Jesús como plenitud de la Torá
La idea de Jesús como plenitud o fin de la Ley
está también (ver) establecida en 2Cor 3. En este capítulo se compara el ministerio
de Moisés descrito como de condenación y
para la muerte (v.v 7 y 9) con el ministerio del Espíritu y de
la justicia (v.v 8 y 9) ejercitado por Pablo (4,1). Ahora bien, a pesar de
las diferencias, ambos ministerios han sido fundados a partir de la gloria: el ministerio de muerte grabado con letras
en piedras fue con gloria, de tal manera que los hijos de Israel no podían
fijar la vista en el rostro de Moisés por causa de la gloria de su rostro
(2Co 3,7). Sin embargo, dirá Pablo, esta gloria no es nada en comparación
con la de la nueva alianza. Además, si Moisés se cubrió el rostro no fue sólo
por la intensa gloria que reflejaba, sino para
que el pueblo no vislumbrara el fin
o sentido de esta ley que estaba llamada a desvanecerse: para que los hijos de Israel no fijaran su vista en el
fin (τὸ τέλος ) de aquello que había
de desvanecerse (τοῦ καταργουμένου) (2Co 3,13).
Aquí, al igual que en Rm 10,4 τέλος significa fin
como objetivo o fin (la causa final). Hasta que el velo no sea removido en Cristo (2Cor 3,16) permanecerá
cubriendo los corazones de los
judíos. El remover el velo pone en evidencia toda la gloria del Señor, como Moisés lo hubiese
reflejado, esto es la plenitud del
ministerio mosaico, el cual, a pesar de ser de
muerte y condenación apuntaba a la verdadera gloria y al ministerio del
Espíritu: nosotros todos, con el rostro
descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo
transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el
Espíritu (2Cor 3,18). Ahora bien, ambas glorias, la de la vieja y
nueva Alianza, están conectadas. Y es que la nueva Alianza, o si preferís la
gloria manifestada en el rostro de Cristo, es la original, mientras que la de
Moisés no es sino un sustituto. Si el rostro de Moisés brilló en el Sinaí fue
porque habría aprehendido la gloria de Cristo en la montaña santa. Y es que la gloria de Cristo, es la imagen de Dios (τῆς
δόξης τοῦ Χριστοῦ, ὅς ἐστιν εἰκὼν τοῦ θεοῦ) (2Cor 4,4). Esta es la gloria
presente en el comienzo del mundo: Pues
Dios, que dijo que de las tinieblas resplandecerá la luz (ἐκ σκότους φῶς λάμψει), es el que ha resplandecido en nuestros
corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Cristo (τῆς δόξης τοῦ θεοῦ ἐν προσώπῳ [Ἰησοῦ] Χριστοῦ) (2Cor 4,6). Hay,
por lo tanto, una continuidad en la revelación
que va atrás, hacia la creación misma. Para más detalles:
“Christ: The “End” of the Law, Morna D. Hooker , en: Neotestamentica et
Philonica, Brill, 2003.
está también (ver) establecida en 2Cor 3. En este capítulo se compara el ministerio
de Moisés descrito como de condenación y
para la muerte (v.v 7 y 9) con el ministerio del Espíritu y de
la justicia (v.v 8 y 9) ejercitado por Pablo (4,1). Ahora bien, a pesar de
las diferencias, ambos ministerios han sido fundados a partir de la gloria: el ministerio de muerte grabado con letras
en piedras fue con gloria, de tal manera que los hijos de Israel no podían
fijar la vista en el rostro de Moisés por causa de la gloria de su rostro
(2Co 3,7). Sin embargo, dirá Pablo, esta gloria no es nada en comparación
con la de la nueva alianza. Además, si Moisés se cubrió el rostro no fue sólo
por la intensa gloria que reflejaba, sino para
que el pueblo no vislumbrara el fin
o sentido de esta ley que estaba llamada a desvanecerse: para que los hijos de Israel no fijaran su vista en el
fin (τὸ τέλος ) de aquello que había
de desvanecerse (τοῦ καταργουμένου) (2Co 3,13).
Aquí, al igual que en Rm 10,4 τέλος significa fin
como objetivo o fin (la causa final). Hasta que el velo no sea removido en Cristo (2Cor 3,16) permanecerá
cubriendo los corazones de los
judíos. El remover el velo pone en evidencia toda la gloria del Señor, como Moisés lo hubiese
reflejado, esto es la plenitud del
ministerio mosaico, el cual, a pesar de ser de
muerte y condenación apuntaba a la verdadera gloria y al ministerio del
Espíritu: nosotros todos, con el rostro
descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo
transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el
Espíritu (2Cor 3,18). Ahora bien, ambas glorias, la de la vieja y
nueva Alianza, están conectadas. Y es que la nueva Alianza, o si preferís la
gloria manifestada en el rostro de Cristo, es la original, mientras que la de
Moisés no es sino un sustituto. Si el rostro de Moisés brilló en el Sinaí fue
porque habría aprehendido la gloria de Cristo en la montaña santa. Y es que la gloria de Cristo, es la imagen de Dios (τῆς
δόξης τοῦ Χριστοῦ, ὅς ἐστιν εἰκὼν τοῦ θεοῦ) (2Cor 4,4). Esta es la gloria
presente en el comienzo del mundo: Pues
Dios, que dijo que de las tinieblas resplandecerá la luz (ἐκ σκότους φῶς λάμψει), es el que ha resplandecido en nuestros
corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Cristo (τῆς δόξης τοῦ θεοῦ ἐν προσώπῳ [Ἰησοῦ] Χριστοῦ) (2Cor 4,6). Hay,
por lo tanto, una continuidad en la revelación
que va atrás, hacia la creación misma. Para más detalles:
“Christ: The “End” of the Law, Morna D. Hooker , en: Neotestamentica et
Philonica, Brill, 2003.