Impureza ritual e impureza moral
En una entrada anterior introducimos el concepto de la impureza ritual y ahora me gustaría profundizarlo. La impureza ritual dice relación especialmente con Lv 11-15 y Nm 19. En otras palabras, la impureza es el resultado del contacto con un número de procesos y substancias naturales como el nacimiento (Lv 12,1-8), algunas enfermedades de la piel (13, 1-46; 14,1-32), hongos en las ropas (13, 47-59) y en las casas (14,33-53), algunas eyaculaciones genitales (15,1-33), contacto con el cadáver de algunos animales (11, 1-47) y de los hombres (Nm 19,10-22), y paradojalmente como resultado de algunas actividades sacrificiales (Lv 16,28; Nm 19,7-8). La impureza se podía prolongar por un determinado número de días que se podían acortar si se seguían los ritos purificatorios pertinentes. Lo que queda claro, en todo caso, es que muchas de las causas de la impureza son naturales e inevitables. Algunos se siguen del cumplimiento mismo de la Ley. ¿Acaso no es perentorio enterrar a los padres (Lv 21, 10-15)? O, ¿no le exigió Dios a los hombres multiplicarse y poblar la tierra (Gn 1,28)? En este sentido, la impureza ritual no tiene nada que ver con el pecado.
Otra forma de impureza, sin embargo, es la moral. Esta impureza es el resultado de ciertas conductas sexuales (Lv 18,24-30), idolatría ( 19,31; 20,1-3), derramamiento de sangre (Nm 35, 33-34). Estas conductas son llamadas «abominaciones» y afectan personalmente al pecador (Lv 18,24), a la tierra de Israel (Lv 18,25; Ez 36,17) y al templo de Jerusalén (Lv 20,3; Ez 5,11). Estas impurezas son consideradas tan graves que pueden implicar la ira de Dios y la potencial expulsión del pueblo de la tierra (Lv 18,28; Ez 36,19). Un texto iluminador en este sentido es Nm 35, 30-34: En casos de homicidio, se dará muerte al homicida después de oír a los testigos. Pero un testigo no basta para dictar pena de muerte. 35,31: No aceptarán rescate por la vida del homicida condenado a muerte, porque debe morir. 35,32: Tampoco aceptarán rescate del que buscó asilo en una ciudad de refugio, para dejarle volver a vivir en su tierra, antes de que muera el sumo sacerdote.
35,33: No profanarán la tierra donde viven: con la sangre se profana la tierra, y por la sangre derramada en tierra no hay más expiación que la sangre del que la derramó.35,34: No contaminen la tierra en que viven y en la que yo habito. Porque yo, el Señor, habito en medio de los israelitas. Para más detalles: J. Klawans, Purity, Sacrifice and the Temple, Oxford, 2006.