El Jardín en el Cantar de los cantares.
El Cantar de los cantares se encuentra en el origen de la mística judía. Esto lo vemos en tempranas tradiciones que se le atribuyen a R. Akiba. Se dice que éste declaró: “ Dios nos libre! Ningún hombre en Israel ha discutido sobre el Cantar de los cantares diciendo que es inútil la impureza ritual de la manos, porque todo el mundo no ha sido lo suficientemente fuerte como aquel día en el que el Cantar de los cantares fue dado a Israel. Todas las escrituras son santas, pero el Cantar de los cantares es el Santo de los Santos” (A Rivalry of Genius:Jewish and Christian Biblical Interpretation in Late Antiquity (Albany: SUNY Press, 1996, p.83.) Es interesante constatar que el Cantar de los cantares fue dado a Israel, una expresión que nos recuerda a la Tora como don especial de Dios al pueblo. También notemos la expresión “Cantar de los cantares” es análoga a la del “Santo de los santos”. Esto se ilustra en el Cantar de los cantares Rabba 1, 1.11 donde leemos que ésta es “la mejor de las canciones, la más excelente de las canciones, la más excelsa de las canciones”. Ahora bien, la comparación de Akiba va más allá de la mera jerarquía. El lenguaje de Akiba implica que el Cantar de los cantares hace presente el lugar santo por excelencia, el kodesh kodeshim del santuario de Jerusalén. A pesar que el templo de Jerusalén físicamente está destruido en el tiempo de R. Akiba, el Cantar de los cantares trae a la vida el lugar más sagrado de éste, el lugar donde descansa la presencia divina. Lo que tenemos, entonces, es un texto eminentemente místico, que emana visiones sugerentes, que nos lleva al Santo de los santos, y que nos mueve a una oración muy sensible.
El Jardín también aparece en el capítulo 6 a través de un quiasmo. Comienza con la pérdida del amado, continua con sus pensamientos en el jardín, y termina con el encuentro entre ambos. En 6,2 la mujer reconoce que no puede encontrar a su amado porque él ha bajado a su Jardín. En 6,11-12 este descenso es recapitulado por el amado:
6,12: ¡Sin saberlo, me raptó el carro del Príncipe, mi pariente!
6,10: ¿Quién es ésa que se asoma como el alba, hermosa como la luna, radiante como el sol, imponente como un batallón?Otro pasaje donde aparece el Jardín es 8, 13-14:
8,13: ¡Mujer que yaces en el jardín —los compañeros están al acecho—, permíteme escuchar tu voz.8,14: Pasa, amado mío, sé como un gamo o un cervatillo, sobre las colinas de balsameras.
El símbolo del Jardín nos evoca el Edén, donde la vida fue lo que siempre debió haber sido. Como fruto de la desobediencia de Adán el hombre perdió el derecho de habitar en este Jardín del Edén. La misma desobediencia que una y otra vez hace que Israel se aleje de la Alianza con Dios, y que termina con el peor de los castigos, el exilio en Babilonia. El Cantar vuelve a enfocar el tema del Jardín del Edén, hacia donde el lector peregrina. La perspectiva es, sin embargo, completamente original. Más allá de hablar de obediencia o desobediencia, hablará de la intimidad o perdida de la intimidad con Dios. En el Jardín del Edén Dios se encontró en la intimidad con el hombre. Allí se escuchaba la voz de Dios quien “se paseaba por el jardín, a la hora de la brisa de la tarde” (Gn 3,8) y preguntaba al hombre que donde estaba precisamente para estar en su compañía. Es en el Jardín donde el hombre pierde la intimidad con Dios, y a consecuencia de ello, aparece la enemistad entre el hombre y la mujer (Gn 3,12-13), y entre el hombre y la creación (Gn 3, 15ss). En el Cantar, el Jardín (Templo-Edén) evoca el lugar del re-encuentro íntimo entre el amado (Dios) y su amada (el hombre).
Ahora bien, en la Biblia el Jardín no sólo nos lleva al Jardín del Edén (o paraíso), sino, y relacionado con éste, al templo. El templo de Jerusalén, según algunas fuentes se levantaba en el lugar donde estuvo el paraíso. Así, por ejemplo, hablando sobre las columnas del templo leemos sobre algunos símbolos de fertilidad y vida: “Luego hizo las granadas, que en hileras de a dos, rodeaban a cada cinta, para cubrir los capiteles puestos encima de las columnas. Los capiteles puestos encima de las columnas en el vestíbulo tenían forma de lirio; tenían dos metros de alto. Doscientas granadas rodeaban los capiteles puestos sobre las dos columnas, por encima del zócalo guarnecido de cinta de bronce” (1Re 7,18-20). Hablando de la menorah señala: “Labró igualmente de oro puro el candelabro. Era de oro macizo su pie y su tallo. Sus cálices y nudos y flores formaban un cuerpo con él. Salían seis brazos de sus lados: tres de uno y tres de otro. Cada brazo tenía tres cálices en forma de flor de almendro, con capullos y flores. En el mismo candelabro había cuatro cálices en forma de flor de almendro con capullos y flores” (Ex 37, 17-24). Respecto a las murallas leemos en 1Re 7,29: “En los paneles encajados en los marcos había leones, toros y querubines; en los marcos, por arriba y abajo, se veían en relieve leones y bueyes”. Respecto al interior del templo: “En el interior de la Casa, el cedro había sido esculpido en forma de calabazas y de guirnaldas de flores: todo estaba revestido de cedro y no se veían las piedras”. El templo era una sensible aproximación al Jardín del Edén. La peregrinación hacia el templo se concebía como un retorno al Edén. Es por ello que leemos la reacción gozosa del peregrino:
“¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!
Por eso los hombres se refugian a la sombra de tus alas.
Se sacian con la abundancia de tu casa,
les das de beber del torrente de tus delicia” (Salmo 36,8-9).