”; Sal 54,1: “Señor, daré gracias a tu Nombre, que es bueno, porque me libraste de mis adversarios”. La presencia de Dios (o su nombre) se relaciona con el lugar donde descansa, el santuario: “prendieron fuego a tu santuario, asolaron y profanaron la morada de tu Nombre” (Sal 74, 7); “vayan a mi templo de Siló, al que di mi Nombre en otro tiempo, y miren lo que hice con él, por la maldad de Israel, mi pueblo” (Jer 7,12); “¿No está el Señor en Sión, no está allí su Rey?” (Jer 8,19). Pero no solamente con un lugar, también está presencia se relaciona con el ángel del Señor del cual se dice en Ex 23, 20-21: “Voy a enviarle un ángel por delante para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado. Respétalo y obedécelo. No te rebeles, porque lleva mi Nombre y no perdonarás tus rebeliones”. En algún sentido Dios viste al Ángel del Señor con su Nombre, al modo como el sumo sacerdote lleva el nombre en el día del Yom Kippur. De acuerdo a la Mishna el Nombre era pronunciado sólo por el sumo sacerdote en el Día de la reconciliación: “Y cuando los sacerdotes y el pueblo, que estaban de pie en la corte del templo, escuchaban el Nombre, se arrodillaban y caían sobre sus rostros y exclamaban: ¡Bendito es el nombre de la gloria de su reino por siempre!” (Yoma 3,8). Algo parecido a lo que sucede también en el 3Enoc 13 donde Metatrón es llamado el Yavé menor y viste el Nombre en su corona. Metatrón ha sido coronado con las letras que forman la creación, las letras que conforman el nombre sagrado: “Porque el Santo, bendito sea, me quiso y me quiso con amor y merced mayores que a todos los seres celestiales, escribió con su propio dedo y con un estilo ígneo sobre la corona que estaba en mi cabeza las letras por las que fueron creados los cielos y la tierra, las letras por las que fueron creadas mares y ríos…” (3Enoc 13,1). Pensemos también en Flp 2,9 donde los primeros cristianos proclaman de Jesús: “por eso Dios lo exaltó y le concedió un nombre superior a todo nombre, para que, ante el nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, la tierra y el abismo”. Esta teología del nombre se desarrolla también en el Evangelio de la Verdad donde leemos que el Nombre del Padre es el Hijo: “Pues el nombre del Padre es el Hijo. (El Padre) primeramente le dio nombre a quien emergió de él y es él mismo. Y él lo engendró como un Hijo. Él le confirió su propio nombre. Es el Padre quien, de su corazón, posee todas las cosas. Él tiene el nombre, él tiene al Hijo que se puede ver. Pero su nombre es trascendental–porque es el único misterio del invisible, que viene por él a oídos enteramente llenos de sí. Pues en verdad el nombre del Padre no se pronuncia, sino que se manifiesta como un Hijo. En consecuencia, ¡grandioso es el nombre! ¿Quién por eso podría proclamar un nombre para él, el nombre supremo, excepto solo él cuyo nombre éste es?–junto con los Hijos del Nombre, aquellos dentro de cuyo corazón el nombre del Padre reposa y quienes igualmente reposan en su nombre. Porque el Padre es invariable, es solo él quien lo engendró como su propio nombre, antes de que formara a los eternos, para que el nombre del Padre sería Amo sobre sus cabezas–éste quien es verdaderamente el nombre, seguro en su mandato del poder perfecto. El nombre no es mera palabrería, ni es mera terminología, sino que es trascendental. Él solo le nombró, él solo viéndolo, él solo teniendo el poder de regalarle nombre. Quien no existe, no tiene nombre– ¿pues qué nombres se dan a las nadas? Pero este existente, existe junto con su nombre. Y sólo el Padre lo conoce y él solo le da nombre. El Hijo es su nombre” (38-39). La especulación del nombre de Jesús también la encontramos en el Evangelio de Felipe: “Sólo hay un nombre que no se pronuncia en el mundo: el nombre que el Padre dio al Hijo. Es superior a todo. Se trata del nombre del Padre, pues el Hijo no llegaría a ser Padre si no se hubiera apropiado el nombre del Padre” (54).