La visión de Ezequiel en el origen del misticismo judío
Uno de los textos veterotestamentarios que están a la base de la temprana mística judío-cristiana es la visión de Ezequiel 1. El autor narra la experiencia de estar entre los exiliados en el canal de Chebar cuando “los cielos se abrieron” y contempló unas visiones de Dios. Los cielos abiertos se convertirían en un motivo muy recurrido para expresar experiencias visionarias. Es el caso del 2Baruc donde el protagonista contempla los cielos abiertos, le es dada una gran fuerza, y se escucha una voz desde lo alto (2Baruc 22,1). También es el caso del Testamento de Leví donde el héroe contempla los cielos abiertos desde donde se le invita a entrar (Test.Lv 2,6). En el caso de Ezequiel, éste no asciende a los cielos, sino que permanece en tierra, lo mismo que más tarde sucederá en la literatura cristiana con Jesús (en el caso de su bautismo) y de Esteban (en el caso de su martirio). Lo que Ezequiel contempla es realmente sorprendente y original. Lo primero es un viento tempestuoso desde el norte y una nube brillante con un fuego envolvente, que fueron adquiriendo la figura de cuatro criaturas (hayyot), cada una con pies derechos; las planta de los pies como de becerro que centelleaban a manera de bronce bruñido; cuatro alas, dos extendidas y dos cubriendo sus cuerpos; y cuatro rostros. Sus cuerpos y sus manos eran humanas, pero de sus rostros sólo uno lo era; los otros eran, uno de un león, de un búfalo y de un águila. ¿Quiénes son estos Hayyot? Ezekiel los identificará más tarde con los querubines (capt.10), lo que no es extraño porque de hecho estos cubren con sus alas el arca en el Santo de los Santos (1Re 6,23-28), dando a entender que portan el trono de Dios (al modo de los Hayyot). Sin embargo, es también posible que el origen de estas creaturas se encuentre en la iconografía del oriente medio. Como sea, cuando Ezequiel está contemplando estas cuatro creaturas, de pronto ve que éstas acompañan cuatro ruedas y todas moviéndose en perfecta armonía, una dentro de la otra en la misma dirección. Cuatro creaturas y cuatro ruedas son indicativas de los cuatro puntos cardinales. El movimiento perfecto de estos cuatro implica que Ezekiel fue testigo del armónico movimiento celestial que ocurre en las alturas y que está oculto a la vista humana. Entonces Ezekiel nota que sobre la cabeza de cada uno de los Hayyot aparecía una extensión a manera de hielo terrible (1, 22), lo que se refiere al firmamento que divide las aguas de arriba y las de abajo (Gn 1,6ss). Las Hayyot, por su parte, con dos de sus alas cubrían su cuerpo, y las otras dos extendidas tocaban las de sus compañeros y produciendo un gran ruido mientras andaban (1,24). Al estar las alas extendidas bajo el firmamento se da a entender que de alguna manera lo están sosteniendo y que éste se mueve junto con estas creaturas (1,23). El sonido de las alas, como el de muchas aguas, como el sonido del omnipotente, como de muchedumbre, como de un ejército, se escucha cuando las Hayyot se mueven, pero en cuando éstos se detienen se escucha una voz viniendo de arriba (1,25). Entonces viene el climax de la visión de Ezequiel cuando este contempla el trono, con lo que se entiende que los Hayyot están sosteniendo el trono divino. Este trono tiene la apariencia de piedras de zafiro (1,26). En este punto sigue y se distingue de Moisés, Aarón, Nadab, Abihu y los 70 ancianos de Israel en Ex 24,10 quienes habían contemplado al Dios de Israel (o su trono) y bajos sus pies algo como el zafiro, como la pureza del cielo. En Ezequiel la figura divina sentada en el trono es como un ser humano (1,26), lo que se condice con otros textos bíblicos que nos hablan del aspecto humano de Dios: Gn 1,26ss; Ex 33; Amos 7,7; Jer 1,9; Is 6,1; Dn 7,9 (sobre el anciano de los días). Lo que distingue a Ezequiel, sin embargo, son otras características de esta figura humana, la parte superior y la inferior tienen distintos grados de esplendor: la primera era como el ámbar rodeado de fuego, la segunda como de fuego rodeado de resplandor (Ez 1,27). Es posible que la parte superior brillara menos porque se entiende cubierta por algún manto. Resulta extraño que tanto fuego y resplandor se compare con el arcoíris que aparece en las nubes de lluvia (1,28), pero lo que se tiene a la vista aquí es la alianza entre Dios y la humanidad de Gn 9,12ss. Lo que se nos recuerda es que después de la catástrofe de la destrucción del templo (al igual que después del diluvio) Dios sigue siendo fiel a su alianza. Esta visión de Ezekiel, se nos dice, es la de la semejanza de la gloria de Dios (1,28), esto es la de la manifestación sensible de Dios. Recordemos que la manifestación sensible de Dios también se manifiesta en el tabernáculo (Ex 40,34; Lv 9,23; Nm 14,10; 16,19) y en el templo (1re 8,11; 2Cr 7,1). Ahora bien, esta visibilidad de hace audible: Dios ha elegido a Ezequiel como profeta y lo ha enviado a su pueblo rebelde, quien, sin embargo, no querrá escucharlo (2,1ss). Es irónico constatar que es al final de la visión cuando Ezequiel es elevado por el espíritu (3,12). Esto sucede mientras escucha la siguiente oración que confirma que la presencia de Dios no se encuentra solamente en el templo que pronto será destruido: “Bendita sea la gloria de YHWH desde este lugar”. Para más detalles: Schäfer, Origins, p. 34-52.