El templo, el fariseo y el recaudador
Partamos con el segundo de los personajes de la parábola, el telwnhs, quien se ubica de pie y a distancia (makrothen) de quienes oraban en el templo. Este se entiende a sí mismo como pecador, y como tal ni siquiera alzaba los ojos al cielo en señal de vergüenza y culpabilidad, además de golpearse el pecho como signo de angustia y contrición El lugar que ocupa el recaudador se corresponde con su identidad, el es un pecador desde el momento que ejerce una profesión deshonrosa. Lo que me parece original es constatar que el pecador eleva su oración en el templo ocupando el verbo griego ilaskomai que en su voz activa significa hacer expiación por los pecados, y en su voz pasiva ser misericordioso o dadivoso. Esto es significativo para el recaudador por encontrarse en el templo de Jerusalén, el lugar por antonomasia donde se expían los pecados cada día. Ha venido a que Dios lo justifique o perdone. Por otra parte, su oración responde a la expresión hebrea kavanah, esto es el verdadero deseo del corazón. Su oración es verdadera y se dirige directamente a Dios. Así como los judíos recitaban diariamente el Shema y dirigían sus corazones a Dios, lo mismo hace el recaudador, reconociendo a Éste como verdadero Rey y actualizando el reino de Dios. Sólo cuando uno ora de esta manera, puede recibir el reino de Dios. Los rabinos dicen: está prohibido recibir sobre uno el reino de Dios mientras uno se encuentra de camino. Primero, uno tiene que detenerse y quedarse en el lugar donde está y dirigir sus corazón conscientemente a Dios, en el temor, en el temblor, en el estremecimiento. Entonces uno puede recitar la unidad del Nombre: «Escucha Oh Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es Uno» (Dt 6,4). Uno debe rezar cada palabra dirigiendo su corazón a Dios, con sinceridad y entonces recita: «Bendito sea su Nombre glorioso, su reino es eterno» (Midrás Tanchuma, Lech lecha 1).
Vamos ahora al fariseo, quien a todas luces, es una figura carecterizada de manera positiva en la parábola. En primer lugar tenemos que liberarnos de los prejuicios respecto a una oración autosuficiente u autojustificante de su parte. Su oración es de acción de gracias. Lo que hace el fariseo es reconocer en Dios la fuente de su accionar. Este tipo de oración está atestiguada en la literatura de la época: Yo te alabo, Oh Señor, porque no me has dejado caer entre los despreciables de la comunidad, ni me has asignado una parte en el círculo de los secretos (1QH 7,34). Otro ejemplo: Rabí Juda dijo: Uno debe orar tres veces cada día: Alabado sea el Señor que no me ha hecho un pagano, porque todos los paganos son nada delante de Él; alabado sea El, que no me hizo una mujer, porque la mujer no tienen la obligación de cumplir toda la Ley; alabado sea El que no me hizo…un hombre sin educación, porque el hombre sin educación no es precavido y no evita el pecado. Yo te doy gracias Oh Señor mi Dios, porque tu me has dado un lugar en el Beth ha-Midrash (la casa de estudio) y no me has dado porción entre aquellos se sientan en las calles por cuanto yo me levanto temprano y ellos se levantan temprano, pero yo me levanto temprano por las palabras de la Ley y ellos se levantan temprano por conversaciones frivolas; yo trabajo y ellos trabajan, pero yo trabajo y recibo mi recompensa, y ellos trabajan y no reciben su recompensan; yo corro y ellos corren, pero yo corro hacia la vida venidera, y ellos corren hacia la destrucción (B. Berakot 28b). La acción de gracias del fariseo se corresponde con el mismo estilo: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador de impuestos. 18,12: Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de cuanto poseo. En esta oración llama la atención, por una parte, que el fariseo ha notado la presencia del recaudador en el templo, distanciándose de él; y por otra, que su actuar excede en mucho los requerimientos de la Ley. El ayuno y las donaciones del fariseo van más allá de lo que la Ley recomienda. Como sea su oración no está centrada en Dios como la del recaudador. T. Friedrichsen subraya este último elemento y se pregunta si este exceso del fariseo tendría algún beneficio vicario sobre los pecadores como el recaudador. Fijáos que el fariseo da el diezmo de cuanto posee, dando no sólo lo que es necesario por sí mismo, sino también por quien no puede dar de lo suyo. Esto en el contexto del templo adquiere pleno sentido por cuanto el altruismo del fariseo viene a reemplazar el sacrificio que el recaudador no puede ofrecer por su estado pecador. Ahora, si bien este es el elemento más original del argumento de Friedrichsen, es también el más débil. No hay paralelos bíblicos ni apócrifos que fundamenten una interpretación vicaria a la conducta del fariseo. El autor reconoce este problema y sólo menciona de manera aislada Ex 30, 16 donde se relaciona el pagar el impuesto del templo con la expiación, lo que se prodría extender al pago voluntario del diezmo.
Al final de su análisis T. Friedrichsen señala que más que versar sobre la manera correcta de orar, esta parábola trata sobre el reino de Dios. Nada explicaría el por qué el fariseo baja del templo sin ser justificado, y por qué el recaudador se benifeciaría de los acciones virtuosas del justo. La falta de lógica de la parabola, según Friedrichsen, explicaría que Dios no se relaciona con el hombre de acuerdo a las reglas de éstos. Nadie está seguro o amparado por sus propios reglas, moralidad, o ideas respecto a Dios. Dios es absolutamente libre. El justifica como quiere y a través de quienes quiera. Esta idea teológica es muy sugerente…pero no suficientemente probada en el análisis que hace Friedrichsen de esta parábola.