La impureza ritual
El hombre no puede acercarse sin más a la Santidad divina (su Nombre o Gloria) que yace en el templo. Sería como si nos acercasemos al sol. Simplemente seríamos disueltos. Es necesario que se encuentre purificado. La pureza implica la condición apropiada para acercarse al misterio. Ya hemos visto en otra entrada la distinción entre pureza ritual y moral en el A.T. Sabiendo que esta distinción tiene una función pedágogica (los israelitas no la hacían) veamos algo más de la pureza ritual. Como sabemos la personas impuras desde el punto de vista ritual no podían participar en ciertos ritos ni acercarse al templo. La impureza ritual es el resultado del contacto directo o indirecto con un número de acontecimientos naturales que en sí mismo no son malos: el parto (Lv 12,1-8), algunas enfermedades (Lev 13,1-14,32), eyaculaciones genitales (Lv 15,1-33), el contacto algunos animales impuros (Lv 11,1-47) y cadáveres humanos (Nm 19, 10-22). La impureza ritual también podría ser el resultado de ciertas proceduras purificatorias (Lv 16,28; Nm 19,8). En todos estos casos vemos que las causas de la impureza son naturales y «más o menos» inevitables. No es, por lo tanto, pecado adquirir estas impurezas. Son, al mismo tiempo, «accidentes» que se reparán a través de otros ritos y a través del tiempo. En efecto, en Lv 11,43 leemos un caso de impureza por contacto con animales impuros, lo que sí se podría evitar, aunque también podría ocurrir que uno se topase con uno por accidente: «No se hagan inmundos con ninguno de estos reptiles que se arrastran: no se hagan impuros con ellos ni dejen que a ustedes los hagan impuros». Pero hay muchos otros casos que son inevitables: una eyaculación, una enfermedad, el contacto con un cadáver (si muere un padre por ejemplo) etc. En ese sentido, los sacerdotes tenían la obligación de enterrar a sus muertos, se trataría de una impureza adquirida necesariamente: «Habla a los sacerdotes, hijos de Aarón, y diles: Que ninguno de ustedes se haga impuro por un muerto excepto por sus parientes más próximos, por su madre, su padre, sus hijos, sus hijas o sus hermanos.También podrá contraer impureza por el duelo de una hermana que vivía con él y no tenía marido. Siendo señor en medio de su pueblo, toda mancha suya profana su pueblo» (Lv 21, 1-4). Esto era verdad no sólo para los sacerdotes, sino que para todo israelita: «Ustedes pondrán sobre aviso a los hijos de Israel respecto de sus impurezas, no sea que mueran debido a ellas, en el caso de que contaminen mi Morada, que está en medio de ellos» (Lv 15,31). Como es evidente estas impurezas no constituyen pecado. Muchas de sus causas no son sólo inevitables sino que obligatorias (Lv 21, 1-4; Lv 22,4-7). En ese sentido más que evitar la impureza, la obligación de los sacerdotes era mantener la separación entre ambas esferas: lo que es puro de lo impuro: «Así serán capaces de distinguir entre lo santo y lo profano, entre lo impuro y lo puro» (Lv 10,10). O bien: «El que, estando impuro, coma de la carne del sacrificio de comunión presentado a Yavé, será borrado de entre los suyos.El que haya tocado cualquier cosa impura, sea de hombre o de animal, o cualquier otra abominación impura, y a pesar de eso coma de la carne del sacrificio de comunión ofrecida a Yavé, será borrado de entre los suyos» (Lv 7, 20-21). A pesar que la regla general es que la impureza ritual no constituye pecado, sí hay dos modos en que puede conducir al pecado. En Nm 19, 13 y 19,20 se dice que quien se niega a purificarse debe ser expulsado del pueblo: «Si alguien toca a un muerto, al cadáver de un hombre que haya muerto, y no se purifica, vuelve impura a la Morada de Yavé. Ese hombre debe ser eliminado de Israel. Mientras no se haya derramado sobre él el agua de purificación está impuro y su impureza sigue sobre él» (Nm 19,13). «Pero, el hombre que está impuro y que no hace el rito de expiación, será eliminado de la comunidad por haber vuelto impuro el Santuario de Yavé. Si no se derrama sobre él el agua que purifica, es un impuro» (Nm 19,20). Lo interesante es que la persona, al negarse a purificarse, está contaminando al templo incluso si se encuentra lejos de el. Esto es lo propio de la impureza moral. Además, la impureza ritual puede conducir al pecado en el sentido que no se puede entrar al santuario ni comer de comida santa, de serlo será expulsado del pueblo: «El que, estando impuro, coma de la carne del sacrificio de comunión presentado a Yavé, será borrado de entre los suyos. El que haya tocado cualquier cosa impura, sea de hombre o de animal, o cualquier otra abominación impura, y a pesar de eso coma de la carne del sacrificio de comunión ofrecida a Yavé, será borrado de entre los suyos» (Lv 7,20-21) (ver también: Lv 15,31; 22, 3-7). Por último digamos que los ritos purificatorios no eran la única condición para recuperar la pureza, también lo era el tiempo. Así, si una persona entraba en contacto con una mujer que menstruaba debía además esperar hasta el atardecer para estar purificado. «Toda cama en que duerma el que padece derrame será impura. Quien toque esta cama deberá lavar sus vestidos y luego bañarse, y quedará impuro hasta la tarde» (Lv 15,4-5). «Quien toque su cama deberá lavar sus vestidos y luego bañarse, y permanecerá impuro hasta la tarde» (Lv 15,21). Ahora bien, tengamos claro que el patrón es la pureza y la inclusión en la comunidad…no la exclusión: «El leproso que tiene llaga de lepra llevará los vestidos rasgados e irá despeinado; se cubrirá hasta el bigote y tendrá que gritar: «¡Impuro, impuro!» Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro y, siendo impuro, vivirá solo; se quedará fuera del campamento» (Lv 13,45-46). Para más detalles: J. Klawans, Impurity and Sin in Ancient Judaism (Oxford: Oxford University Press, 2000) 22-26.