La imagen y la semejanza de acuerdo a Gregorio de Palamas
De acuerdo al Génesis el hombre fue creado a imagen (צֶלֶם) y semejanza ( דְּמוּת) (Gen 1,26) de Dios. La distinción entre los términos hebreos es difícil de mantener. Ambos significan lo mismo. Esto se enfatiza en Gn 1,27: el hombre fue creado a imagen de Dios. La traducción de los LXX distingue, en cambio, entre los términos imagen (εἰκόνα) y semejanza (ὁμοίωσιν). La traducción griega será importante en el desarrollo de la teología cristiana, especialmente de su antropología adámica. En efecto, imagen va a denotar la naturaleza divina realizada en el hombre, lo que nos hace superior a los ángeles, en cambio la semejanza implicaría el derrotero que el hombre ha de alcanzar. La semejanza implica el carácter dinámico de la naturaleza humana. El hacia donde nos dirigimos, y que por estar en potencia nos hace inferior a los ángeles en este aspecto. Esta semejanza nunca es impuesta, sino que es ofrecida al hombre, quien desde su libertad opta o no por ella (suponiendo la gracia divina). Gregorio de Palamas reconoce que Adán se apartó de la gracia divina, de esa luz con la que había sido vestido en la creación, y que desde entonces perdió la semejanza que le era propia (Capítulos Naturales 39 y 64). En otras palabras, el hombre perdió la comunión con Dios. Y aquí encontramos una paradoja bellamente expresada por Palamas. El alma humana vive eternamente porque fue creada ajena a la muerte, aun así cuando el hombre ha perdido la comunión con la divinidad, el alma sufre la más triste de las paradojas: se encuentra sometida a la muerte más grande y más terrible. Y así encontramos la muerte del alma que es por naturaleza no sujeta a la muerte…y esta es la muerte del alma que en estricto rigor constituye la muerte misma” (A la monja Xeni, PG 150, 1168AB). El alma humana separada de Dios (como la adámica y como la nuestra) está muriendo, y espiritualmente es horrible y mala. Y toda esta deformidad se manifiesta no solamente en el alma sino que también en el cuerpo: enfermedad, corrupción, y finalmente la muerte corporal. El pecado existencialmente entendido como la ruptura de la comunión divina, es el origen de la muerte que reina en el mundo. El pecado que reina en el hombre a través del poder del demonio y de la muerte causa miedo, angustia y en general el instinto de sobrevivencia. Entonces a través del miedo y del auto-interés el demonio genera el pecado en el hombre…y conlleva el fracaso humano en la realización de su destino original (en Pecado Original, en griego, Atenas, 1957, p. 148). Sin embargo, la obediencia (comunión) que conlleva el arrepentimiento hace que el hombre retorne a Dios y entre en la vida eterna a través de la incorruptibilidad y divinización. Efectivamente, el Espíritu de Dios es quien motiva y conduce al hombre a una vida en la semejanza de Dios a través de su Gracia y su Gloria. Escribe Palamas: Porque el Espíritu Santo posee vida en sí mismo, y aquellos que participan en El van a vivir en una manera divina, habiendo alcanzado una forma de vida divina y celestial. Porque la gloria de la naturaleza divina es sobre todas las cosas vida en santidad y su participación en cada bendición (Respuesta a Akindynos 2,7, 8; Trabajos 3).