Los tres o siete cielos
Cuando hablamos de «experiencias religiosas» en el mundo judeo-cristiano del siglo I tenemos que considerar su cosmología ordenandamente jerarquizada en distintos cielos donde el creyente asciende para ser testigo de la gloria de Dios o ser receptor de secretos divinos que tienen que ver con el sentido de la Historia o el cosmos. Consideremos, por ejemplo, el Libro de los vigilantes donde, de acuerdo a la versión griega, se habla que Dios aparecerá «en el cielo de los cielos» (En 1,4) [A.Y. Collins, Cosmology § Eschatology in Jewish § Christian Apocalypticism, Brill, Leiden, 1996, p.25. O consideremos el viaje celestial de Levi en el Testamento de Leví [TestLev] donde el protagonista contempla los cielos abiertos y una voz que lo llama de lo alto (TestLev 2, 6) y comienza un viaje que lo llevará por siete cielos. «El primer cielo es el más triste, porque contempla las injusticias de los hombres (TestLev 3,1); el segundo, contiene fuego, nieve y hielo, preparados para el día del juicio, además de alojar a los espíritus que conducen a los impíos a sus castigos (TestLev 3,2). En el tercer cielo se encuentran los ejércitos que en el día del juicio se cobrarán venganza de los espíritus del error y de Belial (TestLev 3,3). En el cuarto, se encuentran los ángeles que llevan las respuestas a sus compañeros de la presencia de Dios (TestLv 3,7). En la medida que el protagonista sube se va adentrandro en los cielos cada vez más iluminados porque están más cerca del Señor (TestLv 3,3 ). En el quinto cielo habitan los ángeles de la presencia que interceden ante Dios por los pecado que cometen los justos de manera inadvertida (TestLv 3,5). En el sexto cielo se encuentran los tronos y las dominaciones que recitan continuamente himnos a Dios (TestLv 3,8). Finalmente el ángel le abre las puertas del cielo y puede contemplar el templo santo y el Altísimo sobre un trono de gloria (TestLv 5,1). Allí, en la alturas, Leví será ungido sumo sacerdote, vistiéndose con los atuendos que solo el sumo sacerdote podía portar en el templo de Jerusalén (TestLv 8,1), y siendo ungido con oleo sagrado, siendo alimentado con pan y vino sacratísimos y dándosele el cetro de justicia (TestLv 8,4-8) (T.García Huidobro, Las experiencias religiosas y el templo de Jerusalén, Verbo Divino, Estella, 2015, p.43-44). Por último, consideremos el relato autobiográfico de San Pablo, quien en 2Cor 12 habla de las «visiones» o «revelaciones» que recibió en el «tercer cielo» o «paraíso» donde ascendió. Si bien Pablo habla de tres cielos en la segunda carta a los Corintios, el autor de la carta a los colosences hablará de «la esperanza que os está reservada en los cielos» (Col 1,5); o el autor de Ef dirá que Cristo «que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenar el universo» (Ef 4,10).
En términos generales, los cielos se abren para que el vidente ascienda por las esferas celestiales, o bien, para que las realidades celestes se reflejen en la tierra como es el caso de Ez 1 donde tal portento ocurre a las orillas del rio Qubar donde el profeta es testigo de las realidades que rodean el trono de Dios. También es lo que ocurre en el bautismo de Jesús cuando los cielos se abren para ver cómo descendía sobre Jesús el Espíritu al modo de una paloma junto a una voz divina que exclamaba «tú eres mi hijo amado, en ti me complazco» (Mc 10-11). Por último, mencionemos al Ap donde el visionario vio una puerta abierta en los cielos para desde allí contemplar no sólo la gloria del trono divino sino la revelación de los acontecimientos finales (Ap 4, 1-2).