La restauración de Israel en Mc
Si bien el juicio es un tema fundamental en Mc y que se expresa especialmente en la destrucción del templo, la restauración de Israel es también un tema importante (Mc 1,2-3; 1,10; 11,17). El «εὐαγγέλιον τοῦ θεοῦ» (2Re 18,31; 2Sam 18,31) implica la victoria de Dios. Un texto interesante es Is 52,7: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas (εὐαγγελιζομένου), del que anuncia la paz, del que trae las buenas nuevas (εὐαγγελιζομένου) de gozo, del que anuncia la salvación, y dice a Sion: Tu Dios reina!» El reinado es la buena noticia del retorno del Rey a Sión: «¡Una voz! Tus centinelas alzan la voz, a una gritan de júbilo porque verán con sus propios ojos cuando el Señor restaure a Sion» (Is 52,8). En ese mismo sentido Mc 1, 14-15 se hace eco del uso repetitivo de εὐαγγελιζόμενος (Isa 40:9 LXT)en Is 40,9: «Súbete a un alto monte, oh Sion, portador de buenas nuevas (εὐαγγελιζόμενος); levanta con fuerza tu voz, oh Jerusalén, portadora de buenas nuevas (εὐαγγελιζόμενος); levántala, no temas. Di a las ciudades de Judá: Aquí está vuestro Dios». Por lo tanto el contexto de fondo de la proclamación del evangelio y del Reinado de Dios tiene que ver con la restauración de Sión tal como lo entendió Isaías en su tiempo. En esta proclamación hay un sentido de urgencia, el tiempo se ha cumplido: « πεπλήρωται ὁ καιρὸς» (Mc 1,15) que nos lleva a Dn 7,22 (LXX): «…se hizo justicia a favor de los santos del Altísimo, y llegó el tiempo (ὁ καιρὸς ἐδόθη) cuando los santos tomaron posesión del reino»
La restauración del Reino está colmada de imágenes a lo largo de Mc. Los doce discípulos representan las doce tribus de Israel (Mc 3,13-19a; 6, 7-13). En la parabola del grano de mostaza (Mc 4, 30-32) el climax se encuentra en el hecho que se convierte en la «más grande que todas las hortalizas y echa grandes ramas, tanto que las aves del cielo pueden anidar bajo su sombra». Aquí los ecos están de Ez 17, 23-24, donde el profeta habla de un cedro para referirse a Israel, mientras que Jesús se refiere a una hortaliza:
«En el alto monte de Israel lo plantaré; extenderá ramas y dará fruto, y llegará a ser un cedro majestuoso. Debajo de él anidarán toda clase de aves, a la sombra de sus ramas anidarán. Y todos los árboles del campo sabrán que yo soy el SEÑOR; humillo al árbol elevado y elevo al árbol humilde; seco al árbol verde y hago reverdecer al árbol seco. Yo, el SEÑOR, he hablado y lo haré». La actividad taumatúrgica de Jesús también está ligada a la idea de la liberación del pueblo del nuevo éxodo. Así comparemos: «Y se asombraron en gran manera, diciendo: Todo lo ha hecho bien; aun a los sordos hace oír y a los mudos hablar» (Mc 7,37) con Is 35,5.10: «Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se destaparán…Volverán los rescatados del Señor entrarán en Sion con gritos de júbilo, con alegría eterna sobre sus cabezas. Gozo y alegría alcanzarán, y huirán la tristeza y el gemido». Por lo tanto, el discurso escatológico de Mc 13, 24-27 es de esperanza: «Pero en aquellos días, después de esa tribulación, EL SOL SE OSCURECERÁ Y LA LUNA NO DARÁ SU LUZ, LAS ESTRELLAS IRÁN CAYENDO del cielo y las potencias que están en los cielos serán sacudidas. Entonces verán AL HIJO DEL HOMBRE QUE VIENE EN LAS NUBES con gran poder y gloria. Y entonces enviará a los ángeles, y reunirá a sus escogidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo». Veamos por ejemplo el eco de Is 13,10 cuando habla de los acontecimientos finales antes de la nueva creación:«Pues las estrellas del cielo y sus constelaciones no destellarán su luz; se oscurecerá el sol al salir, y la luna no irradiará su luz»; Is 34,4: «Todo el ejército de los cielos se consumirá, y los cielos se enrollarán como un pergamino; también todos sus ejércitos se marchitarán como se marchita la hoja de la vid, o como se marchita la de la higuera»; y Joel 2,10: «Ante ellos tiembla la tierra, se estremecen los cielos, el sol y la luna se oscurecen, y las estrellas pierden su resplandor»; y Dn 7,13-14: «Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de Hombre, que se dirigió al Anciano de Días y fue presentado ante Él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido». El Hijo del hombre representa a un ser divino que es la analogía del pueblo de Israel, cumpliendo, así, las promesas de 2Sam 7,12-16 y del Sal 89,19-37 en el sentido que se restablecerá el reino Davídico para siempre reuniendo desde todas partes de la tierra al pueblo disperso. Dt 30,3-5 «entonces el SEÑOR tu Dios te hará volver de tu cautividad, y tendrá compasión de ti y te recogerá de nuevo de entre todos los pueblos adonde el SEÑOR tu Dios te haya dispersado. Si tus desterrados están en los confines de la tierra, de allí el SEÑOR tu Dios te recogerá y de allí te hará volver. Y el SEÑOR tu Dios te llevará a la tierra que tus padres poseyeron, y tú la poseerás; y Él te prosperará y te multiplicará más que a tus padres». Zac 2,6-8: «¡Ea, ea! Huid de la tierra del norte — declara el SEÑOR — porque como a los cuatro vientos del cielo os dispersé yo — declara el SEÑOR. ¡Ea, Sion, tú que moras con la hija de Babilonia, escápate! Porque así dice el SEÑOR de los ejércitos, cuya gloria me ha enviado contra las naciones que os despojaron, porque el que os toca, toca la niña de su ojo»; Is11,11-12 «Entonces acontecerá en aquel día que el Señor ha de recobrar de nuevo con su mano, por segunda vez, al remanente de su pueblo que haya quedado de Asiria, de Egipto, de Patros, de Cus, de Elam, de Sinar, de Hamat y de las islas del mar. Alzará un estandarte ante las naciones, reunirá a los desterrados de Israel, y juntará a los dispersos de Judá de los cuatro confines de la tierra». En Mc esta restauración de Israel no se ha espiritualizado, sino que será una realidad histórica que paradojalmente se realiza a partir de la muerte de Jesús en la cruz. Y es que es a partir de su muerte que una nueva alianza emerge entre Dios e Israel: «Esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos. En verdad os digo: Ya no beberé más del fruto de la vid hasta aquel día cuando lo beba nuevo en el reino de Dios» (ver Ex 24,8; Zac 9,11). La sangre de Cristo es la de la Alianza que une a Israel con Dios, y por lo tanto, acarrea la liberación de todos los prisioneros de acuero a la profesía de Zac 9,11.